Diario de León
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Ya no hay ni red de abastecimiento, ni nieve que derretir, ni charcos que exprimir. Los civiles que aún permanecen en Mariúpol, Chernígov y en muchas poblaciones del sur de Ucrania soportan un bloqueo que los ha dejado sin lo más básico para la vida: el agua. Uno de los primeros objetivos en cualquier estrategia de guerra es destruir las redes de suministro básicas para la población. Un asedio de libro en el que el objetivo es matar de hambre y sed a la población enemiga. Y los rusos están en ello.

Las infraestructuras que llevaban el suministro a las casas han volado por los aires y los continuos cortes eléctricos acaban por dejar inservibles los sistemas. Y eso que como reconocía hace pocos días en un medio local la Asociación Ucraniana de Agua y Saneamiento, el país «lleva tiempo adaptando» sus infraestructuras ante la posibilidad de una guerra. «Hemos aprendido de la guerra de Crimea y el Donbás y hemos llevado a cabo análisis e investigaciones sobre la seguridad del sector en tiempo de guerra», confirman las mismas fuentes.

Aún así, hay lugares en los que ninguna previsión ha servido. Las autoridades de Mariúpol, con 400.000 habitantes antes de la invasión, y Chernígov, de casi 300.000 vecinos, intentan suplir el desabastecimiento con cisternas y puntos de suministro, pero no es suficiente. Más si se tiene en cuenta que los civiles que acuden a estos lugares son blancos fáciles. Los que logran escapar llegan a las fronteras de los países vecinos sedientos y con el relato de demasiados días sin poder beber. Sin lo más básico Desde Save the Children confirman que en los centros de acogida de la ruta que siguen los refugiados a través carecen de lo más básico.

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