Diario de León

«Niño de la guerra» de Villamuñío

«Nunca entenderé tanto horror»

Superviviente al conflicto civil español de 1936 gracias a su deportación a Francia, todavía vive impresionado por las imágenes que le quedaron grabadas en el orfanato de El Pardo

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Acacio Díaz - corresponsal | sahagún
León

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Para los 300.000 niños españoles que hubieron de abandonar el país a resultas de la guerra civil española, el segundo cuarto de siglo resultó más duro que el resto de su vida entera, posiblemente. Así le sucedió a Narciso González Barreales, que ahora, a sus 83 años, descansa en Villamuñío, si no ajeno a los sinsabores de tan amarga experiencia, sí al menos más tranquilo. Con la misma calma que Simplicia Sandoval, su esposa, que aún contando con la misma edad, ha disfrutado de una vida más plácida que su consorte. -¿Qué piensa de la vida a estas alturas? -Lo más importante es que, a día de hoy, sigo sin encontrar justificación a todo aquello que nos tocó vivir en la infancia. Ni me parece justo ni comprendo por qué tuvimos que padecer de aquella manera. -¿Con qué edad le pilló todo aquel asunto? -Yo tenía 14 años, pero lo que yo le puedo contar en este momento, es lo mismo que le dirían cualquiera de mis 300 compañeros de aquella época. Estábamos en el orfanato de El Pardo, y a partir de ahí, vino todo lo demás. -¿Qué recuerdos guarda de El Pardo? -Nos trataban bien, de verdad. Ya sé que las condiciones de la época eran las que eran, pero para lo que se podía pensar de todo aquello, la verdad es que no podíamos quejarnos. Había 30 frailes que estaban pendientes de nosotros en todo momento, después diez hermanos legos, dos zapateros que tenían carácter civil y un grupo de profesores, no puedo recordar ahora mismo cuántos exactamente. Sí que me acuerdo de que hacían su labor a la perfección, pero no podría precisar cuántos eran en aquel momento. -¿Cuál fue el recuerdo que más le marcó de aquella etapa? -Ver cómo salían los frailes delante de nosotros, el día que se los llevaron de tres en tres, y cómo tenía la sensación de que, aunque éramos demasiado pequeños para comprender lo que estaba pasando en aquel momento, lo que fuera que ocurría, no podía ser nada bueno. Estaban pálidos, totalmente. Y la verdad es que nunca más supimos de ellos. -¿Y ustedes nunca peligraron? -¡Ya lo creo! Pero el director del orfanato salió en nuestra defensa y dijo que allí no tocaban a nadie. Lo recuerdo a la perfección, fue el 21 de julio de 1936. Lo que no pudo evitar es que nos deportaran, y después de un durísimo viaje a Valencia y Barcelona, acabamos en Grenoble (Francia), donde permanecimos hasta 1939. -¿Cómo fue la vida allí? -Yo tuve suerte, me acogió una familia española, y antes de un año, ya nos habían escolarizado. Leíamos cada mañana L'Humanité , para seguir la guerra, y a día de hoy, no pierdo la esperanza de dar con alguna de aquellas personas. -¿Y ahora? -Bueno, de los 300.000 niños que padecimos aquello, creo que quedamos 67 vivos, y no parece que a ninguno se nos haya asignado nada de lo que se ha dicho, a pesar de que a veces he visto en los medios de comunicación cosas de este estilo. Soy consciente que nuestra situación es más conocida por quienes rigen las directrices de España que por los propios afectados, entre los que sin duda me siento incluido como uno más, pero no recibo nada. Si me corresponde, lo aceptaría.

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