Diario de León

Las niñas perdidas de India

Las oenegés denuncian que en los últimos años han desaparecido millones, asesinadas, vendidas, abandonadas o hechas desvanecerse por sus padres porque el precio de criarlas ha convertido su vida en algo inviable

Imagen de una niña menor de seis años que, milagrosamente, sigue viva. ASHIS ARORA

Imagen de una niña menor de seis años que, milagrosamente, sigue viva. ASHIS ARORA

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Nadie sabe dónde están las niñas que faltan en la aldea de Mahima, excepto la propia Mahima. La última vez que vio a una de ellas, la suya, salía de su vientre como el aborto de una hija no querida. De las demás, nadie sabe.

Faltan niñas en esta remota aldea del estado de Rajastán, y en el pueblo vecino, y en toda la India, pero nadie las busca. No las conocen. La mayoría están muertas o no han nacido. Durante los últimos 30 años, millones de niñas se han esfumado sin dejar rastro o han muerto antes de cumplir los 6 bajo la sospecha de haber sido asesinadas, vendidas, abandonadas, o hechas desaparecer por sus propios padres.

El precio de criarlas ha convertido su vida en algo inviable.

ASESINATO SELECTIVO

Sentada en su despacho, en el exclusivo barrio de Lodhi Estate de Nueva Delhi, una funcionaria de Naciones Unidas dibuja un diagrama con los sectores de la sociedad involucrados en las desapariciones. «Si te fijas, la línea pasa por las familias de las chicas, el Gobierno, la Policía, los hospitales, la economía. Todos están en esto y a nadie le importa», dice mientras conecta estos nombres trazando un círculo sin salida.

A finales de los años 80, unos informes sobre muertes de recién nacidas, con el cuello partido a las pocas horas de nacer, con leche envenenada o asfixiadas con sábanas empapadas, revelaron que se estaba llevando a cabo un asesinato selectivo de niñas en la India.

En 1991, el censo nacional disparó las alarmas. Los datos oficiales mostraron que había 927 mujeres por cada 1.000 hombres, cuando la media mundial era de 952 por cada 1.000.

Con el paso de los años, las brutales muertes parecieron desaparecer gracias a programas de vigilancia sobre las embarazadas hasta el parto, o cunas instaladas en los hospitales para que los padres dejaran a las bebés sin tener que dar explicaciones. «Si su bebé es una molestia, déjelo aquí», se leía en algunos centros.

Los casos de bebés asesinadas disminuyeron, pero la población de mujeres siguió cayendo.

La selección se ha propagado por casi todo el país. En julio de 2019, los registros de nacimiento en 132 aldeas del distrito de Uttarkashi, a unos 300 kilómetros al norte de Nueva Delhi, dejaron a la vista la efectividad de la matanza: de los 216 bebés nacidos en tres meses, todos eran varones.

Si hubiera que marcar las casas en las que al menos una niña desapareció, habría que señalar también la de Amisha, la esposa de un campesino con dos bueyes y media docena de cabras, distinguido en el pueblo por su relativa holgura económica.

A ella se le ve tres veces al día fuera de casa, cuando lleva a pastar a las cabras, o cuando sale a recoger agua de la bomba manual instalada en medio del campo. Su cuello estirado se mueve con el impulso con el que ondean los 30 litros que lleva sobre su cabeza.

Después de cargar los dos últimos cántaros para fregar los platos de la cena, se habrá ganado el derecho a hacer lo quiera, que con frecuencia no es más que desenredar el cabello de su hijo.

La melena larga y casi dorada de su hijo Ajay es una promesa que hizo a los dioses si su familia era bendecida con un varón, un delfín para el legado de esta familia que pueda alumbrar el camino de la muerte a su padre.

En el hinduismo, el hijo varón, o el marido en el caso de la muerte de una mujer, son necesarios en el rito de cremación para alcanzar la redención.

La responsabilidad de Amisha con la descendencia de su familia es mucho mayor que la de Mahima. Al estar casada con el hijo único de una familia de granjeros, tener al menos un varón era la única manera de asegurar el linaje de su marido y la salvación de su alma. La esposa de este campesino tuvo dos varones, con tres niñas intercaladas. Solo las dos primeras nacieron. La última se quedó entre un trapo viejo que contuvo la sangre del aborto provocado por la misma mezcla de mifepristona y misoprostol que consiguió Mahima.

«Criar a una hija es regar el huerto del vecino», dicta un popular refrán indio que apunta directo al sistema de la dote, el pago que los padres hacen por el matrimonio de sus hijas.

Irónicamente, las mujeres son las depositarias del honor familiar, y la dote es una muestra del estatus social que permite a los padres escoger entre los mejores pretendientes y hogares a los que pasarán a pertenecer sus hijas.

La dote es una de las principales razones por las que las niñas son vistas como una carga.

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