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«El panteón pasa por tres manos»

La marmolería más antigua de León echa el cierre por falta de relevo tras sobrevivir al exilio del fundador, Álvarez Coque, y a la represión franquista de sus hijos. Su nieto dice adiós con orgullo.

Luis Álvarez Martínez, ‘Coque’, es el último de la saga de Mármoles Coque

Luis Álvarez Martínez, ‘Coque’, es el último de la saga de Mármoles Coque

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ANA GAITERO | LEÓN
León

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Mármoles Coque echa el cierre. La empresa que fundó Juan Antonio Álvarez Coque, concejal con Miguel Castaño, sobrevivió a la guerra y a la represión franquista pero no tiene relevo. El último de la saga, Luis Álvarez Martínez, se despide con orgullo: «No debo un duro a nadie y nunca entré en la mafia, somos gente honrada y trabajadora».

Coque, Carro y Castaño eran las tres ‘C’ del Ayuntamiento de León. Tres puntales del Partido Socialista y de la UGT que compartieron asiento municipal entre 1921 y 1936 en diferentes mandatos, el último con Miguel Castaño como alcalde.

Allá por 1895, Juan Antonio Álvarez Coque fundó la empresa que con el tiempo llevaría su segundo apellido, Mármoles Coque. «Era cantero y trabajó mucho en el cementerio viejo, el de la Avenida de Asturias», recuerda su nieto, Luis Martínez Álvarez, último de la saga de canteros dedicada al arte funerario.

Mármoles Coque echa el cierre por falta de relevo generacional. Su hija y su hijo tienen otros oficios y hace tiempo que tenía descartada la sucesión en la familia.

Luis Álvarez Martínez acaba de jubilarse. A su abuelo ni lo conoció. «Murió en el exilio, en Francia», confiesa. En 1936 era concejal del Ayuntamiento de León y teniente de alcalde. El golpe de Estado del 18 de julio acabó con la vida de su compañero y amigo, Miguel Castaño. «No le fusilaron porque no le pillaron», señala el nieto.

Al parecer, Coque supo de la detención de Castaño, ocurrida la noche del 17 de agosto de 1936 en el domicilio particular de quien era alcalde de León. «Cuando se enteró se puso con una mantas a las tapias del cuartel de Almansa, donde se resguardó para que no le cogieran en casa. Luego emprendió la huída hacia Cistierna y Asturias», añade.

El frente norte fue el refugio de muchas personas que temieron por su vida. Poco más se sabe del recorrido del cantero leonés de cuyas inquietudes sociales y políticas dan buena cuenta las crónicas de los plenos municipales de los años 30. «Sabemos que finalmente se instaló en Rouen y que trabajó restaurando la iglesia hasta los 80 años para conseguir una pensión», relata.

En Francia formó una nueva familia y, poco a poco, con la amenaza de la represión encima, su figura se fue diluyendo en el tiempo y la distancia. «Tuvimos un contacto mínimo. Eguiagaray, que fue alcalde de León, lo vio varias veces que fue a Francia», apunta el nieto. Una imagen borrosa de su abuelo, un hombre con bigote y de mirada firme, es el único recuerdo que guarda, ya muy gastado, del abuelo Coque. Según los datos que obran en el Centro Nacional de la Memoria Histórica fue indultado en 1959.

Habían pasado 20 años desde el fin de la Guerra Civil. Y casi tres más desde que huyó de León. Era ya un octogenario. Nunca regresó a su tierra. Sus restos reposan en Francia como los de tantos españoles que emprendieron el camino del exilio.

Miguel Castaño fue fusilado el 21 de noviembre de 1936 en Puente Castro, tras ser sometido a un consejo de guerra con otras catorce personas, entre ellos el presidente de la Diputación, el berciano Ramiro Armesto. «A Carro lo fusilaron en las tapias del cementerio de Mansilla de las Mulas», cuenta el nieto de Coque, tal y como le transmitió su padre, Antonio Álvarez Fernández, quien aprendió el oficio y también se dedicaba a la cantería. Era uno de los cuatro hijos vivos de Coque, de un total de 21 que vinieron al mundo, y al igual que su hermana María y su hermano Julio sufrió la represión en sus carnes.

