Diario de León

Tres años de vida menos 26 días en un sótano

RAMIRO

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León

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La pequeña Anna, de tres años, vivió atemorizada 26 días en un angosto y oscuro sótano bajo la protección de su abuela. La vigesimoséptima noche de encierro decidieron escapar y atravesar la frontera de Ucrania con Eslovaquia hasta llegar extenuadas a un punto de primera acogida de refugiados que se ha levantado con contenedores junto al parque municipal de Kosice, a 98 kilómetros del paso que atravesaron junto a otros miles de desplazados.

Anna, nombre ficticio de la menor a petición de las ONG que gestionan este centro, no hablaba y se pasaba el día meditabunda; sólo miraba al cielo. Pero una tarde todo cambió. El canto de los mirlos que se amontonan por decenas en los árboles del cercano parque despertó de nuevo su inocente sonrisa. Hasta que llegaba la quietud del anochecer. Gabi palideció.

Es maestro y dedica sus tardes a hacer de animador para los pequeños que llegan a este punto de corta estancia. Ayer mismo enseñaba a un grupo de guajes a hacer perros con globos, a realizar malabares, a jugar a los platillos volantes, y a evitar que utilizaran juguetes como espadas. Todo ello al ritmo de The Blues Brothers. El más travieso de los chavales que forma parte del grupo utiliza dos palos para seguir con talento de batería el tema Peter Gunn Theme.

La escena se vive en un pequeño patio de este centro. Los voluntarios reciben calurosamente a todo el que llega. Les identifican y les proporcionan todo lo necesario para saciar sus necesidades, que son muchas. «Por aquí llegaron a pasar 3.000 personas al día, ahora apenas llegan 200», comenta una de las voluntarias mientras el alcalde de la ciudad, Jaroslav Polacek, se autograba un vídeo recorriendo las instalaciones, que son las piscinas municipales de la ciudad. «En unos meses hay elecciones», ironiza la traductora.

Una foto rápida del lugar. Los barracones azules se encuentran a la entrada vigilados por la policía de la ciudad, un pasillo de cemento lleva hasta las mesas de las identificaciones. En el camino, ancianas con gesto desencajado, mujeres, siempre mujeres, con la mirada perdida tomando una sopa caliente o paseando al perro. Las mascotas tienen un lugar especial, con comida, agua y bozales. Después se pasa a una especie de sala de espera donde sólo hay mesas, sillas y conversaciones irreproducibles. Y gigantescas pantallas que marcan una parrilla con un sinfín de destinos que parten de la cercana estación de autobuses. A continuación están los productos de higiene personal: primero los de los niños y los ancianos, y después el resto. Ahí se acaba todo.

O empieza. Porque a partir del primer día que pasan en este centro se les busca un alojamiento estable. Pueden quedarse en Kosice, pero también pueden elegir destino donde les esperan familiares o amigos. El deseo es no partir demasiado lejos por si llega la paz. Pero no. Ya son muchos los que han decidido cambiar incluso de país.

Hay detalles estremecedores, sobre todo porque son ellos, los más pequeños, los que lo sufren. «Cuando pasa un avión se quedan mirando a ver qué pasa y nunca es motivo de alegría porque están en alerta permanente», explica Gabi, que tiene una caja roja donde sale magia. ¿Quién puede meter un cubo de Rubik sin resolver en una bolsa de papel, dársela a una niña para que la agite y sacar el cubo resuelto? Gabi.

Por aquí pasan muchos voluntarios españoles. Son estudiantes de Medicina o Veterinaria que acuden cada mañana con pequeños paquetes. Observan lo que falta y al día siguiente lo llevan, con la particularidad de que cada uno intenta hacer de sus paquetes un regalo que represente la idiosincrasia de su procedencia.

En Kosice, segunda ciudad eslovaca en población, las adolescentes llevan fundas de iPad de Louis Vuitton y las que se lo pueden permitir tienen en las mejores tiendas zapatillas de cristales de color rojo sangre de Swarovski por 4.500 euros. Esa especie de peste derrochona que domina cada rincón del mundo parece ajena a lo que está ocurriendo muy cerca, a sólo unos metros del centro de refugiados de primera acogida, donde todavía hoy resulta insoportable ver el digno sufrimiento de tantos ucranianos que han huido de la cruenta guerra iniciada por Rusia hace ya un mes y un día.

Al tiempo que la ayuda humani- taria enviada desde León atravesaba el paso de Vysne Nemecke para ser recibida por las autoridades del país vecino, Diario de León accedía en exclusiva a este centro situado muy cerca de la catedral gótica.

Da la sensación de que el tiempo se ha detenido entre estos muros y se siente que falta el aire, aunque quizá sea una sensación propia. La percepción de ahogo crece por segundos: un pequeño agarrado y escondido tras la pierna de su madre, una anciana bañada por una luz tenue aguanta el llanto rodeada de los suyos y con un carro de supermercado como medio de transporte de su equipaje, que son seis bolsas de plástico duro y una pequeña y vieja maleta. Basta con poner el oído unos segundos para decidir que hay que empezar a perfeccionar la mímica si queremos entendernos con los más viejos; los jóvenes hablan el inglés de toda civilización contemporánea.

Por la noche, de vuelta a la ciudad, un puente con candados amarrados a los barrotes, invita a pedir un buen deseo. El de este periódico, hoy que acaba el viaje por la frontera ucraniana, no hace falta escribirlo.

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