Diario de León

«Rulfo era muy inteligente y humilde»

l El catedrático leonés González Boixo publica ‘Juan Rulfo. Estudios sobre literatura, fotografía y cine’. El escritor leonés José Carlos González Boixo, experto en Rulfo, sobre el que acaba de publicar un nuevo libro, afirma que el autor mexicano, al que llegó a conocer, era muy culto, inteligente y humilde

El profesor y escritor leonés José Carlos González Boixo

El profesor y escritor leonés José Carlos González Boixo

León

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E l catedrático de la Universidad de León José Carlos González Boixo, especialista en literatura hispanoamericana, ha centrado su línea de investigación en México, particularmente en la obra de Juan Rulfo. En su último libro, Juan Rulfo. Estudios sobre literatura, fotografía y cine (Cátedra), no sólo analiza la faceta literaria del exiguo autor de Pedro Páramo, sino sus ‘pinitos’ en el cine y los años que se dedicó a la fotografía.

—Decía Juan Rulfo que la infancia es lo que más influye en el hombre...

—Sí. Tuvo una infancia muy dura. Su padre falleció cuando tenía tres años; y su madre, cuando tenía nueve. Ese sentimiento de orfandad le acompañó toda su vida. Las vivencias en esa zona rural de Jalisco dejaron una enorme influencia en su obra.

—Contaba Rulfo que en la infancia leyó toda la biblioteca del cura de su pueblo. Salgari, Dumas... los que calificaba como subliteratura. Y que la literatura la empezó a descubrir con los autores nórdicos.

—Fue un caso extraño y extraordinario de lector. Solo comparable con Borges. Ambos se definían más como grandes lectores. Rulfo desde la niñez leyó mucho, Salgari, Verne... Luego empezó a ser mejor lector con los grandes autores y se decantó por la literatura nórdica, algo no muy frecuente, tal vez porque el paisaje era opuesto a su mundo rural. También fue uno de los que mejor conoció la literatura norteamericana. Llegó a tener una biblioteca de 16.000 volúmenes; y se había desecho de muchos libros.

—¿Cómo adjetivaría a un escritor que odiaba los adjetivos?

—Rulfo era un poco maniático. Estamos ante un escritor perfeccionista. Eliminó todo tipo de descripciones y todo lo accesorio. La primera versión de su novela Pedro Páramo tenía el doble de páginas que en la última redacción. También en sus cuentos hay versiones previas y siempre vemos que elimina partes descriptivas. La faceta más importante es que estamos ante un escritor de literatura en esencia. Por eso sus libros se siguen vendiendo.

—¿Era Rulfo tan buen fotógrafo como escritor?

—Era un fotógrafo excelente. Entre los 20 y 30 años pensó en dedicarse a la fotografía profesionalmente. Alguna de las cámaras que llegó a adquirir eran profesionales. Trabajó para revistas y periódicos. Eran fotos de paisajes y monumentos que le pedían para publicaciones turísticas. A él le gustaban las fotografías artísticas en blanco y negro, como la de su gran maestro Manuel Álvarez. En los 60 hubo una exposición de sus fotos en Guadalajara (México). En 1980, en un homenaje que le hicieron en México, se hizo una exposición de 100 fotografías y a partir de ahí se han publicado numerosos libros con sus fotos.

—¿Llegó a conocer personalmente a Rulfo?

—Sí, estuve con él en dos ocasiones. En 1983 preparaba la primera edición de la novela y él estaba en un congreso con García Márquez. Me puse en contacto con Rulfo y tuve una larga entrevista. En la editorial Cátedra aparece una parte de la entrevista. Después, cuando le concedieron el Príncipe de Asturias hablé con él. Era un hombre muy educado, humilde y con una enorme inteligencia. Imponía respeto, pero era encantador.

—¿Los escritores del ‘boom’ latinoamericano y del realismo mágico han caído en el olvido?

—En este último libro, Juan Rulfo. Estudios sobre literatura, fotografía y cine, dedico una parte (unas cien páginas) para negar que en Rulfo haya realismo mágico. Sin entrar en ese tema, el éxito del realismo mágico fue con Cien años de soledad , de García Márquez, en 1967. Pero el resto del boom no pertenecían al realismo mágico. El realismo mágico supone un encapsulamiento de la realidad hispanoamericana como tercermundista. Se tiene la percepción de que existe la magia porque no son suficientemente civilizados. La generación del 90 lo rechazó vehementemente. Lo cierto es que dentro de la crítica europea se sigue utilizando el realismo mágico como una categoría que se confunde con lo fantástico.

—¿La faceta de Rulfo como guionista y fotógrafo es poco conocida porque así lo quería él?

—Era una persona muy amiga de sus amigos y poco dado a los grupos literarios. Era un hombre reservado. Cultivó la fotografía en los años 40 y 50 y después fue ya una actividad muy esporádica. En el caso del cine, a él le interesaba el mundo de la imagen y estuvo en contacto con directores mexicanos. Lo más importante que hizo fue un guion que le pidió Roberto Gavaldón. No escribió un guion directamente, sino una novela, El gallo de oro. Curiosamente, el guion lo hicieron García Márquez y Carlos Fuentes. Así que en un mismo proyecto nos encontramos a tres de los grandes de la literatura, que se llevaban muy bien. La película se filmó años más tarde y tuvo gran éxito, pero a Rulfo le pareció que habían traicionado su texto. Con otros proyectos experimentales sí se sintió satisfecho. Al final, también abandonó esta actividad.

—¿Hay algo que no sepamos de Rulfo?

—Rulfo se movía en un grupo reducido y no era proclive a participar en ambientes públicos, por eso, seguramente, habrá mucho que no sepamos. En los últimos años se han publicado varias biografías, pero tienen más que ver con su trascendencia literaria. No conocemos muchas curiosidades biográficas.

—Rulfo es un caso excepcional, porque prácticamente con una obra, ‘Pedro Páramo’, es un pilar indiscutible de la literatura universal...

—Sí, es un caso excepcional. Estamos ante un escritor con una obra muy pequeña. El Llano en llamas son quince cuentos que tuvieron un gran éxito; y Pedro Páramo solo tiene 150 páginas. El gallo de oro es aún más breve. Sin embargo, se siguen publicando de manera continuada las tres obras. En Cátedra acabo de corregir pruebas y va a salir la 32 edición de Pedro Páramo. Estamos hablando de más de 300.000 ejemplares desde 1983 y solo en una editorial. Los dos autores clásicos latinoamericanos fallecidos que más se siguen vendiendo son Borges y Rulfo; ni siquiera Márquez.

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