Diario de León

POEsía

Recuerdos heredados

tE ROBO LOS RECUERDOS Julia Conejo Eolas, León, 2018. 88 páginas

Publicado por
josé enrique martínez
León

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P oco antes de empezar el verano, dos hermanas poetas publicaron sendos libros de poesía: Te robo los recuerdos y El lector de Dostoyevski , de Julia y Ana Isabel Conejo respectivamente. Esta reseña versa sobre el libro de Julia, cuyo título alude al hecho de que sus poemas brotan de los recuerdos familiares robados a sus seres queridos, la abuela, la madre, los tíos.... La cita inicial de Eugenio de Andrade alude a ello: «No me he olvidado de nada, madre. / Guardo tu voz dentro de mí. / Y te dejo las rosas». Esas rosas son los recuerdos elaborados artísticamente y restituidos como poemas. Julia Conejo se hace eco de los recuerdos familiares y los entrega mutados en poesía. Por medio de esta, los historias evocadas por la madre y los tíos, recordadas y repetidas, se transforman en «mitos y leyendas familiares» que trascienden la mera anécdota cotidiana. Con tales historias, dice la poeta, quiere sentirse arropada ante los «gruesos nubarrones de añoranza», palabra que alude a la densa melancolía que se cierne sobre lo que ya se ha perdido.

Todo un grupo de poemas evoca los orígenes hasta donde alcanza la memoria familiar. Dos poemas me resultan especialmente atractivos: «Pareja de ancianos» y «Recortes»; los dos muestran los rotos cauces de la memoria, los retazos que va salvando apenas de los martillazos del tiempo y la vejez. Con la naturalidad con que escribe sus poemas, Julia descuelga hermosas metáforas: las historias de la abuela fueron reduciéndose a «esqueletos desnudos, / endebles andamiajes de madera / que sostenían la historia primitiva / con pinzas de palabras»; más tarde, cuando la memoria de la abuela «comenzó a resquebrajarse / fueron cayendo en llovizna dolorosa / sus frutos cotidianos». Otros «recuerdos heredados» enlazan con los siniestros días de la guerra civil y con los afanosos años de la posguerra: privaciones, pobreza, racionamiento, frío, infancias mutiladas, la distancia entre la triste realidad y los sueños alborotados por las lecturas infantiles... No son grandes historias, y todas van regidas poéticamente por la naturalidad, la sensibilidad y la delicadeza. La poeta suele añadir a las historias una especie de coda que amplía lo singular de las mismas hacia lo general o que pone un punto de emoción, cuando no de íntima tragedia, como ocurre con aquella maestra que día tras día, durante veinticinco años, cantaba el Cara al sol al comienzo de la clase, «mientras seguían matando a su marido / una mañana tras otra».

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