Diario de León

Miguel Paz Cabanas: «La realidad te ofrece motivos constantes para intentar darle esquinazo»

fernando otero perandones

fernando otero perandones

León

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cristina fanjul

Con Banksy estuvo aquí (premio Ramiro Pinilla), Miguel Paz Cbanas continúa de algún modo el círculo literario sobre el dolor que inauguró con Oración de la fiebre negra. En esta novela, el escritor se sumerge en la historia de un grupo de refugiados bélicos que luchan por salvar la vida.

—Eres el escritor leonés más premiado. Cómo compaginas tu trabajo de gestión en el Ildefe con la creación literaria?

—Hombre, el más premiado… Admitiré que he obtenido bastantes galardones y no caeré en la falsa modestia de decir que es fácil alcanzar ese reconocimiento y más cuando, como es mi caso, nunca he contado con los favores de ningún jurado. Respecto a lo que me preguntas sobre cómo compagino mi actividad profesional con la literaria, te confesaré que hace años le robaba horas al sueño, pero que ahora, lamentablemente, eso no es necesario porque duermo mucho menos: ¡Supongo que es el peaje de ir envejeciendo, que alguna ventaja, por mísera que sea, debía tener!

—¿Qué te aporta la literatura? ¿Por qué esa pulsión creadora?

—Yo escribo porque soy un cobarde, porque deseo huir de la realidad y de ciertas personas, y del espanto de la vida que nos ha tocado vivir (y eso que aquí, en España, o en una parte de Europa y en el Siglo XXI, somos unos privilegiados). Siendo ese el origen de la pulsión, coincidirás conmigo en que, por desgracia, la realidad te ofrece motivos constantes para intentar darle esquinazo. Eso busco inconsciente y denodadamente cada vez que me siento ante un folio crudo. Pero agregaré que también escribo por la perpetua y estéril necesidad de hallar, aunque solo sea en momentos fugaces, un átomo de belleza en todo lo que me rodea. A veces te lo proporciona un paisaje, una charla, una lectura o una canción, pero la vida, aunque pasa rápido, es larga y tienes que echar mano de algo más imperecedero: en mi caso, me aferro a mis relatos y mis poemas.

—Háblame de la novela y de la razón por la cual decides escribir sobre la guerra.

—Es curioso comprobar que, a diferencia del cine, la literatura no ha tratado el conflicto bélico con la misma frecuencia e intensidad que, por ejemplo, la violencia que se describe en el género negro. Eso no implica decir que no existan grandes novelas, incluso obras maestras, que lo hayan abordado, pero probablemente hubieran sido necesarias muchas más, o al menos más populares. En mi juventud, me conmovió mucho la lectura de Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, y poco antes de la pandemia me sobrecogió de modo brutal la maravillosa Vida y destino de Grossman, especialmente la descripción del sitio de Stalingrado. Después de concluirlo, y salvando las distancias, sentí la necesidad de escribir una historia ambientada en un lugar devastado por la guerra. Me interesaba, sobre todo, ponerme en la piel de civiles o de personas que, sin ser combatientes, tienen que luchar por su supervivencia. En ese sentido, Banksy estuvo aquí, sin dejar de ser un fresco sobre la guerra, es más bien una historia de personas enjauladas y acosadas por la misma, concretamente, la de un grupo de pícaros y buscavidas que intentan salir adelante en medio del horror, dando tumbos por campos de refugiados y lazaretos de campaña. Se dedican, literalmente, a ofrecer tours a tipos pudientes que pagan mucha pasta por «vivir la experiencia de la guerra», sin involucrarse directamente en ella. Y como broche, al final del itinerario, les ofrecen la posibilidad de ver un mural presuntamente atribuido al célebre Banksy. Puede parecer inverosímil, pero lo cierto es que la figura del «turista de catástrofes» (así se les llama) es real y alude a millonarios que sueltan miles de dólares por visitar escenarios bélicos o lugares asolados por terremotos: un poco como esos idiotas que quieren pisar la luna o el Everest a hombros de un sherpa cueste lo que cueste.

—¿Crees que estamos en guerra aunque no la veamos en nuestras calles?

