Diario de León

Los primeros vecinos

Aquellas cuatro casas de Ordoño

Un gran chalet, varias casitas, una casa de baños, otra de comidas y bebidas, barracones y huertas. Allí vivían los primeros vecinos de Ordoño, el viejo paseo de las 21 Negrillas

León

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Convivían allí, a la sombra de 21 negrillas colocadas en dos hileras, todas las clases sociales de aquel León. En el paseo sombreado por olmos centenarios, que entonces eran las afueras de la ciudad, vivían el muy ilustre don Cayo Balbuena, a un puñado de metros los soldados de la Guerra de Cuba en una modesta hospedería y enfrente los hermanos Cuevas, que se dedicaban al muy noble arte de la guarnicionería.

Son los primeros vecinos de la calle Ordoño II. Aunque antes de llevar un nombre de rey no era ni calle, ni se llamaba así y el suelo era un camino de tierra arbolado, una especie de soto que se prolongaba en línea recta desde el río, perpendicular a la ribera del Bernesga.

Para el 10 de junio de 1863, cuando el Ayuntamiento acuerda dar el nombre de Ordoño II al paseo de las Negrillas, sólo había un puñado de modestas casas, un opulento chalet, una casa de baños, una hospedería que hacía las veces de sanatorio para soldados, una tiendina, varios barracones y una casita de comidas de planta baja. Eran los primeros vecinos de Ordoño.

Vista lateral del chalet de don Paco un día nevado de principios del siglo XX. Construido en 1894, se derribó en 1946 para levantar la sede del Banco de España en León, en el número 29.

La primera casa a mano izquierda, el número 1, la ocupaba el Café Suizo, un establecimiento de la compañía suiza de cafés que se instalaba en todas las ciudades a las que llegaba el ferrocarril, una especie de franquicia de finales del siglo XIX. Junto a ese local donde después estaría el mítico Café Nacional, una casita de planta baja albergaba, además de vivienda, una pequeña tienda, anticipando el futuro de lo que iba a ser la gran arteria comercial de la ciudad. Pegando estaba la casona de Cayo Balbuena López de Arintero, el chalet de un auténtico patricio, hijo del especulador en bienes desamortizados y prohombre del moderantismo leonés Gabriel Balbuena, marqués de Inicio, y de una descendiente directa de la Dama de Arintero, Regina López de Arintero. Como rico terrateniente leonés, era dueño también de los terrenos y casas de la llamada ‘Travesía de don Cayo’, hoy calle del Burgo Nuevo.

Ordoño II a finales del siglo XIX. Se distingue aún su traza original, con huertas, barracones y casas aisladas, cuando era aún una zona a las afueras de la ciudad.

Sin interrupción, unos cobertizos daban vecindad a una casa vieja en la que vivía Francisco Cabo y que luego se convirtió en hospedería de la Cruz Roja Leonesa, presidida en aquellas fechas por Manuel Diz, que era a su vez patrono de la Asociación Leonesa de la Caridad e ingeniero jefe de Obras de León y viceversa. El modesto hostalito servía de alojamiento a los soldados que venían de la Guerra de Cuba y que actuaba de una especie de hospital para curar las heridas del cuerpo y del alma de los combatientes derrotados. Al final del camino, una última casa, lindando ya con lo que sería la plaza de Guzmán, en el solar que ocupa aún hoy el Sanatorio Miranda.

Fachada principal del chalet de don Paco en las primeras décadas del siglo XX. A la izquierda se aprecia el edificio del número 27 de Ordoño II, construido en 1894. El chalet fue derribado en 1946 y en su lugar se levantó la sede del Banco de España, que hoy ocupa el Catastro.

Al otro lado, a mano derecha, en los pares, solamente se levantaba una casita, no muy grande, en donde vivían los hermanos Cuevas, afamados guarnicioneros muy conocidos en la ciudad. Luego nada. Huertas y campos hasta llegar al otro extremo del paseo, haciendo casi esquina con la Plaza de Guzmán, frente al Sanatorio Miranda, una casa de baños de planta baja en la huerta del señor Arriola y otra casa de comidas y bebidas, también de planta baja.

El 10 de junio de 1863, el Ayuntamiento dio el nombre de Ordoño II al paseo de las Negrillas. Un año antes, taló los 21 olmos colocados en dos hileras. Empezaba una nueva era en la ciudad

Eran los primeros vecinos de aquella calle que se convertiría en el eje principal de la ciudad, una avenida de 450 metros con 70 centímetros de largo, 21,3 de ancho y 8,93 metros de acera.

Empezaban las Negrillas en lo que iba a ser la plaza más importante de la ciudad, Santo Domingo, la explanada que conectaría la ciudad vieja, constreñida intramuros, y la nueva urbe que se proyectaba ya en planos, que llevaba años en la cabeza de arquitectos y políticos y que necesitaba espacio y terrenos para su ensanche.

El 17 de diciembre de 1862, el Ayuntamiento de León acuerda, en la Comisión de Policía rústica, el presupuesto de las obras en el paseo: 42 reales para cortar las 21 negrillas de la línea central (a 2 reales cada una), 360 reales para explanar 720 metros cuadrados a 0,50 reales el metro, 720 reales para cubrir el terraplén de guijo menudo, 360 reales para 130 metros lineales de cuneta empedrada y 120 reales para cuatro guarda-ruedas, dos en cada extremo. Total: 1602 reales. El día de Nochebuena de 1862, Mariano Álvarez Fernández da el visto bueno. Le dan al contratista mes y medio para hacer las obras. Así nace Ordoño II.

Lo recogen las actas conservadas en el Museo Histórico Municipal de León. El 24 de diciembre de 1862, Sotero, que se identifica como secretario del muy ilustre Ayuntamiento Constitucional de León, deja constancia de un último apunte sobre las obras en el paseo de las Negrillas, un remate de 150 carros de grijo. El 31 de diciembre de 1862, antes de que acabara el año, se firma a las 11 de la mañana en la secretaria del Ayuntamiento el final de una era. Arrancaba el nuevo León, concebido en una gran avenida en la que se plasmó la mejor arquitectura del momento, edificios de una gran belleza con firma de autor, una calle comercial sobre el cadáver urbanístico de un boulevard para enterrar el pasado con la promesa de una era de desarrollo. No todo fue posible. Y no todo sobrevivió a ese sueño. Pero 159 años después, los paseantes han vuelto a tomar el viejo paseo que en su día sombrearon unas negrillas.

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