Diario de León

El campo leonés, entre las lindes de la agricultura tradicional y la tendencia verde

La provincia es ya la tercera de la Comunidad en superficie ecológica con casi diez mil hectáreas sembradas

MARCIANO PÉREZ

MARCIANO PÉREZ

Publicado por
Ángela Ordás
León

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Reliegos de las Matas, año 2021: cuando crees que la vida no te puede sorprender, de repente, atraviesas un camino de tierra y llegas al paraíso de Katia Santamarta, una mujer que no se dejó llevar por los convencionalismos. Quizás por eso, porque es una adelantada a su tiempo, esta historia servirá de ejemplo para las niñas que quieran dar un golpe en la mesa contra los estereotipos a los que se ven sometidas cada día.

Katia se rebeló contra el paternalismo cuando, en pleno Franquismo, destruyeron sus sueños adolescentes. «En aquella época las mujeres no podíamos hacer nada por nuestra cuenta, siempre dependíamos de los hombres. Tenías que pedir que tu padre o tu marido te dieran de alta, si no, no podías ejercer la profesión», destaca. Fue entonces cuando se marchó a trabajar fuera de la provincia y comenzó a dedicarse a la hostelería. «Tras cinco años en el negocio, decidí que no quería volver a trabajar dentro de un edificio».

El destino le dio una amarga sorpresa con la muerte de su padre, sin embargo, Katia se levantó y recordó que su hermano y ella tenían unas parcelas. Su hermano quería venderlas, una idea que ella le quitó a la cabeza para hacer feliz a la rebelde que de niña quería ser agricultora. Fue en ese entonces, cuando comenzó a formarse en agronomía ecológica harta de comprobar que los supermercados no vendían comida de verdad.

Hoy, Katia es la propietaria de La Huertina de Reliegos, un proyecto con el que ha desafiado las creencias de cuantos le auguraban el fracaso.

José Antonio Turrado, secretario general de Asaja, considera que el perfil de un ecoagricultor es el de una persona que conoce los pros y contras de este tipo de agricultura. «Por lo tanto, es más fácil que nos encontremos con una persona joven, interesada que no a una mayor más adaptada a la agricultura tradicional», asevera.

El policía de Rioseco
«Me encantaría ser ecoagricultor pero tarda tres años en expedirse el certificado»

Katia no es la única que, con su ejemplo, ha desmentido este estereotipo. También lo ha hecho el pueblo de Santibáñez de Ordás, un lugar en el que no se dedican a esta práctica. Los vecinos de Ordás están comprometidos con el medio ambiente y cuidan su paisaje de ribera y los ríos caudalosos en los que se bañan en verano sus habitantes y no quieren perderlo. Por eso, Nicolás Blanco, el presidente de su Junta Vecinal, cuenta que les «gusta» esta forma de vida y que se diferencian de la agricultura tradicional porque «no usan pesticidas».

Dos kilometros más allá de Santibáñez se encuentra el pueblo de Rioseco de Tapia conocido por la música que inunda la plaza en el estío.

Ángel, apodado como el policía de Rioseco, relata que «no soy un ecoagricultor pero trato de no perjudicar al planeta usando un único químico: abono mineral». También comenta, que es «muy mayor» y que «le encantaría» convertirse en un agricultor que respete el medio de no ser porque «se tarda tres años en conseguir la certificación».

La «conversión» es el proceso por el cual la Unión Europea evalúa los perfiles aptos para convertirse en un ecoagricultor. El periodo es de tres años en el caso de los cultivos perennes de frutos de bayas, arbóreos y de la vid, y dos años para los cultivos anuales de pastos para rumiantes. Durante ese tiempo, un agente de la Unión Europea irá a la finca a revisar que todas las plantas cultivadas procedan de semillas ecológicas, además de que, en la tierra propia y colindantes no se use ningún tipo de insecticida, fungicida o cualquier producto que ocasione un daño a la biodiversidad. El control será anual y en consecuencia, la cosecha no podrá ser vendida al precio de un producto ecológico hasta tener la certificación.

Antonio Lopes
«Era ganadero y me quedé sorprendido cuando Katia me dijo que no usaba abonos para los cultivos»

Un sacrificio que no le importó mucho a Katia, que cuenta con un certificado de la Junta de Castilla y León demostrando que se dedica a la producción vegetal sostenible.

El invierno causó estragos en la cosechas de Katia. «Normalmente gano lo justo para vivir, pero se me helaron los tomates y tuve que buscarme un sobresueldo. La Huertina no es un negocio para hacerse millonaria».

Katia Santamarta
«En el pueblo se pensaban que estaba loca por no usar ningún tipo de fungicida»

Mientras camina por su finca, explica que ve la ecoagricultura como una «forma de vida» y que por ese motivo, jamás montaría una tienda física porque no podría estar donde más le gusta, en su huerta y escuchar a sus clientes exclamar «¡qué bien huele la lechuga!»

La leonesa prefiere moverse por el boca a boca actual, los grupos de difusión de WhatsApp y entregar la cesta de verduras directamente en la puerta de casa. Otra opción para adquirir sus productos es que las personas se acerquen a su parcela y que ellos mismos carguen su cesta en la huerta.

Santamarta presume con orgullo de sus clientes, en particular, de una mujer que cayó enferma hace años y que gracias a su huerta sus plaquetas han pasado de 3.000 a 10.000 en un año. No quiere decir que sus productos sean mágicos pero que «algo tendrá que ver» ya que no usa plaguicidas. Ahora, ha encontrado unos sustitutos muchos más respetuosos con el entorno.

Dependiendo del uso que se quiera hacer, la cola de caballo es un buen fungicida o insecticida en las primeras 36 horas y después, puede ser utilizado como abono. Otro secreto de Katia es la ortiga para combatir el pulgón y no cortar las hierbas hasta que no amenacen con germinar y subir a flor porque sirven para «calentar el suelo» y que las lombardas «no se hagan más grandes».

Unos métodos agrónomos que sorprenderían a Asaja, ya que, «hay productos como los pesticidas o nutrientes para el mantenimiento de los cultivos que la ecoagricultura prohíbe y son necesarios»

Ella fue una visionaria y como siempre ocurre con los valientes, la gente de su pueblo pensaba que estaba «loca» y que no iba a sacar nada con esta nueva forma de cultivar.

Un curioso se acercó a la finca de Katia preguntándose sí era posible que sin usar ningún producto químico se pudiesen sacar frutos. Ese curioso es Antonio Lopes, un ganadero que trabajó en una granja de vacas durante 22 años y que no confiaba en la eliminación de los sulfatos y abonos «cuando vine aquí me quedé sorprendido porque me dijo Katia, aquí no se echa abono de nada» relató Lopes. «Ahora es el que más presume» recalcó la leonesa.

Aquí acaba la historia de Katia Santamarta, una mujer del año 1966, que cambió los locales agobiantes por el campo lleno de oportunidades y que contra todo pronóstico, consiguió en el lugar que le vio crecer, una nueva manera de cuidar el medio ambiente a través de la agricultura ecológica.

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