Diario de León

Reyes, mandatarios y 4.200 millones de personas despiden a

LA REINA REPOSA YA EN WINDSOR.

La comitiva fúnebre llega al castillo de Windsor en medio de una auténtica multitud congregada para dar el último adiós a Isabel II. En la otra foto, los reyes de España, Felipe VI y Letizia, sentados en la misma fila que Juan Carlos I y Sofía. JON ROWLEY /RTVE

La comitiva fúnebre llega al castillo de Windsor en medio de una auténtica multitud congregada para dar el último adiós a Isabel II. En la otra foto, los reyes de España, Felipe VI y Letizia, sentados en la misma fila que Juan Carlos I y Sofía. JON ROWLEY /RTVE

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Fue el final de los ritos fúnebres que se han extendido durante diez días a raíz del fallecimiento de la soberana el pasado día 8 en el castillo de Balmoral. Westminster Hall, el más antiguo salón del edificio que aloja al Parlamento, cerró sus puertas a primera hora de la mañana a los ciudadanos que, desde el pasado miércoles, avanzaban en una larga cola para honrar el catafalco con el féretro de la fallecida. La procesión civil había sido el gran foco de los actos fúnebres desde su muerte súbita en la mansión escocesa.

Antes de que el féretro fuese transportado a la vecina abadía, la extensa familia de la reina, los monarcas europeos y presidentes como el estadounidense Joe Biden, el francés Emmanuel Macron o el brasileño Jair Bolsonaro ya ocupaban sus asientos. Les acompañaban jefes de las fuerzas armadas, exprimeros ministros y doscientos británicos galardonados por la Corona por su trabajo durante la pandemia.

Los 2.000 invitados asistieron a un funeral típico de los servicios religiosos solemnes de la Iglesia de Inglaterra. Lectura de salmos y fragmentos de la Biblia, y oraciones, acompañadas de música de órgano y las voces de los coros de la abadía y de la Capilla Real en el palacio de St. James. La primera ministra, Elizabeth Truss, y la baronesa Scotland de Asthal, secretaria general de la Commonwealth, que agrupa a países que pertenecieron al Imperio Británico, participaron en las lecturas.

La Iglesia de Inglaterra es la iglesia oficial del Estado desde su separación de Roma en el siglo XVI. Los primeros ministros eligen a los obispos entre los dos candidatos que les presenta una comisión, y el monarca los nombra. Veintiséis obispos se sientan en la Cámara de los Lores. Oficia funerales, bodas y coronaciones de la realeza. Está muy vinculada también a los regimientos militares, con una larga tradición de desfile, utilizada para inculcar disciplina en las tropas.

El resultado de esa combinación es que las ceremonias del Estado británico ofrecen a menudo un espectáculo llamativo. Pero el arzobispo de Canterbury, Justin Welby —que trabajó en empresas petrolíferas y bancos, se acercó más a Dios cuando su hija murió en un accidente y es considerado como simpatizante de la corriente evangelista—, dedicó su homilía a elogiar los efectos del cristianismo que profesaba la fallecida.

En una iglesia abarrotada de poderosos dignatarios, Welby comenzó su prédica afirmando: «La pauta de muchos líderes es que sean exaltados en su vida y olvidados tras su muerte. La pauta de los que sirven a Dios es que, famosos u oscuros, respetados o ignorados. la muerte sea la puerta a la gloria». Subrayó que el afecto mostrado hacia la reina se debía a su «abundante vida y a su servicio amoroso».

Un castillo vacío

Más adelante, volvió a dirigirse a los dignatarios que habían sido invitados a celebrar la vida de la monarca británica. «Es escasa la gente que sirve amorosamente en la vida corriente, pero líderes que sirven amorosamente son aun más escasos», les dijo el arzobispo. «Pero, en todos los casos, aquellos que sirven serán amados y recordados, mientras quienes se aferran al poder y a los privilegios serán pronto olvidados», añadió.

La Real Policía Montada de Canadá lideró, tras finalizar el funeral, la procesión del féretro desde el exterior de la abadía hasta el Arco de Wellington, un punto de cruce de los parques reales en el centro de Londres y de coincidencia de monumentos memoriales de la participación de tropas de Australia y Nueva Zelanda en las guerras mundiales. Les acompañaban regimientos británicos y representantes de las fuerzas armadas de otros países de la Commonwealth.

El fortalecimiento de esos lazos es importante para un Reino Unido que se ha desgajado de la Unión Europea. Los encuentros de estos días han contribuido a apaciguar los debates sobre una pronta independencia de la Corona británica que se están aireando en Australia y en países del Caribe. Hay quizás un impacto también beneficioso por la proyección pública de la adhesión de los británicos a sus instituciones. Ese mensaje, primordialmente doméstico, se repitió en el trayecto del féretro desde el centro de Londres hasta el castillo de Windsor. La cantidad de público congregado sobrepasaba claramente a las que acudieron a eventos alegres, como los matrimonios de Guillermo y Catalina, en la misma abadía, o de Enrique y Meghan, en Windsor. Solo el funeral de Diana, hace 25 años, podría acercarse en el tamaño de la movilización.

Las carreteras hacia Windsor y en el Largo Sendero que conduce al castillo estaban abarrotadas de un público que aplaudía a un féretro que avanzaba hacia el entierro. También, hacia el acto final de esta era isabelina. Fue despojado de su orbe esférica, del espectro (una vara dorada con un diamante de 530,2 quilates), de la corona imperial, de sus títulos.

