Diario de León

marruecos

Desde El Bierzo a Al-Magreb

a un paso de españa en avión, se encuentra una de las ciudades con más encanto en la que el viajero no dejará de sorprenderse de los muchos lugares mágicos que ofrece marrakech

Una imagen panorámica de la plaza de Jemaa, uno de los lugares más transitados de Marrakech.

Una imagen panorámica de la plaza de Jemaa, uno de los lugares más transitados de Marrakech.

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León

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Siempre encuentras un motivo para ‘bajarte a Marruecos o Al-Magrib’, país por el que sientes algo especial desde que pusieras allí los pies por primera vez en 1997, época en la que vivieras durante algún tiempo en la vecina Almería, lo que te permitió sumergirte de lleno en los procelosos mares de la cultura islámica a través sobre todo del descubrimiento de la literatura de Juan Goytisolo. Fue una auténtica revelación: saber que existía alguien, en este caso un escritor de talento que además habla árabe marroquí, capaz de analizar el mundo árabe con finura y gran conocimiento. No en vano, Juan Goytisolo vivió en Almería para luego trasladarse a Tánger, cuando ésta era aún una ciudad artística, hasta que decidió definitivamente asentarse en Marrakech, donde acabas de estar recientemente, y donde has viajado una decena de veces.

Ciudad que te late familiar, y sobre la que has escrito, tal como se recoge, por ejemplo, en tu Viajes sin mapa . También en el café de France de la ‘ciudad roja’, en compañía de tu amiga marroquí Hayat, has tenido la ocasión de ver y hablar con Goytisolo. Qué tiempos aquellos, colmados de ilusiones y luces en verdad inspiradoras. 

Recuerdas aquellos primeros viajes a Marruecos con mucho cariño. Viajes al fin de la noche, que duraban la eternidad y más días. Aquellos viajes a Madrid y Algeciras, para después cruzar el Estrecho en barco, hasta alcanzar Tánger, y desde ahí tomar un autobús o un tren hacia el sur marroquí. ¡Qué aventuras!.

Como aquel viaje que te coincidió con una fiesta del cordero, y se montó el cirio pascual porque en esas fechas, tan señaladas, los marroquíes aprovechan para desplazarse a sus casas, y la estación de Tánger, donde habías decidido coger el tren hasta Marrakech, estaba atestada hasta los topes, y se montó una revuelta porque la muchedumbre, desatada, quería meterse en el tren, aún a sabiendas de que era materialmente imposible. Una avalancha harto peligrosa te puso por instantes los pelos de punta y el corazón en vilo. El personal pisoteaba, saltaba incluso las vallas que la seguridad había puesto ex profeso. Un guirigay de mucho cuidado. Pero, al final, todo quedó en un susto, y cada cual se buscó la vida como pudo. Impresionante. En aquella ocasión la llegada a Marrakech, prevista para las nueve de la mañana, tuvo lugar a la tarde, después de algunos cambios de trenes.

La ciudad roja, no obstante, te esperaba con los brazos abiertos de par en par, y el espectáculo se te reveló en todo su esplendor: cabezas de corderos quemándose en medio de las calles... el aroma al sacrificio divino... quién sabe.

Lejos quedan aquellos tiempos en que bajabas a Marruecos en toda suerte de transportes porque, desde que vuela alguna compañía de bajo coste a esta ciudad, ya no merece la pena pegarse el atracón viajero, aunque no debemos olvidar que el viaje lo es desde que se sale de casa, y un viaje en tren, autobús, barco, incluso en un taxi colectivo entraña mucha lírica y aventura. No así un viaje en avión, que es dicho y hecho. No bien despegas y, cuando quieres darte cuenta, el avión ya está aterrizando. Una maravilla el viaje en avión, por otro lado, porque uno aprovecha más el tiempo en el destino. Y encima resulta más barato el viaje.

Lo que no puedes evitar es el viaje a Madrid (o similar), sobre todo si vives en el Bierzo. Pero una vez en el aeropuerto de Barajas —de preferencia las Terminales 1 o 2— ya se abre todo un horizonte de posibilidades. El mundo por delante. A tus pies. Un billete a Marrakech, please, y otro de regreso, desde Casablanca a Madrid (Mayrit), que también lleva nombre árabe. 

