Diario de León

El Ulises negro que nunca supo llegar a Ítaca

La editorial Fórcola acaba de reeditar la biografía de Eduardo Arroyo sobre el boxeador Panama Al Brown. 2 líneas. Filandó n nació y murió en la miseria, pero es uno de los héroes del mundo anterior a la segunda Gran guerra. es panama al brown, el antinoo panameño de jean cocteau, el ídolo caído, el boxeador que bailaba claqué,... «Este libro fue importante porque me metió de lleno en la literatura», asegura Eduardo Arroyo Nadie que escriba sobre Jean Cocteau deja de revisar la biografía del boxeador realizada por el artista leonés

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León

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Creo que el boxeo es un fiel reflejo de la altura y el descenso». La obra de Eduardo Arroyo no puede entenderse sin el boxeo. En la obra Exposición individual, enfatiza lo insoportable que le parece que de la biografía del escritor Jean Cocteau se saque a Panama Al Brown, el boxeador negro, panameño que fue campeón del mundo desde 1928 a 1935. «Inspira unos textos importantes de Cocteau, pero se le saca de la fotografía por ser deportista», añade.

La editorial Fórcola acaba de reeditar la biografía que el artista escribió en 1982 Panama Al Brown. Una vida de boxeador, en la que realiza un poema novelado de la vida de uno de los mejores deportistas de todos los tiempos y uno de los exponentes que con mayor claridad alumbran el tapiz cultural del mundo anterior a la Segunda Guerra Mundial.

Eduardo Arroyo enciende la mecha de la historia de uno de los titanes del siglo XX con la fábula de la construcción del canal de Panamá: «Cuando Kid Teófilo consiguió sacar su cabeza de mosquito por la escotilla del barco, el sol calentaba suavemente», escribe Arroyo en un arranque brillante que da una idea al lector de que la historia que está a punto de inmiscuirse no es la de un hombre normal.

No es el resultado de una improvisación, aunque lo parece, como todo lo que se engloba con la etiqueta, cada vez más complicada, de literatura. Arroyo invirtió más de diez años en estudiar y escribir la biografía de Alfonso Brown, desde su llegada al mundo, hasta la muerte, en la miseria más absoluta, en un tugurio de Harlem. Visitó las ciudades en las que combatió, investigó en los archivos del hospital en el que murió y visitó el cementerio en el que sigue enterrado. «Este libro fue importante porque me metió de lleno en la literatura», asegura Arroyo.

Una de las virtuosidades de la novela de Panama Al Brown es la pintura que realiza de los escenarios en los que se movió a lo largo de su vida. Hijo de esclavos de Estados Unidos, su filiación nacional se debió al viaje de su padre a Panamá para trabajar en la construcción del canal. La Odisea lo fue todo en la vida del boxeador, que Arroyo convierte en una historia épica, en la historia invertida de Ulises, porque Alfonso Brown salió de los infiernos para regresar a ellos,

Uno de los capítulos fundamentales del libro es el que cuenta el primer viaje del boxeador a Panamá como campeón del mundo. Le recibieron más de doce mil personas en el puerto y las autoridades le permitieron liberar a cuatro presos, dos mujeres y dos hombres: «Discursos, medalla de oro de la ciudad, ríos de champán, sirenas de barcos, bocinazos. El Año Nuevo se había adelantado al 18 de noviembre... Orquestas, banquetes con orquestas y, para terminar, los poetas... ¡Hoy, que vuelves a tu patria cubierto de gloria y de honores! ¡Te saludamos!». No está mal para un hijo de esclavos. Recuperamos la frase que sobre el boxeo pronuncia Arroyo, la que encabeza el artículo y defiende que el boxeo es la representación más fiel de la altura y el descenso. Porque la siguiente ocasión en la que llegue al puerto de Cristóbal, no habrá nadie esperándole, ni vitores, ni titulares, más allá de una breve nota en un periódico: «El silencio lo envuelve. Los trabajos de carga y descarga, la actividad portuaria, no se interrumpen. Las sirenas permanecen mudas. La rutina... El sol pega contra su ropa un poco más vieja...»

París no puede entenderse sin Al Brown, de la misma manera que Al Brown no habría sido sin París. Dice Eduardo Arroyo que el boxeador reunía en el velódromo de invierno, cada vez que protagonizaba un combate, a más de doce mil personas, — «era el alter ego de Josephine Baker»—. Su condición de homosexual, su ‘toxicomanía’ por malgastar la vida, por el lujo, por la frivolidad, su empeño en trabajar de manera irredenta —a veces combatía tres veces a la semana— le convirtieron en una de las figuras ‘pop’ de una época en la que a Warhol no se le esperaba aún. De hecho, el escritor Jean Cocteau se convirtió en uno de sus adoradores y cuenta Arroyo que una de las cosas que al escritor le fascinó de Al Brown fue que ambos habían nacido el 5 de julio, tenían la misma medida de cuello y usaban el mismo número de zapatos. «Para Cocteau eso era un signo».

La importancia que la investigación que Eduardo Arroyo realizó fue tan importante que nadie que quiera conocer la historia de Jean Cocteau elude la biografía de Al Brown realizada por el artista. Eduardo Arroyo logra, de esta manera, componer uno de sus collages a través de la palabra, un libro que será un crisol, un imprescindible, por tanto.

De hecho, la obra recupera el discurso que Cocteau dio con motivo de su ingreso en la Academia Francesa: «Al Brown es un misterio. En el campo del boxeo y en el de las letras hablamos la misma lengua»...

Todos los intentos de Cocteau por sacar a Al Brown de las fauces de Caribdis fueron en vano. El opio, el desencanto y su propia personalidad —un día sin champagne es un día perdido— le llevaron a que en su regreso a Ítaca no tuviera la más mínima posibilidad.

Pasó los últimos días de su vida en Harlem, visitando hospitales y hospicios. Murió el 11 de abril de 1951 en el hospital de Staten Islan de tuberculosis: «Murió sin un amigo ni un pariente conocido». Tres días después, sus amigos le pasearon durante dos noches por Harlem para «beber el último trago con ellos». Dice Arroyo que, incluso muerto, Alfonso producía algunos dólares...

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