‘La Más Alta, Más Poderosa, Más Excelente Monarca Isabel Segunda, por la Gracia de Dios Reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y de Otros Reinos y Territorios, Defensora de la Fe, y Soberana de la Más Noble Orden de la Jarretera’ es ya historia. Su hijo, Carlos, recuperará los instrumentos y los títulos con su coronación. Ocurrió en la capilla del castillo, en la parte final de un servicio religioso más íntimo, con presencia de familias reales y de empleados de la Casa Real británica, también de personas allegadas a la monarca fallecida. El féretro fue descendido a la cripta donde reposan los restos de su marido, Felipe de Edimburgo, su padre Jorge, su madre Isabel y su hermana, Margarita.

La congregación cantó el himno, ‘Dios salve al rey’. Y Windsor se vació. Isabel había residido allí los últimos años, hasta que se fue a Balmoral, pero no hay miembro de la familia que quiera vivir allí, aunque los príncipes de Gales y sus hijos, el duque de York, Andrés, y los duques de Wessex, Eduardo y Sofía, residen en el vecindario.

UNA DESPEDIDA MASIVA

El funeral de Isabel II cerró once días de luto continuo en Inglaterra, Escocia y los reinos de la Commonwealth. La expectación ha sido máxima en cada jornada y ayer, el día del velatorio, la asistencia superó todos los récords marcados. La cita contó con 2.200 invitados, 500 de ellos jefes de Estado y altos mandatarios de todo el mundo, pero la ciudadanía que aguardó en las calles y parques de Londres se lleva la palma. Dos millones de personas buscaron la mejor ubicación para presenciar el funeral y formar parte así de un acontecimiento histórico en la monarquía británica. Y 4.200 millones de personas viero en todo el mundo en directo los funerales de la reina de Inglaterra.

Cientos de ciudadanos desafiaron al Gobierno, que prohibió las acampadas nocturnas. Pero ningún londinense —e incluso de otros puntos del mundo— querían arriesgarse a perderse un momento como este. Es el caso de Janine Cleere, vecina de 47 años de Wiltshire, que acampó toda la noche con dos amigas. Ella no había asistido nunca a un evento real, pero esta vez era diferente. Quería sentirse «parte de la historia», experimentar la atmósfera y «presentar mis respetos», declaró al diario ‘The Guardian’. «Ella es todo lo que hemos conocido y no, ya no la tenemos, es muy triste. Lo siento por ella y su familia, por tener esa pérdida», lamentó.

La expectación fue máxima en esta gran cita. El funeral se retransmitió por televisión e incluso en más de un centenar de salas de cine repartidas por toda Inglaterra. También pudo seguirse en iglesias, teatros y pantallas colocadas en diferentes plazas. Entre 15.000 y 20.000 personas trabajaron en la organización, entre policías, asistentes y voluntarios, para recibir sin inconvenientes a los más de 2.000 invitados al velatorio -500 de ellos, jefes de Estado y altos mandatarios de todo el mundo-.

«Estoy aquí para despedirme de mi increíble reina y decirle que la amé toda mi vida», declaró Benny Hamedi, originaria de Irán pero residente en Surrey, al sur de Londres, desde hace más de tres décadas. Esta mujer de 55 años es una de las que aguardaba en las filas alrededor de la abadía de Westminster desde primera hora de la mañana. Emocionada, sujeta una fotografía de Isabel II con la frase: ‘Te extrañaré pero nunca te olvidaré, te quiero’. Hamedi pudo mantener un breve encuentro con el rey Carlos II, fuera del palacio de Buckingham, mientras éste saludaba a los asistentes.

Durante la procesión, una oleada de aplausos llenó las calles de Londres. Los padres levantaban sobre sus hombros a los niños para que pudieran ser parte de este momento histórico. Momentos antes de que comenzara el cortejo fúnebre, un crío que necesitaba ir al baño tras permanecer durante horas esperando junto a su familia le preguntaba a su padre con ansiedad «No vamos a perder nuestro lugar, ¿verdad?». Nadie quería perderse el acontecimiento. Ni siquiera la oportunidad de despedirse de Isabel II durante la capilla ardiente. Y es que cerca de 400.000 personas han pasado estos días por Westminster para dar su último adiós a la difunta monarca tras aguardar en colas kilométricas.

La última en despedirse de Isabel II en el hall de Westminster fue Christine Heerey, miembro en servicio de la Real Fuerza Aérea del Reino Unido (Royal Air Force). Y para ella fue todo un «privilegio», declaró a la cadena ‘Sky News’. «Decir adiós a la reina fue uno de los mejores momentos de mi vida», expresó con emoción.

Las lágrimas protagonizaron la jornada, desde el funeral en la abadía de Westminster, pasando por el último cortejo por las calles de Londres y culminando en una misa más privada -para unas 800 personas- en Windsor, donde a las 19:30 hora local (una más en la España peninsular) se enterró a Isabel II, cuyos restos reposan ya junto a los de su marido, Felipe, fallecido en 2021.

Todos los ojos estaban puestos en la comitiva. «Es una ocasión histórica, única en la vida», apostó Colar Oliver, que voló desde Bélgica para dar su último adiós a Isabel II. «Cuando pasa el ataúd y sabes que ella está adentro y nunca podrás volver a verla, es muy emotivo», dijo con lágrimas. «Ella nos dio 70 años de deber y servicio. Es el final de una era».

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