Angela Rodicio
27 de enero de 2007, 1:00
Hace un año, el Movimiento de Resistencia Islámico, más conocido por Hamás, ganó por mayoría absoluta las elecciones generales palesti-nas.
Las primeras celebradas en una década, y sin Arafat y su paraguas de la OLP.
Observadores interna-cionales, liderados por el ex presidente de EE. UU. y activista por la paz Jimmy Carter, atestiguaban que fueron unos comicios limpios. Certificaban la legitimidad de los resultados y se miraban unos a otros preguntándose qué había pasado y por qué.
El error de cálculo fue mo-numental. Sobre el terreno, aquella conclusión era lógica: cansados de la corrupción de la Organización para la Libe-ración de Palestina, de las divisiones internas y de la sequía en el proceso de paz que los ha llevado a vivir en dos reservas, Gaza y Cisjordania, Hamás se erigió en la única garantía de supervivencia.
Escuelas, hospitales, suel-dos, becas... Hamás propor-ciona eso y más a los dos ter-cios de palestinos que viven por debajo del umbral de la pobreza. El 70%, con ingresos de menos de 2 euros al día.
Un año después se trata a la desesperada, huyendo del riesgo de guerra civil, de formar un gobierno de uni-dad nacional.
El presidente Mahmud Abas, de la OLP, y el primer ministro, Ismaíl Ha-niya, de Hamás, llevan doce meses estudiándolo.
¿Qué puede haber cam-biado? EE. UU. e Israel se preparan para atacar Irán y desean ofrecer al campo ára-be moderado, sus aliados tra-dicionales, una baza que dar a sus opiniones públicas: el precio es el apoyo a la forma-ción de un Estado palestino. Y han presionado a Siria para que empuje al líder militar de Hamás, que vive en Damasco, Haled Mishal, a reunirse con Abas.
Éste fue tachado de enemigo de la causa árabe.