Diario de León

A las diez en casa

La ciudad gana dos horas de vida

La ampliación del horario, después de 40 días de restricción impuesta por la Junta, llenó las terrazas y aumentó el movimiento en las calles, favorecido por la buena temperatura y la entrada del fin de semana

Los clientes aprovecharon el horario hasta el límite. FERNANDO OTERO

León

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A las ocho ya no son las diez. A las ocho, la batucada de las trapas abajo ya no atrona. A las ocho, un viernes de invierno que aspira a mirarse en la temperatura de la primavera, con 10 grados en el termómetro de Santo Domingo, las terrazas conquistan el paisaje urbano después de un mes y medio de confinamiento encubierto. A las ocho, la recuperación de las dos horas que hurtó al reloj la Junta el 16 de enero se saborea con el gusto de la nueva normalidad, tan sobada ya, y la sentencia por parte de la hostelería de que «con esto no llega», aunque resignados a que «cualquier noticia es buena». «Han abierto un 40% y, con el buen tiempo, quizá estos días se animen más. Pero lo que hace falta es que dejen hasta las doce, para poder dar cenas, y que abran la comunidad para la entrada de turistas», advierte Martín Méndez, mientras atiende la terraza en la que hay media docena de mesas en las que se ha animado a pedir mantel. «Otros años, en febrero, no teníamos ni las mesas puestas fuera», concede, asomado a Plegaria, desde donde se ve el semillero de terrazas de la plaza Mayor, donde se cotiza una silla al precio de un balcón en la mañana de Viernes Santo.

Por encima, en San Martín, el movimiento se atenúa al rebufo de los locales cerrados. «La mitad de la plaza está cerrada porque a quien tiene que sacar a la gente del Erte no le renta», como explica Roberto García, gerente del reformado Valdesogo, quien incide en que la ampliación es «un engaño porque en realidad es hora y media y el problema sigue al no poder dar cenas». «Menos es nada, pero esto no es un horario inglés. Hay algo más de movimiento, aunque le falta mucho para ser lo que era», analiza.

La zona del Cid notó ayer el estreno de las dos horas. FERNANDO OTERO

A media plaza se queda también San Marcelo, donde Laura Ordás y Fran Vargas no paran. Abrieron el martes, a favor del tiempo, y la ampliación les ha dado aire porque «sin estas dos horas era ruina». «El virus no sale a las ocho, ni a la seis, sino que está siempre» explica la dueña, convencida de que la atención a las medidas de limpieza y distancia da seguridad a los clientes. «A la hora vas sutilmente recogiendo, pero no les hace mucha ilusión levantarse», bromea sin perder pedido.

La escena se repite en todas las zonas: en la Pícara, donde hasta Raquel Rodero, del quiosco de Domi, admite que la ampliación «viene bien para todos, menos al coronavirus»; en Eras de Renueva, donde las terrazas lucen como si fuera julio; en La Chantría, donde se anotan despliegues de ingeniería para acotar la zona de mesas que ya quisieran como aislamiento en las chabolas de los altos del Duero y La Veguilla; en La Palomera, donde la media de edad universitaria se corresponde con el nivel de mascarillas a media asta; en la Calle Ancha, donde se cuentan los pocos comercios que han aprovechado para alargar horario, intercalados entre el flamear de las llamas de las estufas que simulan la subida al pebetero olímpico; en el Cid, donde hay colas para coger sitio en el que sentarse. María Fuertes, detrás de la barra de la Ruta Jacobea, admite que «son dos horas...». «Pero con esto no llega. Yo el restaurante lo tengo cerrado. Esto es un parche nada más», concede la hostelera.

Los clientes aprovecharon el horario hasta el límite. FERNANDO OTERO

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