
La leonesa Ana Cristina Herreros es un personaje de cuento de los que no quedan. Lleva años siguiendo la pista a Caperucita o el ratoncito Pérez para desvelar su verdadera historia. Este mes llega a las librerías su libro ‘El hombre cebú y la hermana pequeña’. ha estado en Madagascar con niñas que escaparon de las redes de prostitución y Con ellas recopiló cuentos de sus abuelas.
—¿Cuántos cuentos reúne ‘El hombre cebú y la hermana pequeña’?
—Son 20.
—¿En cuántos países ha estado recopilando cuentos?
—En África, en Senegal, en Argelia (campamentos de refugiados de Tinduf), en Camerún (en la frontera con Congo y Gabón), en Mozambique y en Madagascar.
—¿Cuál es tu cuento preferido?
—La mujer loba.
—¿Por qué?
—Es un cuento del Bierzo, de una mujer maldita por su padre, que se convierte en una mujer loba, pero en las noches de Luna llena vuelve al pueblo. Solo abandona su piel de loba cuando un hombre la quiere como es.
—Muchos cuentos antiguos son machistas y políticamente incorrectos. ¿Los recoge como son o los actualizas?
—Las versiones que recogieron los curas o los folcloristas varones son machistas. Las que cuentan las mujeres cuando solo las mujeres oyen, no lo son. Escucho a mujeres, niñas, abuelas... Por otro lado, los cuentos hablan el lenguaje de lo simbólico, como los sueños, y no se pueden entender de forma literal. ¿Has soñado alguna vez con pegar o matar a alguien? ¿Dirías que eres violenta o asesina? Por eso, porque se narran con el lenguaje de lo simbólico, conectan con lo humano y no saben de fronteras, porque no necesitan papeles para ir a ningún lugar. Solo necesitan un corazón, que es donde reside el recuerdo.
—Pero la literatura masculina se impuso...
—La letra siempre es masculina. El ámbito de lo femenino es lo oral; la noche, el fuego, que transforma lo crudo en cocido y la palabra en relato. Los grandes folcloristas han sido hombres, vinculados a la iglesia o al régimen, y por eso fijaron las versiones más machistas que escucharon o directamente hicieron versiones machistas, pero los cuentos siempre y en todo lugar los han contado mujeres. ¿Quien contaba en los filandones? Las mujeres. Los hombres en León nunca hilaron, por mucho que se empeñen los escritores leoneses en apropiarse una tradición femenina.
—¿En todas las culturas es igual?
—Cuando escucho muchas versiones del mismo cuento, escribo una versión ficticia, eligiendo lo que me parece más poético de cada una de ellas, respetando siempre lo que quieren contar. En todas las culturas se cuenta lo mismo de diferente manera.
—¿Todos los cuentos tienen que tener un final feliz?
—Todos los cuentos maravillosos tienen un final donde triunfa la justicia, se repara el daño y el que se ha puesto en camino se encuentra con lo femenino libre: la princesa. Por eso las niñas, que son más listas que nosotras, quieren ser princesas. Ellas, que no han perdido la relación con lo simbólico, saben que una princesa es la que elige.
—¿Pero lo del príncipe azul no ha hecho mucho daño?
—Eso es de Disney. Las mujeres de la montaña de León no cuentan cuentos donde haya príncipes azules. Los príncipes de los cuentos de viejas se conmueven ante la belleza de lo que está yerto, se ponen en camino porque hay un conflicto que asola a su gente, porque su padre está enfermo, porque a una mujer de su comunidad se la va a comer un dragón, nunca faltan a su palabra y solo se convierten en reyes cuando se encuentran con lo femenino. Es un error pensar que los cuentos tradicionales son los de Disney. Nunca despertó a una mujer el beso de nadie. A las mujeres nos despierta la maternidad, el dolor de otra mujer, una guerra o una revolución.
«El ámbito de lo femenino es lo oral; la noche, el fuego, que transforma lo crudo en cocido y la palabra en relato»
—¿Y cuál es la clave del éxito de Disney?
—Que quien pone delante de una pantalla a un niño es un adulto.
—¿Por qué hay tantos animales tan listos en los cuentos?
—En los cuentos de las mujeres el protagonista es el pequeño, el que no es más fuerte ni más guapo, pero es el más listo, el que más se conmueve con el dolor de los otros, el que no va centrado en la consecución del logro. En su objetivo, se detiene a conmoverse, a reparar un daño que no es el suyo. Es un ser tocado por lo femenino. No es el héroe de las leyendas ni de las baladas, cantadas por los hombres.
Es un ser pequeño, como esos animales sin garras, sin colmillos, que no son fuertes ni rápidos ni voraces. Son animales pequeños que vencen a los depredadores sin violencia, solo con su inteligencia y con su capacidad para reírse y burlarse de todos los depredadores. Son el erizo, el conejo, seres pequeños, héroes de lo cotidiano, como nosotras.
—Pero suele haber poco humor en los cuentos, ¿no?
