Diario de León

Se cumplen cinco años de la detención del asesino de la peregrina Denise Pika Thiem

Muñoz Blas lleva una vida calmada en Navalcarnero, donde cumple condena, y solo recibe las visitas de su padre

La peregrina desapareció en abril de 2015. JESÚS F. SALVADORES

La peregrina desapareció en abril de 2015. JESÚS F. SALVADORES

León

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Si no fuera porque a sus espalda pesan 23 años de prisión, la vida de Miguel Ángel Muñoz Blas pasaría por ser la de un recluso más del Centro Penitenciario de Navalcarnero. Por el trato del día a día se diría que es un tipo hasta huidizo. «No da un ruido», asegura un funcionario del recinto penitenciario, que siguió con cierta fascinación los entresijos de la investigación del caso a través de este periódico y que confiesa haberse llevado una cierta decepción cuando conoció al asesino en persona: “No tiene nada que ver con lo que me había imaginado de él”.

Ayer se cumplieron cinco años de la detención del asesino de Denisse Pikka Thiem en una pequeña localidad de Asturias. La Policía Nacional sabía desde abril de 2015 que la peregrina había muerto por causas relacionadas con aquel vecino de la cabaña prefabricada del extrarradio de Castrillo de los Polvazares, pero no tenía pruebas. Había dejado de usar su móvil desde el día después de la fecha de la desaparición de Denisse y solamente utilizaba el teléfono de un locutorio de Astorga para comunicarse con sus allegados. Estuvo más de media hora hablando con la madre de su hija aquella tarde, algo inusual para sus costumbres telefónicas. «Sonaba a que necesitaba desahogarse con alguien por algo, pero no teníamos pruebas», aseguran los investigadores.

El senador americano John Mc Cain metió presión al gobierno de Rajoy y su responsable de Interior, ahora en el foco por motivos bien diferentes, mandó todos sus elementos a Astorga para cerrar la investigación. Jorge Fernández quería resultados y desde abril no los había. Así que hubo que bordear los límites para detener a Muñoz Blas.

«Me subieron al helicóptero porque sabían que tengo miedo a las alturas. El viaje fue horrible, vomité varias veces y no paraban de apretarme para que cantara», aseguró en prisión a algunos de los reclusos que le acompañaban en sus primeros días para evitar un posible suicidio. «No tengáis miedo, no voy a hacer nada. Ya bastante he hecho», confesó Muñoz Blas. Se reúne con un grupo de presos muy concreto, solamente recibe visitas de su padre (su madre murió cuando él tenía tres años) y ese fue el motivo de su petición de traslado a Madrid desde Villahierro, estar más cerca de su familia.

Procedente de una familia trabajadora de Madrid (su padre Juan José administraba una empresa cárnica), Miguel Ángel era el menor de tres hermanos. Era un niño «normal y corriente» que perdió a su madre, Adela, cuando tan solo contaba con tres años. Murió de un infarto. Su vida continuó al lado de su progenitor y sus hermanos en la ciudad madrileña. Cuando contaba con catorce años comenzó a trabajar para la empresa familiar en el sector de la carne. De repartidor, en el matadero… Después, regentó una churrería, una empresa de hierro armado, fue peón de albañil, operario de mantenimiento en un parque acuático e, incluso, trabajó para una protectora de animales. También inició una relación sentimental de la que nació una niña. Pero nada le llenaba y decidió poner tierra de por medio. Emprendió su marcha a Castrillo.

Encontró su sitio entre gallinas, ovejas y un huerto. En aquel momento, rondaba octubre de 2012, su hija ya tenía nueve meses. De hecho, la intención de Miguel Ángel era adelantarse e instalarse de primeras, para después, que llegaran su pareja y su pequeña. Pero, aquel reencuentro nunca se produjo. Muñoz era quien viajaba a Madrid para ver a su familia y no al revés.

Había sido relacionado con pequeños robos y hurtos. Pero un crimen eran asuntos mayores. Denisse venía siguiendo el Camino de Santiago. Siguió las flechas que erróneamente habían sido modificadas por el asesino para que los peregrinos se desviaran del Camino y pasaran por delante de su casa. Dos alemanas habían denunciado intentos de robo y de violación, pero no hubo consecuencias. La tercera, norteamericana de origen asiático, desconfió de Miguel Ángel y trató de huir. Fue tarde. Le pegó una paliza horrenda y luego le cortó las manos cuando ya había muerto, para que no quedaran restos biológicos de la lucha que había mantenido con su agresor.

«Tranquilito, que tienes mucha prisa tú por saber cosas», le espetó a uno de los policías judiciales que le acompañaban en la reconstrucción de los hechos con la jueza instructora y bajo la mirada atenta de Emilio Fernández, fiscal jefe de León entonces, que venía de dirigir la investigación del crimen de Isabel Carrrasco. En un plazo de menos de media hora, se puso chulesco con el agente y lloró a moco tendido con la jueza al rememorar cómo había degollado a su víctima cuando estaba en plena agonía por los golpes que le había propinado con un palo. Lo contó todo al lado de la cuesta donde se produjeron los hechos .

La prueba clave fue el dinero que Denise llevaba encima en el momento de la desaparición. Los 1.132 dólares que su asesino le robó y que decidió cambiar a euros en un banco de Astorga. Aquello llevó a la inminente detención del sospechoso hace ahora cinco años, seis meses después de la desaparición de la estadounidense. Ese mismo día, encontraron su cadáver gracias a las indicaciones del detenido. Lo había cambiado de su emplazamiento inicial, en una plantación de monte cercana a su casa, a otra más accesible, en el cruce a Santa Catalina de Somozas. «Lo puse ahí para que lo encontrarais. Ya no podía más, me estaba ahogando por dentro». La Policía Nacional reconoce que sin la confesión, hubiera sido imposible dar con loso huesos de Pikka Thiem. Las manos no fueron encontradas nunca, de hecho.

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