Diario de León
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El convoy es eterno y la espera también. Primero los tanques, rasgando el asfalto con sus orugas y con los motores revolucionados como leones enfurecidos. Después una decena de blindados para transporte de tropas, seguidos de camiones con munición, una ambulancia y una camioneta blanca con un cartel en la parte posterior que reza ‘cuerpos’. Después llega el turno para una caravana de vehículos todoterreno sin distintivos del Ejército, con uniformados perfectamente pertrechados. Cumplido un mes de guerra, las fuerzas de Ucrania dejan de esperar a que los rusos se aproximen a Kiev y lanzan una contraofensiva que ha obligado al enemigo a retroceder.

Según las autoridades de Kiev, están a punto de retomar el control de Irpín y combaten por recuperar Bucha y Hostomel, pero por el camino a estas urbes van liberando pueblos más pequeños cada día. Decenas de coches de civiles esperan que pase el convoy para poder seguir su estela y cruzar el río Irpín por el único puente que queda en la parte noroeste de la capital, el resto los dinamitó el Ejército ucraniano para dificultar el avance enemigo.

«Queremos ir a ver nuestras casas, si están destruidas, saqueadas. Hemos visto en las noticias que los rusos se han ido de nuestro pueblo y vamos a comprobarlo», apunta un anciano conductor, acompañado de su esposa y un perro, al volante de un coche cargado de maletas.

Pasado el convoy, los voluntarios de la Defensa Territorial permiten a los coches seguir su camino. Volamos por el pequeño puente y enfilamos hacia el noroeste, en dirección a Makarev. En pocos minutos estamos en una carretera fantasma, con bosque quemado a derecha e izquierda. Lo que ha sido línea del frente durante cuatro semanas es ahora una zona inerte. Los puestos de control que encontramos están vacíos, la carretera agujerada por los proyectiles y las aldeas desiertas.

Avanzamos con la vista puesta en Yasnohorodka, pueblo de 2.500 habitantes que, según militares consultados en el paso del río Irpín, estaba en manos rusas hasta hace solo unas horas. Artillería y más artillería en el cielo. Trincheras a los lados. Este camino parece una línea que divide el tablero en el que rusos y ucranianos juegan su partida por Kiev.

Algo se divisa al final de una recta. Está aún lejos. Parecen bloques de cemento y sacos terreros. Hay dos banderas, pero no se distingue el color. En un segundo hay que decidir entre seguir o dar la vuelta. Seguimos. Metro a metro los colores amarillo y azul se dibujan en las enseñas. Alivio. Es la entrada de Yasnohorodka y lo primero que han hecho las fuerzas ucranianas tras recuperar el control es colocar la bandera nacional. No hay soldados a la vista.

Superado el abandonado puesto de control aparece la destrucción absoluta. La iglesia de la Virgen María está en pie, pero con la cúpula reventada y disparos en sus paredes. Frente a ella no queda una sola casa reconocible, son un amasijo de hierro, madera y todo tipo de enseres personales. Algunos perros deambulan entre escombros y cascotes.

En medio de la desolación aparecen Yevheni y su esposa Svetlana. Son realmente una aparición, como espíritus errantes en medio de la nada. Su reacción es buscar el calor de los recién llegados. Yevheni abraza a este enviado especial con la fuerza de un cortador de troncos y su mujer, mientras llora.

«Esta misma mañana han detenido a tres soldados rusos, hemos estado varios días bajo su ocupación, pero no tuvimos trato porque estábamos encerrados en casa, apenas nos hemos quedado treinta vecinos en el pueblo. Hemos pasado mucho miedo», comenta este hombretón a quien le salen las palabras entrecortadas.

De este tipo de escenarios huyen los millones de refugiados y desplazados que han dejado sus casas por culpa de los combates. La gran pregunta que se formulan Yevheni y Svetlana es si sus vecinos regresarán algún día.

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