Diario de León

Irak, la guerra interminable de EE UU

Biden se suma a la tradición de los últimos presidentes norteamericanos de anunciar el fin de una contienda eterna El país sirve de escenario político desde que los atentados del 11-S generasen la coartada para intervenir en la región

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Hace una semana, Joe Biden anunció el fin de las operaciones de combate en Irak para final de año. Al igual que hiciera en septiembre pasado Donald Trump, cuando redujo el número de tropas estadounidenses de 5.200 a 2.500, dejando este último contingente con la exclusiva misión de entrenar y asesorar al Ejército iraquí. También Barak Obama se permitió el lujo de zanjar el conflicto en 2011. Eso sí, de acuerdo con el calendario de salida que había firmado George W. Bush en 2008.

Todos y cada uno de los presidentes estadounidenses que han ocupado la Casa Blanca en los últimos dieciocho años han presumido de haber terminado esa guerra, pero son el primero y el último los que más han mentido.

Desde el «misión cumplida» de Bush hasta el «fin de las operaciones de combate» que anunciase Biden el pasado lunes durante la visita del primer ministro, Mustafá al-Kadhimi, Irak ha sido el escenario político que ha servido de telón de fondo a los diferentes mandatarios desde que los atentados del 11-S generasen la coartada para intervenir en la región.

Ni Biden ni Kadhimi respondieron a la pregunta de cuántas tropas quedarán en el país a final de año, porque en realidad el número no cambiará, admite el Pentágono. Como mucho, serán reclasificadas para satisfacer el guión que debe ayudar a Kadhimi a ganar las elecciones de octubre.

Desde el asesinato el año pasado del comandante iraní Qasem Soleimani a su llegada al aeropuerto de Bagdad, donde le esperaba Abú Mahdi al-Muhandis, exparlamentario iraquí y jefe adjunto de las milicias del Comité de Movilización Popular que respalda Irán, la indignación generalizada por la osadía del Gobierno de Trump, en flagrante violación de la soberanía nacional iraquí y de cualquier pacto existente, ha resultado en un clamor generalizado que demanda la salida de las tropas estadounidenses.

A los dos días de semejante magnicidio el Parlamento iraquí votó abrumadoramente en favor de una resolución que instaba al Gobierno a «acabar con la presencia de todas las tropas extranjeras en suelo iraquí y prohibirles el uso del suelo, aire o agua por cualquier razón». El primer ministro, Adel Abdul Mahdi, sugirió mantener «la amistad» con EE UU, pero las protestas contra el sistema político sectario y corrupto que se inició con la invasión estadounidense lograron su caída en mayo. Eso no detuvo la oleada de violencia que llevaron a cabo las milicias chiíes contra objetivos estadounidenses, desde la embajada en Bagdad hasta una escuelita de inglés americano en Nayaf. Su promesa de vengar la muerte de Soleimani forzando la salida de todas las tropas estadounidenses continúa.

Un mandato completo

En el terreno doméstico, Kadhimi no tiene nada que aportar en respuesta a las protestas que le llevaron al poder. Su único argumento es que no sería realista lograr semejantes transformaciones en un año, por lo que pide un mandato completo en las elecciones del próximo 10 de octubre.

Su activo es haber logrado acuerdos bilaterales con los gobiernos de Jordania y Egipto y la falsa salida de las tropas de EE UU.

Biden no tuvo inconveniente en concederle el anuncio. Kadhimi puede ser un presidente pusilánime, pero actúa como barrera para una mayor influencia de Irán en la región y busca calladamente mantener la colaboración con los norteamericanos porque necesita de su ayuda. El problema es que si gran parte de la prensa estadounidense entendió que se trataba de una farsa, aún más las milicias shías. «Cambiarle el nombre de fuerzas de combate a entrenadores o asesores militares es un intento de engaño», respondió Mohammad al-Rubai, portavoz de Asaib Ahl al-Haq, una de las mayores milicias iraquíes que respalda Irán, con 16 escaños en el Parlamento.

«Si bien la mayor parte de los medios se centraron en el anuncio del cambio de posición de las fuerzas estadounidenses, lo que hay que llevarse de esa reunión es que Washington y Bagdad buscan mantener su alianza estratégica y hacerla crecer», analizó Sarhang Hamasaeed, director de programas de Oriente Próximo en el Instituto de Paz.

La revista Político calificó «el acuerdo de retirada no retirada» y «teatro político». La agencia Efe, de «fraudulento». Diferentes fuentes del Pentágono admitieron que se trataba de «un gesto simbólico» en la línea de «un ejercicio de reinventar la marca para ayudar políticamente a Kadhimi», dijo Aron Lund, analista de Century Foundation. «Es un juego de apariencias», interpretó el último embajador de Bush en Irak, Ryan Crocker.

Oleada de atentados

Así de burdo ha sido el teatro. Kadhimi se ha marchado a casa con su pírrico trofeo, que le servirá para convencer a algunos durante la campaña y salvar la cara, pero no logrará detener la oleada de atentados que sufre el país desde que la mano de Trump deshiciera la poca estabilidad que se había logrado.

Durante los dieciocho años transcurridos desde la invasión, las tropas estadounidenses en el país han oscilado desde las 130.000 iniciales (acompañadas de casi 50.000 de distintos países aliados), hasta un máximo de 239.000 en 2006, durante el momento álgido de la violencia. Oficialmente los combates terminaron el 18 de agosto de 2010, cuando partió la última brigada de combate, pero la guerra se dio por terminada el 14 de diciembre de 2011, cuando Obama recibió a las últimas tropas en Fort Bragg. Para entonces, 4.500 estadounidenses habían perdido la vida y 30.000 resultaron heridos, en una guerra que costó a Washington dos billones de dólares.

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