Oasis en medio del desierto

Estás a punto de aterrizar en Marrakech, que desde el aire se asemeja a un gran oasis en medio del desierto. En realidad, la zona en que está ubicada esta ciudad marroquí se te aparece más verde y apetecible que la zona mesetaria en que se asienta Madrid. En una hora y cuarenta minutos aproximadamente te pones en La Menara, el aeropuerto marrakchí, donde puedes coger un autobús Alsa City —qué curioso, como en León— que te lleva por 30 dirhams (unos 3 euros) hasta el centro de la ciudad vieja (la Medina), o bien a la nueva (Guéliz). También puedes tirar de taxi, que te cobrará en torno a 80 dirhams, si no regateas mucho. Ver los autobuses Alsa circular por la ciudad te religan a tu tierra. 

La ciudad se atisba al fondo, siempre como referencia la Kutubía, con su enorme parecido con la Giralda de Sevilla. Los dromedarios te saludan desde la orilla, mientras que el tráfico se resuelve por la vía del caos, siempre relativo, en el que conviven bicis, taxis, camiones, calesas o burros tirando de carritos. 

Te apeas en la parada de la plaza Djemaa o Jemaa-el-Fna dispuesto a saborear lo que se cuece por esos lares. Aún es temprano para la farra. Son dos horas menos sobre el horario español. Algo muerto (y matado) por el cansancio acumulado durante el trayecto nocturno de Ponferrada a Barajas (y luego el viaje a Marrakech) decides ir en busca de alojamiento. En los aledaños de la Jemaa hay muchos hotelitos con buena relación calidad /precio, aunque alguno no inspire mucha confianza a primera vista. 

Recuerdas que la vez anterior el hotelito en que te alojaste resultó magnífico, y te encaminas hacia éste. Es el Faouzi Hotel, en la Medina ( www.faouzihotel.com ). Más que recomendable. Y los tipos que lo regentan son muy hospitalarios. Tiene una espléndida terraza —jaima incluida—, donde puedes desayunar a cuerpo de rey (y con una reina, depende).

En verano no resulta del todo fácil encontrar alojamiento en esta ciudad si no lo has reservado previamente. Pero ahora no es difícil, aunque las hordas de turistas, sobre todo de franceses, siguen invadiendo la ciudad, en cualquier estación del año.

Te encuentras a los francesitos por doquier, incluso en un restaurante al que nunca antes habías entrado, el Progrès, donde se come excelente carne a la brasa, lo que corroboran unos gabachines del Pirineo. Al parecer, uno de la tropa acostumbra a ir de caza a Marruecos todos los años. «Caza leones, como Tartarín de Tarascón», le sueltas con un pelín de guasa a su femme . De todos modos, tu restaurante preferido —por comida, atención y simpatía de sus camareros—, sigue siendo el Toubkal, desde donde gozas de extraordinarias vistas de la Jemaa-el-Fna, patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, gracias a Juan Goytisolo, un microcosmos en sí mismo, esta plaza, con vida y estimulación suficientes para que un extranjero (o extranjera) se sientan como en otro universo, encantados tanto por las culebrinas como por los gnaouas que tamborrean y bailan como posesos cual si estuvieran en trance místico.

«Cabriolas de payaso, agilidad de saltimbanquis, tambores y danzas gnauas, chillidos de monos, pregones de médicos y herbolarios... la plaza entera abreviada en un libro, cuya lectura suplanta la realidad», escribe el autor de  Makbara  a propósito de la Xemaá-el-Fná (Djemâ o Jamâ).

Para quien no conozca en absoluto Marrakech, aparte de su emblemática plaza, tiene mucho que ver, entre otras bellezas su muralla, la Medersa Ben Youssef, Bâb Agnaou, el palacio El-Badi o bien el espacio idílico de La Menara, paseo por excelencia para los enamorados. La Medina es enorme y laberíntica, y por más veces que la visites, te acabarás perdiendo, salvo que tengas un gran sentido de la orientación. En el fondo, conviene que te dejes guiar por el instinto y perderte a gusto.

En otros tiempos, te da la impresión de que había demasiados falsos guías que intentaban llevarte a su rollo, mas ahora te puedes pasear con tranquilidad, sin que nadie o casi nadie intente llevarte de la mano... a su terreno. La Medina puede dar mucho de sí. Si eres escrupuloso, piénsatelo bien antes de acercarte al meollo de los curtidores de pieles. El olor es nauseabundo. Y el Mellah o barrio judío resulta muy atractivo. Callejea, medinea, déjate transportar a la Edad Media, con sus olores y sabores a especias, a humanidad. Y disfruta, cómo no, del espectáculo al aire libre de la Jemaa-el-Fna, sobre todo a la caída del sol. Un festival para los sentidos. Un teatro con máscaras, túnicas y chilabas, o bien sin ellas, a la luz de las lámparas de Aladino. Una vida intensa. Un mundo emocionante. 

