Diario de León

HASTA MARTE Y MÁS ALLÁ

UN AÑO QUE HARÁ HISTORIA. 2021 será el año de la primera misión del programa Artemisa y también en el que se intentará desviar un asteroide. Los destinos espaciales buscan nuevos retos de cara al futuro

Los proyectos espaciales previstos para este año supondrán un nuevo hito. nasa

Los proyectos espaciales previstos para este año supondrán un nuevo hito. nasa

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La Estación Espacial Internacional (ISS), la Luna, el punto Tierra-Sol L2, el asteroide Dimorphos, Marte, Júpiter... Los destinos de las misiones espaciales del año 2 después del coronavirus son tan variados como interesantes. La ya vieja ISS -su primer módulo se puso en órbita en noviembre de 1998 y está ocupada desde el 2 de noviembre de 2000- seguirá siendo el puesto humano avanzado en la última frontera, que diría Gene Roddenberry, el creador de ‘Star Trek’. Y será el destino de varios vuelos privados que, si todo va bien, harán historia. El complejo orbital está a las puertas de casa, a 420 kilómetros de altura -un poco más cerca que La Coruña de Bilbao, en línea recta-, mientras que, cuando en verano la sonda Juno prolongue su misión en Júpiter, el gigante gaseoso estará a unos 610 millones de kilómetros de nosotros, cuatro veces más lejos que la Tierra del Sol.

El primer gran reto del año está mucho más próximo en el espacio y en el tiempo. Se sitúa a unos 203 millones de kilómetros, distancia a la que se encontrará la próxima semana Marte, ese mundo que nos obsesiona desde que Percival Lowell creyó descubrir en él canales. Si nada falla, Perseverance se convertirá el jueves en el quinto todoterreno de la Nasa que explora el planeta rojo a la búsqueda de rastros de vida y de agua. Recién llegadas la sonda orbital Hope y la misión china Tianwen-1 (Preguntas al cielo) -su todoterreno no aterrizará hasta dentro de dos o tres meses-, estamos viviendo los preliminares a la llegada de los humanos a Marte. Hasta entonces seguirá siendo un mundo habitado por robots, como suelen recordar los aficionados a la exploración espacial.

A la legión de naves que ya orbitan y recorren el planeta para intentar desentrañar sus secretos y las tres que, si no hay problemas, llegan este año, se sumarán muchas más antes de que los primeros de los nuestros pisen sus rojas arenas. La Nasa y la ESA tienen claro el objetivo, que los primeros humanos lleguen a Marte antes de 2040. Hasta entonces, cada dos años, cuando los dos planetas están más cerca, despegarán misiones con destino a ese mundo. Pero, antes de que unos ojos como los suyos se asomen al Valles Marineris -el gigantesco sistema de cañones de 4.500 kilómetros de longitud, 200 de anchura y hasta 11 de profundidad- o vean recortada contra el cielo rosado la silueta de Olympus Mons -de 22.500 metros de altitud, dos veces y media el Everest-, hay mucho trabajo que hacer cerca de casa.

La iniciativa privada

Tanto los responsables de la Nasa como los de la ESA son conscientes del creciente papel de la iniciativa privada en la exploración espacial. SpaceX, de Elon Musk, Blue Origin, de Jeff Bezos, y Dynetics, una veterana contratista del Pentágono, son las firmas en estos momentos mejor colocadas para participar en el regreso a la Luna y los viajes más allá del satélite terrestre. La compañía de Musk ya ha demostrado con la Crew Dragon que puede transportar humanos a la plataforma orbital y de vuelta a casa. Tras la jubilación de los transbordadores en 2011 a consecuencia del accidente del Columbia, en el que murieron sus siete tripulante, Estados Unidos dependió de Rusia para llevar a astronautas a la ISS hasta que en mayo del año pasado Doug Hurley y Bob Behnken volaron a la estación en la Crew Dragon.

A esa primera misión tripulada de SpaceX, le siguió en noviembre la que trasladó al complejo a cuatro integrantes de la Expedición 64 y en diciembre, la primera misión de carga. No solo es una cuestión de orgullo nacional: a la Nasa le sale más barato comprar asientos en las naves de Musk que hacerlo en las rusas. La conquista privada del espacio, algo que hasta hace poco solo se planteaba la ciencia ficción, es una realidad para la Nasa y la ESA, que ven el asalto al planeta rojo no solo como una iniciativa multinacional, sino también abierta a empresas. El primer paso en esa línea son los viajes a la ISS, a los que espera sumarse pronto Boeing con su Starliner, que en marzo hará un vuelo de prueba no tripulado al complejo.

La Luna en el punto de mira

Con la Luna en el punto de mira y el objetivo de volver a pisarla en esta década, despegará en noviembre la misión Artemisa I. Será un vuelo no tripulado para probar tanto el SLS (de Sistema de Lanzamiento Espacial, en inglés), el cohete más grande jamás construido, como la nave Orión, compuesta por una cápsula estadounidense y un módulo europeo que hace habitable la primera. Los astronautas que viajen a la Luna descenderán desde la estación orbital Gateway, que todavía solo existe sobre el papel, en un módulo de aterrizaje construido por Blue Origin, Space X o Dynetics, firmas a las que hace un año seleccionó la Nasa para desarrollar esa nave. Aunque Donald Trump fijó el regreso a la Luna para 2024, es bastante improbable que tenga lugar antes de la segunda mitad de esta década.

La defensa planetaria es el objetivo de la misión DART de la Nasa, que despegará el 21 de julio. Su destino es Dimorphos, un asteroide de 160 metros que orbita otro, Didimos, de unos 800. En otoño de 2022, a unos 11 millones de kilómetros de la Tierra, la nave DART chocará contra Dimorphos para intentar cambiar su trayectoria lo suficiente como para que, si se dirigiera contra la Tierra, que no es el caso, variara su rumbo y se evitara así el choque. Un ensayo de cara a una futura detección de un asteroide potencialmente peligroso.

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