—En los cuentos hay mucho humor; y erotismo, también. Contarle a los niños es una costumbre que tiene poco más de cien años. Los cuentos tienen cientos de miles de años, transmiten nuestra identidad y nuestra memoria. Los bakas llevan 250.000 años viviendo en África y todas las noches cuentan sus likanos, sus cuentos tradicionales.
—¿Por qué llamaste a tu editorial Los Libros de las Malas Compañías?
—Somos desobedientes, publicamos lo que nos da la gana y no lo que manda el mercado. Vamos a lugares donde nadie quiere ir y escuchamos a la gente a la que nadie quiere mirar. Escuchamos sus cuentos, ilustramos con ellos y le entregamos su porcentaje de autor en forma de un proyecto para su comunidad: una biblioteca, una cooperativa de mujeres, escuelas, comunidades de aprendizaje, hasta una bibliopiragua. Imprimimos en España y solo usamos papel que procede de bosques que se gestionan de manera sostenible. Por cierto, la Biblioteca Municipal de León se ha hermanado con nuestra bibliopiragua.
—¿Por dónde navega?
—Por el río Casamance.
—¿Es más difícil ser editora que escritora?
—Depende, pero en general ser editora es más difícil y sobre todo más ingrato. Desapareces para que otros brillen.
—¿Vives del cuento?
—Sí, vivo de escuchar, de recoger, de editar y, sobre todo, de contar cuentos, esos cuentos que hablan de que todos los caminos conducen a la justicia, que hablan de que el daño siempre se repara y de que, si permites el encuentro con lo femenino, solo entonces regresarás soberano de tu propia vida. Y es que, si no podemos contar un mundo más justo, difícilmente podremos reclamar la justicia.
—¿Tienes cuento para rato?
—Sí, porque, aunque las narradoras ya no estemos, nuestra voz seguirá viviendo en la memoria y en la voz de las que sigan contando. Mientras haya una mujer que cuente, mi voz, que es la de las que me precedieron, se seguirá oyendo.
—¿Tienes muchos cuentos en ‘lista de espera’ para publicar?
—En verano estuve en Bosnia escuchando. Y tengo el compromiso con los caboverdianos del Bierzo de ir a Cabo Verde a escuchar los cuentos que contaban sus abuelos, para que no se olviden de quiénes son. Y también estoy escribiendo un libro de relatos de mujeres, historias familiares escuchadas y vividas en León.
—¿Es el primero que no es de cuentos de ficción?
—Será ficción, pero basado en la experiencia. No serán cuentos maravillosos.
—¿Por qué el lobo siempre sale malparado en los cuentos?
—Porque los depredadores siempre son vencidos; los que se nos quieren comer, los que no nos dejan ser. Y fíjate dónde mueren: ahogados en el río, la corriente femenina que fluye, o quemados en el fuego, señorío de las mujeres que cocinan y que calientan su hogar.
—¿Son peores los lobos con piel de cordero?
—Son peores los lobos que se hacen pasar por tus amigos, que dicen amarte aunque lo que esperan es a que bajes la guardia para clavarte sus colmillos.
—Recoges cuentos en zonas desfavorecidas y haces proyectos sociales en esos sitios. ¿De cuál te sientes más orgullosa?
—Hicimos una intervención pública en un espacio público de Madrid donde había un conflicto por el usos de este espacio y lo transformamos haciendo un parque sonoro, donde se podían oír las voces de los vecinos contando o cantando, porque Carabanchel suena de muchas maneras. La capacidad de transformación social que tiene la escucha es increíble. Y la capacidad de generar redes que tienen los cuentos también es increíble.
«Es un error pensar que los cuentos tradicionales son los de Disney. Nunca despertó a una mujer el beso de nadie»
—Le cambiaste el cuento a Caperucita o a la ratita presumida. ¿Han gustado más o menos tus versiones?
—No, yo no les cambié el cuento.
—Pues contaste otra historia de ellas...
—Recogí versiones de las mujeres del sur de Francia en el caso de Caperucita. Y una versión de la rata del archiduque Luis Salvador de Baleares. Y escribí versiones ficticias con variantes de la misma zona. Cuento tradicional significa «que pervive en variantes». No hay un cuento de la Caperucita, sino miles de versiones. Por cierto que con ese nombre la versión es la de Perrault. Él sí que cambió el cuento, porque se la comen y punto. La verdadera historia de la rata que nunca fue presumida recibió un premio nacional al libro mejor editado y el New York Times lo incluyó en su lista de los mejores libros de 2021. Y la asociación de libreros de Estados Unidos lo incluyó en su lista Rise: a feminist book projet como uno de los libros más feministas del mundo.
—¿Para contar cuentos hay que tener buena memoria o tienes buena memoria por que cuentas cuentos?
—Hay que tener el corazón lleno de recuerdos y mala memoria, porque todo lo que olvidas lo pones tú. La creación poética en lo oral sucede cuando algo se olvida.