Diario de León

Más hambre qu'el perro un ciego

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León

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La realidad supera a la ficción. Y a los medios de comunicación. Los procesos burocráticos son demasiado largos para quienes padecen el día a día como si fuera fin de mes. La comida de Junqueras o de quien se encargó de juzgarlo no llega ni al aperitivo de cualquier esquina donde una boca reclame ser atendida. Esa esquina donde el pobre llora sin bandera.

Entretanto, yacen las víctimas de esta falta de apremio, intentando ponerse a cuatro patas y escurrirse del suelo, aunque sea a gatas, para que la misma gente que llenó el Reino de León ante Las Rozas se aglutine en la plaza del pueblo a defender sus derechos. Que si investidura hoy, que si hasta mediados de 2020, el juego de siempre a expensas de los de siempre. Mientras se deciden, o no, un río de lodo arrasa León a sangre fría, dejando un Paint in Black en La Robla que se lleva hasta a las gentes de sus casas, dibujando un páramo del Oeste desamparado y ahogando a sus habitantes en el barro cuando una lechuga flota solitaria en zigzag hacia un bosque de álamos. Mientras se deciden, o no, la lluvia vuelve a empapar a esta ciudad con más fuerza que nunca, donde todo se ha vuelto del color Morano Boys y el agua cala en cada casa empujando a sus familias a escapar de una oscura tempestad que no vacila. Sin ser ombligo de nada, el mundo se hace trizas poco a poco en todas partes, incluida esta región, ante la atenta mirada triste de la naturaleza y entre la artificialidad de una sociedad desamparada y dirigida a encontrar la felicidad en las cinco cifras que sortea por azar un papelucho en pleno invierno. Valiente mierda más gorda nos vendieron, y valiente nuestro estómago con el que la digerimos a diario. Valiente la vida austera que llevaron mis abuelos, valiente sus rostros curtidos por el sol y el viento, valientes sus valores, sus principios, valiente su humildad y humanidad que tanto vacío dejan cuando vives en algo peor que Yo Robot, valiente esta involución del siglo XXI que camina como un zombie hacia ninguna parte, o hacia alguna en la que el hambre es más rápida y efectiva que el progreso político, y que la justicia. Ojalá pasaran gazuza y necesidad los que mandan y bajaran por un momento a ver la realidad.

Por ello, lo único que se puede pedir de propósito de año nuevo —y mira que no me gusta la Navidad— es que la vida resulte más equilibrada, que los ricos no lo sean tanto y que quienes no lo son, sean menos —en cantidad—. Que, como dicen en el sur, no pasen «más hambre qu’el perro un ciego». Si no se cumplen los deseos y continúa este The Walking Dead indefinido, será más fácil buscar el amor en una jarra de cerveza, en el amigo que vuelve a casa y te da un abrazo, en el perfume de tu madre, en el gintonic con tu padre, en la carcajada de tu hermano o en el deseo de la última morena que no pudo probar el asiento de atrás.

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