En el camino

Prosigues tu ruta a través del Morocco, le Maroc, Al-Magrib, el Poniente... En el camino. Como Kerouac. O bien como los moteros de Easy Rider cruzando los Estados Unidos de América, en plan contra-cultural. Te pones en marcha, marchando un té a la menta, en compañía de afecto y amistad, vaya sabores... dispuesto a recorrer los mapas afectivos de la ciudad, que te llevan por los lugares de siempre, una y otra vez, aunque también te dejas caer por otros rincones, incluso te subes a la terraza del café Renaissance, en Guéliz, desde donde contemplas la ciudad color arcilloso con ojos de satisfacción y aun te permites la licencia de hacerle fotos al paisaje/paisanaje turístico que se toma una copa mientras cae la noche.

«A ver qué fotos estás haciendo», te dice una chica rusa, a la que entiendes a duras penas, no porque te hable en ruso, sino por tu propio desconcierto o bien por tu inglés apolillado. ¿Pero aquí no se hablaba francés y árabe?, te dice la voz de la subconsciencia. «Vente a tomar una copa con nosotros», te invita, lo que sí entiendes. Al decir nosotros se está refiriendo a su acompañante. Tras agradecerle su gesto hospitalario, desciendes las escaleras de la terraza para darte un garbeo por la ciudad.

Por esta zona, donde está ubicado el café-hotel La Renaissance, harto chic, hay buenos cafés como Les Négociants o Boule de Neige y muchas chicas paseando, en busca quizá de algún turista despistado (o no tanto) que las invite a un zumo o un batido. «Te apetece un masaje». « Non, ça va… labes ». «¿Eres francés?» « Non, merci ». Pero que borde te has vuelto, si tú no eras así... de remilgadín. «¿En qué hotel estás alojado?», te preguntan a bocajarro unas chavalinas que pasean agarradas del brazo bajo las sombras cobijadoras de la media luna. «En la Medina», les dices. Oh... Deberías haberles dicho que te hospedabas en La Mamounia o en el Sofitel, o en el Golf Palace... Pero decirles que te alojas en un hotelucho de la Medina... Bueno, en verdad no les especificas si el hotel es regulín o refulán... pero ellas, que son más listas que el hambre y ven las hierbas nacer, ya saben de qué va el rollito. «¿Y no te apetecería dar una vuelta con nosotras?», insisten con la sonrisa puesta y la mirada acariciadora. «Otro día, tal vez… Wakha… À la prochaine ».

De noche, ya se sabe, todos los gatos y todas las gatas son pardos, y pardas. Es preferible la luz del día para deambular por las avenidas de la ciudad nueva o Guéliz, bajo las palmeras plateadas de las esperanzas y ensoñaciones. 

En tus callejeos diurnos por Guéliz, te acercas al Instituto Cervantes, en la Avenida Mohamed V, aunque sabes, casi con seguridad y de antemano, que lo encontrarás cerrado, porque ese día es feriado en España. Tienes suerte, no obstante, de toparte con Ismail, el vigilante de seguridad, con quien charlas un rato. Su amabilidad proverbial hace que te sientas a gusto. Y, además, te proporciona el correo del Jefe de Estudios. No estaría mal impartir clases de español aquí, te dice ahora la voz de la conciencia.

Tu gusto por los cielos azules, despejados y comestibles, te devuelve a tu hotel de la Medina, el Faouzi, no sin antes echarte un cigarro a la luz de la media luna, subido en la terraza-jaima del desierto domesticado, que es como un dromedario con turbante. Mientras deliras, se te consume el cigarro de liar, bebes agua mineral de tu botella (que recomiendan sea así, no vayas a contraer algún virus diarreico) y desciendes a tu recámara, que es como una suite para ti. Antes de atravesar el patio de aroma arábigo-andalusí, que te conducirá a tu chambre single , le preguntas al recepcionista si sabe qué horarios de buses hay para Essaouira. «Por supuesto, lo mejor será que cojas el Supratours», te aclara, a la vez que te proporciona los horarios. Muchas gracias. Choukran .   Bonne nuit , le deseas a Mohamed. Mañana será otro día, y Essaouira o Swira, como le dicen los marroquíes, te espera.

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