Diario de León
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Pocos modelos como los Alfetta 158 y 159 han representado tanto, y tan bien, el espíritu deportivo de Alfa Romeo en las pistas de carreras.

Desde su debut en la ‘Copa Ciano’ de Livorno (1938), con el triunfo de Emilio Villoresi, los monoplazas del Portello ‘arrasaron’ allí donde participaban.

Tras aquella victoria en Livorno, Emilio Villoresi (hermano de Luigi, otro ‘imprescindible’) volvería a ganar, en Monza, el Gran Premio de Milán (147,5 por hora de media) mientras Severi le daba a Alfa la segunda plaza.

La siguiente temporada (1939) se construirían otros cuatro coches para, a finales de julio de ese año, volver a repetir victoria en la ‘Copa Ciano’ con Nino Farina… futuro Campeón del Mundo cuando se crease el certamen.

La ‘Copa Acerbo’, en el circuito de Pescara, sería el siguiente escenario para los Alfetta: ganaba Clemente Biondetti, seguido de los demás ‘alfistas’( Pintacuda, Farina y Severi).

Aquellos pequeños Alfetta, inicialmente inscritos en la categoría de ‘Voiturettes’, plantaron cara —¡y cómo!— a los todopoderosos Mercedes (Lang, Caracciola y Brauchitsch) y Auto Union (Müller y Nuvolari).

En 1940, con Europa en guerra, todavía se disputarían algunas carreras: Farina firmaba victoria en el Gran Premio de Trípoli, justo por delante de sus propios compañeros Biondetti, Trossi y Pintacuda.

Una vez finalizada la contienda, en 1946, Alfa volvería a las pistas… con total autoridad, para anotarse, en 1948, cuatro relevantes victorias: Grandes Premios de Suiza y Europa (Trossi), el G.P. del Automóvil Club de Francia (Wimille), el G.P. Italia (Wimille) y el G.P. de Monza (Wimille).

Al año siguiente (1949), con la desaparición de sus dos mejores pilotos, Alfa se retiraba temporalmente de las carreras: Varzi había fallecido a resultas de un accidente en los entrenamientos del G.P. de Suiza y Wimille en el G.P. de Buenos Aires, tratando de evitar a unos imprudentes espectadores; a la vez que el Conde Carlo Felice Trossi, otro relevante piloto de Alfa en los años 30 y 40, sufría una grave enfermedad.

Después, ya saben, le correspondería al cuarto hijo de unos emigrantes italianos (Loreto Fangio y Herminia D´Eramo)… reverdecer los laureles de la ‘Anonima Lombarda’; quien, desde niño, fuese apodado ‘Chueco’ por su habilidad para enganchar disparos de zurda futbolera, transformándolos en fantásticos goles en partidos de barrio (aunque haya también quien sostenga que el apodo viene de su peculiar forma de caminar), acabaría convirtiéndose en el icónico representante del ‘Quadrifoglio’… y de toda una sensacional época deportiva en la F 1; cuando sus participaciones se contaban por victorias y los coches rodaban… en armónica sinfonía.

¡Qué tiempos!

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