Diario de León

Kiev deja el refugio y vuelve a la calle

La capital recibe la ‘reducción de operaciones’ entre explosiones, apertura de mercadillos, clases ‘online’ y despedidas en la estación

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León

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Mientras que en Estambul ucranianos y rusos negociaban una salida a la guerra, al norte de Kiev seguían llegando desplazados desde Irpín, Bucha o Hostomel, los tres grandes frentes abiertos, las tres grandes barreras defensivas que las fuerzas rusas no han sido capaces de superar después de un mes de intensos combates.

El anuncio de Moscú sobre la «reducción drástica de la actividad militar en las zonas de Kiev y Chernígov» como muestra de buenas intenciones para avanzar en el diálogo llegó a Kiev entre explosiones de la artillería. En la era de la posverdad, si la guerra es para el Kremlin una «operación especial», la retirada es una «reducción drástica» de su actividad bélica.

«Es una zona cerrada, no se puede pasar porque es peligroso». Era el aviso de los responsables de custodiar el único acceso al puente de Irpín. El alcalde de la ciudad, situada a las puertas de la capital, anunció su liberación el domingo. Pero, 48 horas después, el paso seguía bloqueado y los anuncios de Estambul, silenciados por las detonaciones. Algunos vecinos recibieron un permiso especial de la Policía para ver sus casas, pero fueron muy pocos y regresaron rápido.

La contraofensiva de Kiev ha forzado a Moscú a negociar desde una posición más débil que si hubiera tenido la capital sitiada, como planeó en un comienzo. No ha habido cerco y los constantes problemas logísticos, sumados a las emboscadas de las fuerzas especiales locales, le obligan a retroceder.

Con el enemigo más o menos cerca, la alcaldía de la capital sigue con su política de intentar recuperar cierta normalidad. Tras la vuelta a las aulas virtuales de los alumnos de primaria y secundaria, anunció la reapertura de los mercadillos en las calles en al menos cinco barrios.

La ausencia de ataques en los últimos días en el interior de la ciudad ha tenido un efecto balsámico entre unos kievitas que, por primera vez en un mes, recuperaron la sensación de poder hacer la compra al aire libre en los puestos de los agricultores y carniceros procedentes del anillo rural que rodea la urbe.

«No hemos subido los precios, al contrario. Vendemos algo más barato porque sabemos que la gente tiene ahora necesidades, le falla el trabajo y carece de ingresos», cuenta Víctor, carnicero que llega de una aldea al noroeste de Kiev, en plena zona de combates. Vende piezas de terneras y cerdos que él mismo cría y sacrifica en su granja. Se siente «feliz de poder ver a algunos de mis clientes de toda la vida que han decidido quedarse, esto está semivacío si lo comparas con lo que era antes, pero es un primer paso y una muestra de que resistimos y no nos vencerán», dice, cuchillo en mano, haciendo lomos de un pedazo de carne rosada.

Los vecinos desconfían de la prensa extranjera y temen que trabaje al servicio del enemigo. No se percibe miedo en las calles, ni siquiera la amenaza de un nuevo desastre nuclear extendida tras la toma de Chernóbil por los rusos sembró el pánico entre los kievitas que han optado por quedarse.

Como los mercadillos en las calles o la vuelta al colegio a distancia, las despedidas son también parte de la nueva ‘anormalidad’ instaurada en Kiev. Camila se abraza a Antón, que puede con la pequeña y su fusil de asalto. La niña tiene cuatro años y aprovecha cada segundo que falta antes de la salida del tren en la estación central en los brazos de su padre. Camila viaja con su madre hacia Polonia. Su padre, camionero que ha dejado el volante para alistarse, regresa al frente de Irpín, donde lleva un mes destinado. Camila no sabe nada de una «reducción drástica» de las actividades rusas. Lloriquea porque desde el 24 de febrero se ha producido un cambio drástico en su vida que le obliga a separarse de su padre.

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