Diario de León

Viaje al subconsciente de la ‘basura blanca’

Trump ha demostrado tener un gran instinto para manipular a los ciudadanos más atribulados por las crisis

El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, en la rueda de prensa para pedir el ‘impeachment’ de Donald Trump. PETER FOLEY

El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, en la rueda de prensa para pedir el ‘impeachment’ de Donald Trump. PETER FOLEY

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Tic tac, el reloj marca las horas con extraordinaria lentitud en el devenir de un país que enfrenta los peores momentos de su historia. Donald Trump es un animal peligroso, acorralado y sin salida, dispuesto a quemar la casa antes de dar el portazo. A medida que ha agotado las opciones legales para retener el poder, ha aumentado el peligro de prender la mecha en las calles, su último recurso. Y la inminencia de su salida no tranquiliza a quienes le conocen. Quien no tiene nada que ganar, nada tiene que perder.

En EEUU lo saben bien. Tras la crisis del 11-S, un amigo vicepresidente de una importante empresa mediática fue llamado al despacho de su superior, donde le comunicó acongojado que tenían que prescindir de sus servicios por razones meramente económicas. Al volver a su despacho se encontró con que la llave no abría. Le habían cambiado la cerradura durante el intervalo.

La frialdad con que la América corporativa lleva a cabo los despidos sin previo aviso añade ofensa al agravio. Al despedido se le cancelan las cuentas de correo electrónico antes de que lo sepa y se le retiran las credenciales. Solo le permiten llevarse unos pocos objetos personales en una caja de cartón, bajo la atenta mirada de un vigilante, siempre en nombre de la seguridad. El miedo a que el empleado resabiado robe secretos corporativos o sabotee los ordenadores de camino a la puerta anula cualquier destello de humanidad. Sin embargo, entre las elecciones del 3 de noviembre y la investidura del nuevo presidente este 20 de enero habrán pasado dos meses y medio, durante los cuales el hombre más poderoso -y peligroso- del mundo tendrá a su alcance todos los secretos de estado y hasta el famoso maletín nuclear con el que podría hacer saltar el planeta en pedazos. De hecho, la portavoz del Congreso Nancy Pelosi llamó el viernes al jefe del estado mayor para asegurarse de que no le permitirá hacerlo, aunque no está claro si podría evitarlo.

Constitución escrita a mano

En EEUU se vive bajo la letra de una Constitución escrita a mano antes incluso de que existiera el Salvaje Oeste. Por aquel entonces había que calcular los plazos para que los representantes políticos llegaran hasta Washington DC en diligencia desde puntos remotos del país, atravesando las Montañas Rocosas en pleno invierno. Los 232 años de la sacrosanta Constitución que los estadounidenses consideran intocable es una de las piedras angulares en la que descansan los problemas del país. Desde el ilimitado derecho a la libertad de expresión, que lo mismo impide perseguir a Trump por sedición que permitir al Ku Klus Klan atemorizar a los afroamericanos con capiruchos blancos y cruces en llamas; hasta el inviolable derecho a portar armas de todo calibre, que solo en 2019 dejaron 417 tiroteos masivos. Cualquier cambio de la Carta Magna tendría que ser aprobado por dos tercios del Congreso y dos tercios de todos los parlamentos estatales, una quimera en todo momento, mucho más en el clima político actual.

Cualquier país latinoamericano ha aprendido más en su historia de sobresaltos políticos que EEUU, siempre convencido de ser el faro de la democracia mundial con ingenuidad de Hollywood. Trump y su ejército de abogados han sabido explotar las lagunas legales, demostrar que el emperador iba desnudo y que la democracia estadounidense tenía más agujeros de los que nadie imaginaba.

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