«Mi padre estuvo seis o siete años en San Marcos, mi tío en Santoña y a mi tía Maruja la apartaron de la enseñanza y luego la rehabilitaron. Se jubiló con la Orden de Isabel la Católica. A su marido, en cambio, nunca le repusieron en el puesto y murió de pena a los diez años», explica el nieto de Coque.

Terribles historias de la guerra civil aún siguen enterradas en las cunetas, en los archivos y en la biografía de familias enteras como los descendientes de Álvarez Coque. La casa familiar, una humilde vivienda de las «casas baratas de Mariano Andrés», fue incautada por el régimen franquista y adjudicada a una familia de la Benemérita. Todos los bienes incautados.

Antonio Álvarez Fernández, que tenía 24 años en 1936, salió de San Marcos y volvió al taller, la nave que el abuelo había levantado frente al cementerio de Puente Castro. Primero con el hermano que regresó de Francia y después en solitario y ayudado por sus hijos, Antonio y Luis, levantó otra nave. La que ahora se cierra.

Antonio y Luis entraron pronto a trabajar con el padre, con apenas 13 o 14 años. «Y se ha vivido de ello. Mi hermano Antonio se jubiló el año pasado. Ahora está muy difícil el sector. Nosotros nunca nos hemos dedicado a la construcción (sólo algunas encimeras de cocinas) pero está muerto. Nos hemos dedicado toda la vida al arte funerario. Nos decían los otros: Os habéis quedado sólo con el cementerio y, al final, todos al cementerio», cuenta a modo de balance Luis Álvarez Martínez.

Ser pequeños ha tenido sus ventajas. «No debemos un duro a nadie, yo no sé lo que es pedir un crédito, sólo con el dinero en la mano y lo que hacíamos, lo hacíamos en condiciones. Hemos llevado la nave a feliz puerto», abunda. Con tan sólo tres facturas sin cobrar y, lo que es peor, de conocidos o amigos.

«Mi padre decía que los tiempos malos traen los buenos tiempos, pero esto no es una crisis, es un ciclón», apunta mientras enumera las anteriores crisis a las que sobrevivió la empresa: «Nos tocó la del 88 con 3,5 millones de parados y nos pegaron un paquetazo las funerarias de Asturias. Un encargo de lápidas por 6 millones de pesetas y nosotros con el material en el camión y ellos sin el dinero», cuenta. Al final, salvaron.

Sus mejores recuerdos los tiene de la mayoría de sus clientes. Siente orgullo de haber «dado un duro a nadie» por contratos. «No hemos entrado dentro de la mafia: somos gente honrada y seria. A muchos los puedo señalar con el dedo. Lo nuestro ha sido una lucha titánica para poder sobrevivir».

«Hemos vivido del cementerio, no quisimos meternos en la construcción porque había líos para cobrar», explica el que cierra la saga de canteros. Le entristece ver en lo que ha parado el oficio: «Ahora el panteón pasa por tres manos. Lo controlan todo las funerarias».

Se ha perdido la relación directa con muchos clientes y las empresas de marmolería de la calle del cementerio han venido a menos. Coque cierra un ciclo de más de un siglo en la historia de la piedra en León. «He trabajado tanto... No de sol a sol, pero sábado y domingo mañana infinidad de ellos». Sólo pide salud para disfrutar de su familia y de sus dos grandes aficiones: la caza y la pesca, «mi válvula de escape por excelencia». No lo ha debido de hacer mal porque tiene varios trofeos: campeón provincial y campeón y subcampeón autonómico y subcampeón de España en caza. Ha llegado a cinco campeonatos de caza y cuatro de pesca.

Ahora concluye su vida laboral con orgullo. «He sido un fenómeno para mí mismo», dice rememorando su trayectoria: «No me gustaron los estudios. Hice hasta tercero de bachillerato y luego hasta sexto en el nocturno. He leído y creo que tengo una cultura mediana. Me he defendido a nivel de negocio, llevando además oficina, presupuestos y contabilidad. Creo que he sabido rectificar los errores», concluye. Hace cinco años, el negocio que cierra «habría valido algo, ahora nada». Corren tiempos difíciles.

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