Diario de León

El arma electoral de Trump

Pese a los escándalos de los últimos años, la Asociación Nacional del Rifle sigue jugando un papel destacado en la política estadounidense por su influencia decisiva en el Partido Republicano

Una partidaria de Trump, en Florida. CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH

Una partidaria de Trump, en Florida. CRISTOBAL HERRERA-ULASHKEVICH

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El 15 de julio, Donald Trump recibió una buena noticia, una de esas que seguramente mejoran su impredecible humor. A su lujosa residencia en la Quinta Avenida de Nueva York llegó una carta. El remite indicaba que procedía de Fairfax, Virginia, y estaba firmada por Wayne Lapierre y Jason Ouimet. Desconocidos fuera de Estados Unidos, el primero es el vicepresidente ejecutivo de la Asociación Nacional del Rifle y verdadero mandamás de la organización desde hace tres décadas; el segundo preside el Instituto para la Acción Legislativa, una de las muchas ramificaciones de la organización.

En la misiva, expresaban su apoyo al magnate en la carrera contra Joe Biden por llevar las riendas del país: «En nombre de sus cinco millones de miembros, la Asociación Nacional del Rifle está orgullosa de apoyar su reelección como presidente de los Estados Unidos de América. Ha hecho más que ningún otro presidente para proteger el derecho que la Segunda Enmienda reconoce de tener y portar armas». La respuesta de un satisfecho Trump no se hizo esperar. Vía Twitter y en su verborreico estilo habitual, agradeció el apoyo y aseguró que impediría que «la izquierda radical les quite sus derechos, sus armas o su Policía».

Con cinco millones de miembros entre los que se mezclan defensores de la caza, milicianos, ultras de extrema derecha y libertarios; unos ingresos anuales superiores a los 300 millones de euros; un canal de televisión y varias revistas, la Asociación Nacional del Rifle lleva años siendo un actor destacado en la política estadounidense.

Fundada en Nueva York en 1871 por dos militares que aspiraban a que sus tropas mejoraran su, al parecer, dudosa puntería, hasta nueve presidentes han sido socios, incluido el propio Trump. Su objetivo no es otro que defender con uñas, dientes y, claro, armas la Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana.

Esta es la clave de su ideario: «Siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido».

El peso de este ‘lobby’ en la política nacional no se explica simplemente por las cifras que maneja. Según los datos de las elecciones de 2016, esos cinco millones de socios solo representan un 3% de los 137 millones de ciudadanos con derecho a voto. Tampoco sus contribuciones monetarias justifican la repetida presencia de Trump en sus congresos anuales.

En los comicios de hace cuatro años aportaron 11 millones de dólares al candidato republicano y 20 para actos en contra de Hillary Clinton, cifras ambas que se diluyen en unas campañas de dimensiones gigantescas que, para las elecciones de noviembre, rondarán los 600 millones de dólares de recaudación.

Entonces, ¿por qué Trump insiste en acudir a sus convenciones año sí y año también cuando ningún presidente norteamericano lo hacía desde Ronald Reagan en 1983? El politólogo Roger Senserric explica desde Conneccticut que la clave para entender su influencia reside en el papel decisivo que juegan en las primarias republicanas.

«Son un grupo muy movilizado que no tolera que los candidatos se salgan de la ortodoxia. Para ganar la candidatura, los aspirantes republicanos tienen que ser muy claros en su defensa de la Segunda Enmienda», explica el experto. Y añade que sus tentáculos alcanzan también al Senado, donde incluso los representantes demócratas de estados favorables a las armas tienen que apoyarles a riesgo de perder su respaldo electoral.

«Dos tercios o más de los estadounidenses son partidarios de regular el acceso a las armas. Los radicales de la Segunda Enmienda son una minoría, pero es el ejemplo de un grupo minoritario y movilizado que puede llegar a controlar la política nacional», subraya.

Activismo judicial

Hay otro aspecto en el que se deja sentir su influencia sobre la vida norteamericana. Es lo que Senserric llama «activismo judicial». Los republicanos suelen contar con el control del Tribunal Supremo, y son sus miembros quienes interpretan la Constitución en un sentido u otro. La lectura tradicional de la Segunda Enmienda establecía que ese derecho a poseer armas no era absoluto y que los estados podían regularlo. Sin embargo, una sentencia de 2008 desreguló ese derecho.

A un puñado de días para las elecciones, está por ver si su apoyo resulta tan decisivo como solía. Los sucesivos escándalos de los últimos años han debilitado su posición. El más grave ocurrió en 2018, cuando su entonces presidente, Oliver North, un exmilitar implicado en el escándalo del Irán-Contra, decidió llevar a cabo una especie de golpe de estado interno contra Wayne Lapierre, vicepresidente de la asociación desde 1991. North le acusaba de pasar cientos de miles de dólares en gastos por trajes, viajes a Bahamas, Italia o Budapest y hasta el piso de una becaria. La disputa se saldó con la salida de North y una nueva presidenta, Carolyn Meadows.

Como afirmara Charlton Heston cuando dejó la presidencia de la asociación en 2003, «solo me lo quitarán de mis manos frías y muertas». Se refería al rifle Winchester de 1866 que blandía en alto. Pocos, pero obsesionados y muy influyentes.

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