Diario de León

Los últimos de Bajmut resisten solos

Los escasos 7.000 habitantes que quedan en la localidad ucraniana sobreviven en el subsuelo, enfrentados al miedo por el futuro de sus hijos si entran los mercenarios rusos

Unas palomas vuelan frente a los restos de un bloque de casas en la ciudad ucraniana de Bajmut. OLEG PETRASYUK

Unas palomas vuelan frente a los restos de un bloque de casas en la ciudad ucraniana de Bajmut. OLEG PETRASYUK

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La multitud que se congrega en la plaza de la catedral de Sloviansk asiste silenciosa al enésimo funeral celebrado en los últimos días. En esta ocasión se trata de un soldado —Denys Eduardovich Cochenko, de 22 años— perteneciente a una brigada médica que ha sido aniquilada por la artillería rusa mientras trataba de auxiliar a los últimos habitantes de Bajmut, la aldea por la que se baten a muerte los soldados de Ucrania contra los mercenarios rusos del Grupo Wagner.

El cadáver llega en un camión frigorífico de la Cruz Roja adornado con banderas ucranianas. Es transportado sobre un corredor de rosas depositadas por la multitud. Tras el oficio religioso, suena el himno, que no consigue acallar el desgarrador llanto de la madre del caído. Se aferra a su cuerpo rígido y besa sin parar la cara tumefacta hasta que, en un gesto de amor y piedad, los familiares la agarran y la separan del cadáver.

La batalla por Bajmut se ha convertido en el choque simbólico que define el momento presente —de estancamiento y encarnizamiento de los combates— de una guerra que promete durar largo tiempo. La población, perteneciente al óblast o región de Donetsk, que antes de la guerra tenía 70.000 habitantes, guarece ahora a unos cientos de civiles y a miles de soldados ucranianos que se baten uno contra diez contra las tropas rusas.

Los bombardeos con artillería, morteros y cohetes no cesan ni un instante, ni de día ni de noche. Las bajas por ambas partes se cuentan a diario por decenas, tanto que cunden las dudas sobre la necesidad de mantener la resistencia en un enclave que los aliados de la Otan consideran de poco valor estratégico, por más que por él pase la línea del ferrocarril.

«Los rusos —cuenta un voluntario sobre el terreno que declina identificarse— envían cada día de diez a cincuenta convictos de Wagner contra las líneas ucranianas. Apenas van armados, son balas humanas. Su sentido es otro: cuando son abatidos por las mejores tropas de Ucrania, estas quedan localizadas y es entonces cuando los rusos machacan las posiciones con su artillería. Ni siquiera esperan a que se vayan sus efectivos de allí. Les da igual. Rusia pierde miles de convictos que ya no tendrá que alimentar ni mantener, mientras Ucrania ve morir a decenas de hombres bien entrenados. Esto, en términos de ajedrez, es cambiar peones por damas».

Llegar a Bajmut no es sencillo. Por el norte, las tropas de Wagner conquistaron el martes la aldea de Blahodatne, muy cerca de Soledar, que cayó en enero. Y desde allí, atacan y amenazan la carretera M03, que viene desde Sloviansk. En esa misma zona desaparecieron el 6 de enero los voluntarios británicos Andrew Bagshaw y Cristopher Perry; después se supo que murieron cuando trataban de evacuar a los últimos civiles de Soledar.

Por el sur, los rusos están cerca de la carretera que une Bajmut con Kostiantynivka, y la barren de continuo con fuego de mortero. En este tramo fallecen soldados y voluntarios cada día tratando de mantener viva la resistencia en torno a una población que ya es uno de los símbolos de esta guerra.

El único cordón umbilical que le queda a Bajmut es una pequeña pista llena de baches y socavones, que parte desde la aldea de Chasiv Yar. Aún así hay quien califica la ruta como extremadamente peligrosa. Tras salir de un bosque, los vehículos deben pasar por un campo abierto, antes de bajar a Bajmut, que está en una hondonada. Es entonces cuando hacen aparición los drones rusos, que localizan a los vehículos, que son después acribillados por la artillería.

Lo mejor es llegar «en un día nublado para minimizar la capacidad de drones y satélites de localizar los coches», aconsejan los residentes.

Unos 7.000 habitantes resisten como pueden en el subsuelo, protegidos por miles de soldados que pelean contra el invasor desde trincheras heladas y pernoctan en búnkeres inundados a la luz de las velas. El combate cuerpo a cuerpo es casi siempre de noche. Pero los bombardeos no cesan ni un momento.

La muerte llega a su cita una y otra vez, sin que nadie pueda augurar qué casa será destruida o a quién le citará la parca. En las calles, como fantasmas, se ve a algún habitante que trata de sobrevivir al trance, como la anciana que corta leña en un parque céntrico, la joven que fuma asustada en la puerta del refugio asida a un trineo con el que acarrea los víveres, o el hombre contra un muro mientras acaricia a su perro.

Los expertos estrategas occidentales creen inminente la caída de Bajmut. Le confieren, no obstante, escaso valor estratégico, por más que sea un nudo ferroviario y un paso más hacia las ciudades vitales de Sloviansk y Krammatorsk. Rusia ha empezado a sustituir a los mercenarios del Grupo Wagner por soldados del Ejército convencional, que son parte de los 300.000 reclutas que fueron movilizados hace meses y que han sido entrenados y armados para la ocasión. Y es ‘vox populi’ que una gran ofensiva por parte de Putin parece inminente, tal vez, según fuentes oficiales europeas, «para el primer aniversario de la guerra, el 24 de febrero». Será, vaticinan, mucho antes de la llegada de los deseados tanques Leopard y Abrams prometidos por los aliados occidentales. ¿Qué pasará? Nadie lo sabe. Pero lo que está claro es que Bajmut es ya un infierno en la Tierra cuyo recuerdo perdurará.

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