Diario de León

Mefistofele. El ‘diablo‘… de Fiat

Dos récords de velocidad aún vigentes desde hace casi un siglo

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JAVIER F. ZARDÓN

Mitad coche… mitad avión. Ernest Eldridge y el Romanticismo y el Doctor Fausto y Goethe (Johann Wolfganf von…) y el enemigo de la luz… ‘Mefiz-Tofel’. Puede que no tan wagneriano —el Fiat—, aunque igual de asombroso —el Mefistofele—.

Si puede soñarlo… yo puedo construirlo. Durante los sombrosos 20 —del siglo pasado—, muchos jóvenes de familias nobles, con sed de gloria y aventura vieron en tecnologías novedosas como las del automóvil o la aviación un campo perfecto para inscribir su nombre… en la historia, Eldridge fue uno de ellos… y consiguió su objetivo gracias a un vehículo único: el Mefistifele, con el que lograría batir varios récords mundiales en 1924.

Nacido en el seno de la alta burguesía londinense, Ernest abandonaría sus estudios para luchar en la Gran Guerra como conductor de ambulancias, aunque también hay historias —¿leyendas?— que lo sitúan en el Cuerpo de Artillería Francés.

Tras el conflicto bélico, Eldridge viviría intensamente sus dos grandes pasiones; un amor por las emociones —fuertes— que lo llevaría al mundillo de la competición, con un único objetivo: establecer un récord de velocidad capaz de permanecer en el tiempo, adaptando un motor de aviación a un coche de carreras.

En una suerte de ‘hágalo usted mismo’, en una época en la que los ‘gentlemen drivers’ no contaban con los medios, humanos ni técnicos, para optimizar sus ‘inventos’, nuestro protagonista daba un primer paso en 1921: un motor de 240 CV capaz de alcanzar los 150 por hora de punta.

A renglón seguido, el 6 cilindros (21,7 litros) del Fiat SB4 se mostraba imbatible en los aviones de reconocimiento SIA 7B, Fiat R2 o bombarderos como el Caproni Ca 44; así que, utilizando como ‘base’ un accidentado autobús londinense… nacía el Mefistofele: 350 CV.

Las espadas en todo lo alto: 5 de julio de 1924, el Mefistofele lograba un récord: 230,55 por hora en una pista de tierra, plusmarca que no se homologó porque… ‘el diablo’ no tenía marcha atrás, requisito imprescindible que tampoco desanimaría a Eldridge, por mucho que lo intentasen sus retadores: el fabricante Delage y su piloto René Thomas, varias veces ganador de las 500 Millas de Indianápolis.

Siete días después, el 12 de julio, un herrero local incorporaría ‘esa’ marcha atrás; la revancha estaba servida: 234,98 por hora… el Mefistofele entraba en la leyenda con una marca en carretera que, casi un siglo después, aún sigue vigente.

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