Diario de León

réplicas científicas en león

Cuna del Jurásico

Los dinosaurios fueron animales muy variados que dominaron la tierra durante 160 millones de años. El Tyrannosaurus Rex medía 15 metros de largo, seis de altura y poseía unos dientes de 18 centímetros de longitud

Adolfo Cuétara, junto a una reconstrucción de una cabeza de rinoceronte, en el taller donde trabaja en Santa Olaja, León.

Adolfo Cuétara, junto a una reconstrucción de una cabeza de rinoceronte, en el taller donde trabaja en Santa Olaja, León.

Publicado por
Piluca Burgos
León

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En León los dinosaurios no se han extinguido. Sin ir más lejos, ya hace más de cinco años que alguien vio salir de una nave de Valdelafuente a un Diplodocus de 28 metros de longitud, que se dirigía al Museo Jurásico de Asturias. De hecho, existen documentos gráficos que constatan cómo la Guardia Civil se vio obligada a parar el tráfico para que el dinosaurio pudiese cruzar el puerto de Pajares sobre un convoy especial.

La mayor parte de las réplicas y esculturas de dinosaurios que habitan los museos de Dinópolis, (Teruel) el Jurásico de Asturias o la sala de paleontología de vertebrados del Museo de Historia Natural de Lasalle (en San José-Costa Rica), han nacido de las manos de Adolfo Cuétara. Hasta tal punto llega su especialización que las sociedades científicas de España, Alemania, Francia y Portugal demandan las reproducciones que este joven construye en León.

Aunque dicen que el destino está escrito, el que diseñó el de Adolfo Cuétara debió hacerlo con mucha imaginación, porque sólo un cúmulo de casualidades puede determinar que un tubero industrial y soldador profesional dedique sus días a construir dinosaurios de decenas de metros de longitud para las principales sociedades científicas del mundo. Y mucha maña e inteligencia, por supuesto.

Todo empezó un verano de hace casi tres lustros con una oferta más que atractiva para un joven inquieto de 30 años. «¿Te apetece venirte a una expedición a Colorado? Vamos a excavar un dinosaurio junto al estado de Utah...», le dijo el encargado de montar el equipo para el museo de Dinópolis en Teruel.

Sin titubear ni un segundo, Adolfo emprendió el viaje a Estados Unidos para «currar de chico para todo». Los trabajos se desarrollaron a lo largo de ocho «inolvidables» semanas de 1998 en un terreno que compró el Gobierno de Aragón para realizar las extracciones de los ejemplares que, más tarde, expondría en Dinópolis. «Resulto ser un trabajo muy duro en una zona desértica en la frontera entre Utah y Colorado, a 2.000 metros de altitud. Currábamos desde la salida hasta la puesta del sol y seis días a la semana», recuerda Adolfo, y al tiempo puntualiza: «Fue una gran experiencia, trajimos 25 toneladas de material en contenedores de barcos hasta España», explica con la misma ilusión con la que se cuentan los comienzos de un noviazgo.

Y es que Adolfo llegó a enamorarse de estos extraños y gigantescos animales hasta el límite de conocer cada hueso y cada músculo con los que se sustentaban. Ironías aparte, lo aprendido en 1998 y en 1999 —porque no se resistió a volver—, sumado a sus estudios de tubero industrial, que le capacitan para realizar soldaduras metálicas y cálculo de estructuras, han convertido a este gallego, afincado en León desde los 23 años, en el único profesional capaz de realizar réplicas de dinosaurios tal y como existieron hace millones de años.

En Estados Unidos no perdió el tiempo, sus ratos de ocio los invertía en hacer cientos de kilómetros para visitar museos. «Allí lo de los dinosaurios es una industria como cualquier otra. Hasta hay un pueblo que se llama Dinosaurio, donde hay una casa hecha con huesos de este animal. Me pasaba el día con los ojos como platos», cuenta entre risas, y con cierta perplejidad ante la forma de vida norteamericana: «Al lado de donde dormíamos había un cartel que conmemoraba los 200 años de la ciudad y aquí, al lado de mi casa, tengo las ruinas de Lancia, pero no las vendemos, claro».

