Diario de León

Despoblación y fuga de talentos, una sangría que no cesa desde hace años

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León

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Cada vez somos menos y más viejos. Si nos damos una vuelta por las zonas de montaña de la provincia la sensación de estar en pueblos semifantasmas se agudiza. Buena parte de León, sólo tiene niños corriendo por sus calles apenas un mes en verano. La gran diáspora que comenzó a mediados del siglo pasado en busca de un futuro más esperanzador sigue ahora y lo peor es que no tiene un buen diagnóstico. Todo lo contrario. La realidad actual apunta a que el proceso de despoblación de León se agudizará en los próximos 15 años. El Instituto Nacional de Estadística (INE) prevé que la provincia bajará hasta 398.900 habitantes en 2035, con una pérdida del 13,28% respecto a los 460.001 residentes del último padrón. El ritmo es muy preocupante: a razón de 4.000 habitantes menos por año, León es la segunda provincia que más pérdida demográfica sufre después de Zamora, ambas en un noroeste cada vez más vacío. Despoblación, la España vaciada, la Siberia poblacional, son conceptos que acompañan la realidad leonesa en los últimos años y lo malo es que han venido para quedarse. Ahí hay mucho tajo por hacer. Muchísimo. Se busca retener población en los pueblos pero a la vez se ha producido en los últimos años una merma evidente en los servicios: colegios cerrados, consultorios médicos que desaparecen, oficinas bancarias que cierran. Acciones que, sin duda, no ayudan a que la gente joven regrese.

La falta de oportunidades y de un horizonte laboral estable ha provocado también que mucho talento leonés haya hecho las maletas. Talento de todo tipo: empresarial, científico o investigador. Un lujo que esta provincia no se puede permitir. La emigración a otras provincias no se detiene. Un total de 4.722 saldrán de León con otros destinos en el año 2034 según las predicciones del INE. El número de defunciones se aproximará ese año a 6.000 (5.919), mientras que el de nacimientos será de 1.771, lo que supone un saldo vegetativo negativo de -4.138. Unos números a los que es preciso dar la vuelta con el máximo apremio. O eso o el invierno poblacional más crudo.

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