Diario de León
María Fernanda Blanco que cumple arresto domiciliario a la espera de una sentencia definitiva por tenencia de drogas. ENRIQUE GARCÍA MERINO

María Fernanda Blanco que cumple arresto domiciliario a la espera de una sentencia definitiva por tenencia de drogas. ENRIQUE GARCÍA MERINO

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El incremento de la población femenina que cumple prisión por delitos vinculados a drogas en Argentina pone de manifiesto las tensiones de un sistema que no contempla el desamparo en el que quedan los hijos de las detenidas, que en su mayoría son el único sostén del hogar.

En una diminuta casa de San Fernando, a pocos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, María Fernanda Blanco cumple arresto domiciliario a la espera de una sentencia definitiva por el delito de tenencia de drogas para su comercialización. Hasta junio de 2020, Fernanda, de 51 años y madre de ocho hijos, estuvo alojada en uno de los tantos penales por los que transitó. Todas esas veces debió dejar a sus hijos solos o distribuidos entre familiares.

Fernanda conoció la cárcel por primera vez a los 24 años. En ese entonces ya tenía tres hijos y una expareja a la que había abandonado, harta de las constantes palizas a las que la sometía. «No tenía ayuda de nadie. Tenía una profesión, había estudiado repostería, panadería, pero por más que tengas la profesión que tengas, si no encontrás otra salida…» cavila.

Sin casa ni trabajo, y con sus hijos a cargo, optó por seguir los pasos de unos familiares que ya hacían narcomenudeo (comercialización de drogas al por menor). «Yo tendría que haber buscado ayuda en algún lado, pero no pensé que existía tampoco», manifiesta.

Años de cárcel

A lo largo de los años, ella y sus hijos pasaron por muchas cosas. Junto a dos de los entonces más pequeños, estuvo detenida varias semanas en un pabellón de la cárcel de Ezeiza, misma prisión donde años más tarde cursó parte del embarazo de su hijo menor, hoy de 10 años. «Ellos pasaron las mil y una, porque sufren más las consecuencias (...) en esta última causa a veces yo llamaba y estaban sin gas y a mí se me derrumbaba el mundo, es así la realidad», dice angustiada Fernanda.

Desde su encierro domiciliario actual, donde vive junto a varios de sus hijos, cose ropa para la parroquia y hornea pan y masas, labores, algunas de ellas, que aprendió en los cursos que ofrece la oenegé «Yo no fui», una de las pocas que ayuda a mujeres encarceladas. Allí Fernanda aguarda que la Justicia se expida sobre la apelación de su condena: «Estoy preparada para todo, para que digan, que la sentencia quedó firme o que estoy libre, nada es eterno, y mientras tanto voy a seguir haciendo buena vida y a tratar de que mis hijos empiecen junto conmigo», asegura.

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