Diario de León

La madre de Salvador Ramos, el autor de la matanza de Uvalde: «Tenía sus razones»

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Mercedes GalleGo | UVALDE

A nadie se le ocurre qué motivos podría tener Salvador Ramos para comprarse un par de rifles de asalto y liarse a tiros con los niños de entre 8 y 10 años que encontró en una escuela de primaria. Salvo a su madre, Adriana Martínez Reyes. Interceptada por las cámaras de Televisa a la salida de una iglesia donde buscaba consuelo, la mujer pidió perdón a las familias de los niños asesinados por su hijo. «Perdónenme, perdonen a mi hijo, yo sé que él tiene sus razones», afirmó con la voz temblorosa y los ojos rojos.

En la honda mirada hacia el alma de su sociedad, los estadounidenses culpan la laxa legislación de armas, la mala actuación de la Policía, la mala salud mental y, finalmente, el hogar roto en el que vivía. A todos les gustaría saber qué le pasó por la cabeza, pero su madre tampoco aportó muchas pistas.

«No sé lo que estaba pensando, él tenía sus razones para hacer lo que hizo y, por favor, no le juzguen, ni a él ni a mí». A ella, que también le falta un hijo desde el martes, se le ocurre más que a nadie pedir a sus vecinos «que se acerquen más a sus niños en lugar de poner atención a las otras cosas malas», pidió introspectiva. «No sé, no tengo palabras», se excusó, siempre en español.

La madre del chico nunca se imaginó que hubiera violencia detrás de la mirada huidiza y el carácter introvertido que incomodaba a su novio, Juan Álvarez, quien describió a NBC la relación de Salvador con su madre como «tumultuosa», aunque ella lo niega. «Era raro, nunca me llevé bien con él, ni socialicé con él. Cuando intentabas hablar con él se quedaba ahí sentado y luego se iba».

Tampoco su padre lo había visto en más de un mes. «Nunca esperé que mi hijo hiciera algo así», dijo.

En clase le ridiculizaban por su forma de vestir y le insultaban con apodos homófobos por pintarse la raya de los ojos. Su padre culpa a su exmujer por no comprarle ropa, pero Adriana trabajaba de camarera en un restaurante mexicano del pueblo y no parecía tener muchos medios. El chaval se compró unos guantes de boxeo y practicaba en el parque. Dejó de ir a clase. Tenía una actitud desafiante. «Le dije: ‘Mijo, un día alguien te va a patear el trasero’».

Desde que se peleó con su madre dormía en un colchón en el suelo en casa de sus abuelos, donde Rolando Reyes intentaba convencerle, sin éxito, de que fuera a clase. El viernes su promoción iba a graduarse, sin él.

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