—Hace un año esta pregunta se hubiese podido responder diciendo que, en términos geopolíticos y dada la cantidad de conflictos que existen en muchos continentes, «siempre estamos en guerra», pero es que ahora mismo es una realidad cruel e incontestable. Resulta desolador y patético ver que algunos políticos restan importancia a lo que sucede en Ucrania (la ultraderecha negando frívolamente sus repercusiones en la economía), o propone, cayendo en un pacifismo de bachilleres (propio de marxistas de salón), que pongamos la otra mejilla al sociópata de Putin. No soy tan iluso como para afirmar que Ucrania como país es un modelo de democracia y transparencia, pero en sus confines se está librando una guerra despiadada entre un régimen criminal y autoritario, y los valores nacidos en la Ilustración. Es terrible admitirlo, pero como ocurriera en los tiempos de Hitler, nos estamos jugando el futuro de Europa. Y ahora mismo, quien está poniendo los muertos para defender esos valores es Ucrania.

—¿Cómo te has puesto en el papel de un refugiado? 

—No caeré en la boutade de decir que todos, desde el sufrimiento, podemos imaginarnos lo que vive alguien en esa situación, porque no es cierto. Lo que pasa es que, volviendo a la guerra de Ucrania, la de Siria, o la del Yemen, a poco que uno se quede mirando sin cerrar los ojos las imágenes que proyectan en internet o televisión, te quedas sugestionado por el horror: no puedes ponerte en la piel de esas personas, pero como ser humano sientes un escalofrío que te moralmente extenuado, sin aliento. Hay una fotografía, entre cientos, de una mujer joven que entra en un hospital de Kiev con su bebé ensangrentado entre los brazos, que yo no olvidaré, nunca. Ya sé que hay miles de fotos iguales o peores, pero yo ahora me quedo con esa: representa el ultraje de la fuerza bruta aplastando a dos seres inofensivos y vulnerables (que es lo que son, en esencia, los refugiados).

—¿Cómo la anécdota de la obra (Banksy) transforma toda la historia?

—Se sabe que la obra de Banksy ha aparecido en muros de ciudades arrasadas por la guerra, como Alepo o, más recientemente, la propia Kiev. En la novela, uno de sus murales se convierte en un reclamo hipnótico para los turistas y en ese sentido la búsqueda de sus obras por parte de los protagonistas (que, como contaba antes, son un grupo de buscavidas) tiene algo de redención irónica y de pureza en medio del espanto. Banksy, o su leyenda, confieren a la novela un escenario fantástico y utópico, un punto de fuga surreal.

—¿Cómo has aprovechado tu experiencia vital para realizar la fotografía de un conflicto bélico?

—Ante un desafío literario como este, finalmente echas mano de todo lo que has leído, te han narrado (en mi caso, la memoria que de la guerra civil nos transmitió mi abuelo Cabanas) o has visto a lo largo de tu vida en imágenes. Algún crítico ha dicho que mis textos tienen un fuerte componente visual y en ese sentido soy deudor de muchos documentales y películas de ficción que me han marcado intelectual y emocionalmente. Hace un par de años, por sugerencia del editor y escritor leonés Gregorio Fernández Castañón, fui a visitar las ruinas de Belchite, que alguien tuvo la buena idea de dejar intactas como testigos del horror, y me sentí profundamente abrumado. Por desgracia, Europa ha sido cuna de conflictos ominosos y de un modo u otro todos hemos crecido con ese pasado que, por cierto, no conviene olvidar.

—¿Es poema en prosa o prosa poética?

—Quizá la segunda acepción sea la más adecuada, pues como creador intento que la lectura de mis obras, o la expresión formal de las mismas, suscite un placer estético en el lector. Aunque tampoco diría que estamos ante un texto definido por su prosa poética. No obstante, como sabes, empecé a escribir versos hace pocos años y de un modo u otro subyace una huella lírica en todo lo que emprendo. Me gustaría pensar que he conseguido describir la crudeza de la guerra sin renunciar a la belleza del ritmo y de las palabras. Pero eso, Cristina, deberán decirlo los lectores.

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