Diario de León

Las nuevas armas funden los poderosos tanques rusos

Centenares de carros de combate del Kremlin sucumben ante el uso de drones o lanzamisiles y se abre el debate sobre su papel en las guerras

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Una de las imágenes icónicas que ha dejado hasta ahora la invasión rusa de Ucrania es la de un grupo de civiles remolcando con un tractor un tanque enemigo. Un episodio de aquellos primeros días de la contienda convertido con el paso del tiempo y la marcha de la ofensiva en síntoma de que algo ha fallado en la estrategia de una potencia que se suponía la segunda más vigorosa del mundo.

Porque, ¿qué ha sido de aquella interminable columna de blindados que avanzaba amenazante hacia Kiev, haciendo sospechar que la capital podría ser arrasada en horas? ¿Se han quedado obsoletos los T-90, los T-80 o los T-72, antes símbolos del poderío militar? Las máquinas que comúnmente se conocen como tanques fueron concebidas por los británicos como vehículos para atravesar cualquier tipo de terreno y abrir brecha en las filas enemigas. Arietes que despejaban el camino a las tropas de infantería. Con una potencia de fuego sin igual hasta entonces y una velocidad sorprendente para la época, fueron desplegados por primera vez en el frente de batalla del Somme el 15 de septiembre de 1916, durante la I Guerra Mundial. Dejaron atrás a la caballería y en la segunda contienda global alcanzaron un desarrollo vertiginoso.

Según estimaciones de la inteligencia estadounidense, el Kremlin contaba al inicio de la ocupación con 12.420 carros de combate y otros 36.000 vehículos blindados. A priori, una fuerza incontestable. Pero, 37 días después, muchos analistas militares coinciden en que no se ha demostrado así en el teatro de operaciones.

Dejando a un lado el abandono de unidades por la acción de soldados inexpertos o la falta de suministros, han sido sistemáticamente eliminados por las tropas ucranianas. Según Oryx, una web de código abierto que sigue la evolución de los movimientos armamentísticos internacionales, solo en las primeras tres semanas de combates, Rusia perdió al menos 270 tanques. Esta cifra supondría casi el 10% de su fuerza activa en suelo ucraniano.

Y es que a sus debilidades conocidas, como los bazucas o las minas antitanque, se une el hecho de que en esta contienda han sido acosados por nuevas armas.

Las fotografías de decenas de carros reducidos a amasijos de chatarra por los drones Bayraktar se han hecho habituales. Los dispositivos turcos se han acreditado como una de las herramientas más efectivas contra los distintos tipos de acorazados desplegados por Moscú. Los misiles también los han azotado sin piedad. Claro, hablamos de los más sofisticados. Hasta la llegada de los Javelin, enviados por miles desde distintos países occidentales, el Ejército de Kiev utilizaba los Stugna-P. Proyectiles de fabricación local, más rudimentarios, que se lanzan desde un trípode y son guiados por láser para dar en el blanco.

Las hostilidades, además, se han trasladado a zonas urbanas, donde la maniobrabilidad de los tanques se ve muy mermada. A menudo quedan a merced de emboscadas y de los disparos francos de los Javelin o los NLAV. La empresa fabricante de estos últimos, Saab, detalla en su web que con ellos «se puede atacar desde casi cualquier posición; desde lo alto de un edificio hasta detrás de un árbol o en una zanja (...) 45 grados hacia abajo o desde el segundo piso de un edificio fuera del alcance de la mayoría de los tanques».

Los propios soldados describen su uso de forma muy gráfica: «Disparar y correr». Una sencillez destructiva que, según los analistas, ha «empoderado» a las tropas ucranianas, a las que también atribuyen la captura de un buen número de unidades para incorporarlas a sus filas.

El debate sobre su utilidad en las guerras modernas está abierto. Es cierto que la cifra de tanques destruidos en Ucrania es pequeña en relación al contingente movilizado por Rusia, pero también lo es que hasta ahora nunca se había visto tanto acero fundido.

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