Diario de León

poesía

Sinfonía de alas en el aire

acorde Asunción Escribano X Premio de Poesía Fray Luis de León. Visor. 54 páginas.

Publicado por
josé enrique martínez
León

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S on cuatro los poemarios de la salmantina Asunción Escribano: La disolución (2001), Metamorfosis (2004), Hebra y sut ura (2012) y este Acorde premiado al que me voy a referir.

Al leer la poesía de Escribano, las primeras palabras que me vienen a la pluma son adjetivos como tenue, delicada, callada, clara, limpia, transparente... Son calificativos que aluden tanto a la palabra como a los sentimientos. Todo parece discurrir con la levedad de la luz resbalando sobre las cosas. Es la luz que se levanta con la mañana, que da comienzo a la mayoría de los poemas; la luz que despierta la mirada, el viento que emite susurros en las copas de los árboles, los pájaros que saludan con su intenso cantar, las campanas que suenan a lo lejos... Todo parece revestir de delicada levedad esta poesía que, sin embargo, resulta intensa de sentimientos y reveladora de una sensibilidad exquisita, abierta al asombro de la belleza, una belleza externa que parece signo de otra interior que anida en una intimidad sensible, contemplativa y emotiva. En ella percuten la luz y los sonidos, que a veces adensan la nostalgia de un tiempo de infancia apenas sugerido. Es en ese ámbito privado donde se muestra el gozo del mundo poetizado, el gozo de ver y de sentir, no como rotunda afirmación, sino con tono de íntimo temblor. La poeta canta el instante de belleza que rebosa el amanecer, la luz o el alboroto de los pájaros: ese momento «infinito, único y doliente», ese minuto en que «arde intensa la mañana» y que la poeta remonta al origen del mundo. El momento de la luz abriéndose en el horizonte, el momento en que se alza la mañana es el cantado insistentemente por la poeta, probablemente porque siempre ha representado el renacer, un renacer que puede remontarse a la creación del mundo, renovada en cada amanecer: «El mundo huele ahora a recién hecho», apunta la poeta. Acaso no haya mejor signo del gozo de la luz naciente que el recibimiento que le hacen los pájaros con su alborotado canto y su batir de alas, una «sinfonía de alas en el aire». El libro termina deseando que el gozo perdure: «Que a este universo fúlgido y hermoso / el júbilo lo sostenga para siempre».

La lectura de la poesía de Escribano infunde alegría de vivir. Nos hace sentir la belleza de lo leve, percibir «la cantidad de amor inmensa / que puede contener algo pequeño» y el acorde -como quiere el título- del sentir y del decir entre otras posibles armonías acaso más profundas.

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