Diario de León

Biden clama unidad para curar a EE UU

El presidente electo pide una oportunidad a los votantes de Donald Trump, les garantiza que será el mandatario de todos, promete recuperar el respeto del mundo, eliminar el racismo y hace un llamamiento: «Es el momento de cerrar las heridas»

Joe Biden, su vicepresidenta Kamala Harris y la futura primera dama Jill Biden.  JIM LO SCALZO

Joe Biden, su vicepresidenta Kamala Harris y la futura primera dama Jill Biden. JIM LO SCALZO

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Fue como si se rompiese el maleficio y se disipase de pronto el manto de oscuridad que ensombrecía el país. Hasta el frío de noviembre dejó paso el sábado a un extraño día de verano, como el de la noche en que Barack Obama ganó la presidencia en 2008.

No era lo único que recordaba al primer presidente afroamericano. Sonaba Bruce Springsteen en los altavoces y el presidente electo rezumaba empatía al hablar de un país unido en el que no haya «estados rojos o azules», sino unos Estados Unidos que caminen hacia esa unión más perfecta de la que habla el preámbulo de la Constitución, firmado precisamente en Filadelfia.

«Dejemos que esta era de demonización en EE UU empiece a terminar aquí y ahora», invocó.

Joe Biden y Kamala Harris sabían bien que deberán su gobierno a los miles de manifestantes que todavía durante la noche del sábado —madrugada del domingo en España— seguían ocupando las calles con la algarabía de bailes y tambores con la que han asegurado que las juntas electorales sigan contando sufragios, pese a la intimidación de hombres armados y la tormenta de demandas que desató Donald Trump.

«Nuestra nación está en deuda con vosotros», les agradeció Harris al hacer historia como la primera vicepresidenta de Estados Unidos, y primera candidata de color.

Y no se lo agradecía sólo a ellos, sino a los millones de personas que «durante cuatro años os habéis manifestado y organizado por la igualdad y la justicia, por nuestras vidas y por nuestro planeta».

Esos que comenzaron a protestar en las calles de un noviembre mucho más gélido, cuando aún no costaba encajar que la anomalía del Colegio Electoral, los piratas rusos y las manipulaciones de las redes sociales le hubieran dado la victoria a un magnate irreverente como Trump. Continuaron con la marcha de millón de mujeres que descendió en Washington para su investidura y completaron con los mayores disturbios raciales desde la muerte de Martin Luther King, pero no terminó ahí, porque «entonces, votasteis», les reconoció Kamala Harris, de padre jamaicano y madre india, que encarna la diversidad de un país de vuelta a sus orígenes.

«Habéis elegido la unidad, la decencia, la ciencia y, sí, la verdad», se sonrió.

Harris volvió a tener palabras de agradecimiento y de orgullo por la oportunidad histórica que le han concedido los votantes.

«Estoy pensando en mi madre, Shyamala Gopalan Harris, y en las generaciones de mujeres negras que vinieron antes que yo y que creían tan profundamente en un Estados Unidos donde un momento como este es posible», reflexionó en Twitter en una línea similar a su discurso del día anterior, cuando lanzó un mensaje de esperanza: «Espero que todas las niñas que nos miran esta noche vean que este es un país de posibilidades».

«Soy la primera (vicepresidenta) pero no seré la última», les dijo en un mensaje claramente feminista. No fue el único. Su atuendo también: de blanco impoluto de arriba a abajo, el color de las primeras sufragistas.

«UN NUEVO DÍA EN AMÉRICA»

A partir del 20 de enero no habrá más acusaciones de ‘fake news’ desde el púlpito de la Casa Blanca. No se llamará a la prensa el enemigo del pueblo, se marginará a los científicos, se intimidará a los funcionarios ni se intentará domar al FBI, la CIA y el Departamento de Justicia como si fueran un cuerpo de seguridad privada. Ha costado mucho «dolor, tristeza y aflicción», reconoció, pero al fin «es un nuevo día en América».

Y como «Joe es un sanador, un unificador y una mano probada», le alabó, la noche del sábado tendió la suya a los votantes de Trump, que no son pocos, 70 millones, ocho más que en 2016. «Entiendo vuestra decepción, yo también he perdido un par de elecciones, pero ahora démonos una oportunidad. Es hora de poner a un lado la dura retórica. De bajar la temperatura, de vernos unos a otros, de escucharnos de nuevo», les suplicó.

Sabe que en los 72 días que le quedan hasta ocupar el poder Trump lanzará contra él la peor retórica y las estratagemas más miserables, pero espera navegar a través de su furia para poner en marcha un ambicioso programa de gobierno que empezará por rehacer mediante órdenes ejecutivas lo peor que ha deshecho. Reincorporar al país a los acuerdos climáticos de París y la Organización Mundial de la Salud, repeler el veto migratorio a los países musulmanes, devolver su estatus a los ‘soñadores’, reabrir el proceso de asilo y reunir a los niños separados de sus padres, según detalló ‘The Washington Post’.

Biden tiene también una deuda existencial con los afroamericanos tan fuerte que dio un golpe sobre el podium al recordarla. «Habéis vuelto a defenderme», les agradeció. «Siempre me habéis guardado las espaldas y yo os las guardaré a vosotros».

Fue esta población la que le permitió relanzar su campaña con una victoria en Carolina del Sur en febrero pasado, para conquistar la nominación del partido pese a haber perdido los caucus de Iowa y las primarias de New Hampshire. Y fue esta misma población, concentrada en las grandes urbes de Detroit (Michigan), Atlanta (Georgia) y Filadelfia (Pensilvania) la que le ha dado el empujón final en las urnas para adelantar a Trump por la mínima, pese a no haber ganado Florida.

«Es hora de sanar a EE UU», anunció. «De dar la batalla para controlar el virus, la batalla de la prosperidad, la batalla para asegurar la sanidad de vuestra familia, la batalla para alcanzar la justicias racial y arrancar el racismo sistémico, la batalla para salvar el clima, la batalla para restaurar la decencia, defender la economía y dar a todo el mundo en este país una oportunidad justa», aseguró.

En otras palabras, Biden se propone de inmediato recuperar el alma del país y el respeto del mundo, como si Trump no hubiera sido más que un mal sueño, un bache en un camino que no siempre se recorre en línea recta pero que el sábado recuperó el rumbo perdido.

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