Sus ansias de aprender este original oficio le llevaron a visitar decenas de excavaciones y a comprar numerosos libros sobre la biología y morfología de los dinosaurios. Confiesa que tiene dos estanterías enormes llenas de volúmenes en inglés, pero que «la mejor herramienta» es Internet, asevera este experto rastreador de información jurásica en la red.

De los huesos que extrajo en Estados Unidos hizo moldes con los que realizar réplicas exactas de cada pieza cuantas veces fuera necesario. « Los huesos los custodian en las sedes científicas para su estudio. Hoy en día no se montan originales. Además, el público no los distingue», asegura.

Encajar todas las piezas del puzle que componen un esqueleto de estos vertebrados es más que un desafío. Un Tyrannosaurus rex que se compró en Estados Unidos llegó a las manos de Adolfo dividido en más de 600 piezas, treinta pertenecían sólo a la cabeza. «Yo no hago tiovivos de dinosaurios ni esculturas para parques temáticos, son trabajos para museos. Cada postura que adopta la escultura tiene que estar contrastada científicamente. Debemos estar seguros de que el animal podía realizar ese movimiento con su peso y su musculatura», cuenta con la satisfacción del trabajo bien hecho.

El siguiente reto pasa por diseñar una estructura capaz de soportar pesos de hasta seis toneladas. «Los huesos están unidos con unos tubos similares a los que utilizan los chasis de los vagones de trenes de alta velocidad», describe.

Tal es el caso del Tyrannosaurus expuesto en Dinópolis, un esqueleto de 14 metros y 600 kilos que apoya todo el peso en un solo tubo de 50 milímetros. «Es de un acero especial con el que conseguí que el dinosaurio mantuviera una postura muy original, como si estuviese corriendo», relata, y añade con orgullo: «Y allí sigue sin moverse un centímetro».

Este afán de superación, unido al más arraigado sentido de la rigurosidad científica, se erige como su mayor virtud. Una virtud ante la que, a veces, tiene que ceder, porque las aportaciones paleontológicas sólo son capaces de arrojar información sobre su estructura ósea. Para el color y la textura de la piel toma como referencia las de los animales actuales. «El esqueleto, la longitud y el tamaño de los huesos, marcan las pautas necesarias para conocer cómo se movían estos animales y qué movimientos podían realizar para mantener su cuerpo en equilibrio», explica.

De la composición química de los fósiles se puede averiguar cuál era el color predominante de cada dinosaurio. Así, «si contiene hierro, es probable que fuese rojo». Y a través de las huellas de los dinosaurios, la forma exacta de las escamas que los recubrían.

Gracias al exhaustivo trabajo que los paleontólogos han desarrollado durante las últimas décadas, la sociedad tiene la oportunidad de conocer cómo eran, realmente, aquellos dinosaurios que habitaban la tierra hace millones de años. «Tienen algo de mágico y de mítico, como los dragones, pero sabemos que los dinosaurios existieron y que no es una fantasía», reflexiona.

Las inclemencias del tiempo, sobre todo el viento, han puesto en más de un aprieto a Adolfo. El diplodocus , del Museo Jurásico de Asturias, se exhibe en lo alto de un monte a 100 metros sobre el mar, donde está expuesto a temporales de más de 130 kilómetros por hora. «Existen cálculos arquitectónicos que determinan cuántas toneladas tiene que pesar la base, según los metros cuadrados de exposición y la velocidad del viento. El resultado fue una placa de hormigón de 30 toneladas», expone.

Asegura haber aprendido por el método de ensayo y error. Por eso, cuando quiere probar si una pintura resistirá el frío, construye un pequeño dinosaurio y lo deja en el jardín de su casa de León. Los niños acuden en procesión.

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