Diario de León

Comienzan los funerales en Uvalde por la masacre

Los especialistas se esfuerzan en reconstruir los rostros de los niños asesinados, que están destrozados por las balas

Imágenes de las flores colocadas en cada una de las sillas de los niños asesinados. TANNEN MAURY

Imágenes de las flores colocadas en cada una de las sillas de los niños asesinados. TANNEN MAURY

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Durante más de un siglo la Iglesia del Sagrado Corazón de Uvalde (Texas) ha sido la piedra angular de la comunidad católica de esa población con profundas raíces mexicanas, pero ninguno de sus párrocos ha tenido nunca la inmensa tarea que recaerá sobre los hombros del padre Eduardo Morales: doce funerales en una semana. «Es como un gran funeral que nunca acaba», dijo el padre Eddie a la cadena NBC con una amarga carcajada que tuvo que explicar. «Me río por no llorar», aclaró. Donde no había sitio ni para el humor negro era en las dos funerarias que, desde ayer, sirven de capilla ardiente. Ataúdes pequeñitos de color blanco, alejados de las cámaras ante las que ya han llorado los padres de los 19 niños asesinados el martes pasado en la escuela de primaria Robb, por un adolescente huidizo y resabiado que no hubiera podido graduarse esa semana debido a su fracaso escolar. Para mostrárselos a sus padres los embalsamadores han tenido que hacer muchas reconstrucciones faciales con técnicas de tanatoestética. Así de destrozados dejó los cadáveres Salvador Ramos, que empezó disparándole a la cara a su abuela y ya no le tembló el pulso cuando entró en el colegio.

Una de sus primeras víctimas mortales en la clase de cuarto de primaria de la que solo salió una niña con vida fue Ameri Jo Garaza. Su padrastro estaba ayudando a socorrer a la niña superviviente bañada en sangre que pensó herida cuando se dio cuenta de que no tenía ninguna orificio de bala. «Me dijo que era la sangre de su mejor amiga. Ameri», rompió a llorar desconsolado Alfredo Garza ante las cámaras mientras abrazaba un retrato de la niña. «¡Era tan dulce! Tenía un corazón de oro. ¿Cómo se le puede disparar a una cara así?», se preguntaba desgarrado. El retrato se lo habían tomado esa misma mañana, cuando recibió uno de los premios honoríficos de fin de curso.

La pequeña acababa de cumplir este mes de mayo los diez años. Sus padres le regalaron el teléfono móvil que tanto les había pedido, sin imaginarse que le costaría la vida. Al escuchar al pistolero decirles «Vais a morir todos», la niña marcó el teléfono de emergencias y recibió un disparo en la cara.

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