Diario de León

Literatura

El día que Petrarca llegó a León

En 1548 una obra de Petrarca apareció impresa en una pequeña imprenta de una muy pequeña ciudad como era entonces León, con  apenas 4.700 habitantes, en un hecho histórico insólito. El milagro de debe a un editor esquivo para los historiadores. Y ese es el segundo misterio 

Imagen del escritor italiano Petrarca. DL

Imagen del escritor italiano Petrarca. DL

Publicado por
J. C. Santoyo Mediavilla
León

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Si la vida da muchas vueltas, como dice el dicho, no son menos las que da la historia de algunos libros. Una y otros recorren caminos (a veces vericuetos) imprevistos y acaban donde menos se los espera. Que tal parece haber sido el caso de una obra de Petrarca, que hace ya 475 años acabó publicada en León.

A mediados del siglo XVI hubo en esta ciudad un impresor que desde entonces ha venido dando esquinazo a los bibliógrafos e investigadores.

A ciencia cierta, de él tan solo sabemos su nombre, Pedro de Celada, y que era impresor, librero y mercader de libros. Poco más.ç

Como impresor, trabajó en León durante dieciséis años, de 1548 a 1564, o al menos esas son las fechas del primer impreso y del último que nos han llegado con su firma.

Imprimió durante ese tiempo un buen número de textos de carácter y tema estrictamente eclesiástico, entre ellos dos misales en 1548 y 1560, un confesionario y el tratado Vita Christi, un breviario, un Arte para bien confesar, etc, además de una comedia y una farsa, ambas en verso. En 1548 salieron también de su imprenta dos poemas, uno de ellos de Francesco Petrarca.

Se trata de una sencilla edición en pliego de cordel (16 hojas en 2 cuadernillos, texto a dos columnas, letra gótica), que lleva un largo título, también en verso:

Huerta de mucho primor

muy perfecta & acabada

dirigida & aplicada

a las passiones de amor,

y por este mismo auctor

de su metro muy polido

el triumpho del dios Cupido

que hizo el gran orador. 

El pliego se cierra con un hermoso colofón que incluye los datos de lugar, firma y fecha:

Fue impressa la presente obra en la

muy noble ciudad de Leon en casa

de Pedro de Celada.

Acabose a .xxv.

dias del

mes de Nouiem-

bre. Año de mil y qui-

nientos y quarenta y ocho.

El primero de los dos textos, Huerta de amores, es un poema original de Alvar Gómez de Guadalajara (o de Ciudad Real, que de las dos maneras se lo conoce), 1488-1538, que fuera cortesano de los Reyes Católicos y de Carlos I, y poeta notable en latín y en castellano, si hemos de confiar en los elogios de Nebrija y Marineo Sículo.

El segundo, el Triumpho del dios Cupido que hizo el gran orador, es la traducción que el mismo Alvar Gómez de Guadalajara hizo en quintillas dobles y octosílabos del Trionfo d’Amore de Petrarca, autor aquí encubierto bajo la expresión de ‘el gran orador’.

Que en 1548 una obra de Petrarca apareciera impresa en una pequeña imprenta de una muy pequeña ciudad como era entonces León (en torno a 4.700 habitantes) es algo que no deja de llamar la atención. No la habría llamado si la edición hubiera salido de poblaciones que contaban con más larga, o importante, tradición impresora, como Medina del Campo, Salamanca o Sevilla, pero ¿en León?

Preguntas inevitables: ¿en manos de quién llegó a esta ciudad la traducción de esos versos de Petrarca?, ¿Quién los llevó en 1548 al taller de Pedro de Celada?

El propio texto del poema nada dice al respecto, ni tampoco los escasos datos que conocemos de la imprenta y del impresor. Tampoco añade nada de luz saber que Juan de Junta lo reimprimió luego dos veces en Burgos, en 1552 y 1562; o que en 1561 esta traducción acabara incluida en una de las reediciones de Los siete libros de la Diana de Jorge de Montemayor.

Así las cosas, sólo queda preguntarse: ¿no habría quizá por aquellas fechas en León algún admirador de la obra de Petrarca, y tanto como para dar a la imprenta uno de sus poemas…, alguien con tanto interés que no dudó en costear, siquiera en edición barata, este Triumpho del dios Cupido…? Sólo una circunstancia así explicaría esta edición.

Y sí, hubo ese alguien. Aunque entre nosotros su nombre casi haya caído en el olvido: Antonio de Obregón, que fuera muchos años canónigo de la Catedral de León. Antes había vivido unos años en Italia (él habla «de mi larga peregrinación en diversas partes de Ytalia»). Como canónigo, una de sus tareas fue la de administrar la librería del cabildo catedralicio y, en tal condición estaba a cargo de la adquisición de nuevos títulos, como los que en 1527 encargó a Martín de Zuría que comprase en Alcalá de Henares.

¿No habría quizá por aquellas fechas en León algún admirador de la obra de Petrarca, alguien con tanto interés que no dudó en costear siquiera en edición barata?

Además de sus deberes como bibliotecario, Obregón fue traductor del latín y del italiano al castellano y estuvo relacionado, ya de antiguo, con trabajos de imprenta en la ciudad: en 1528, por ejemplo, había dado a imprimir en el taller de Juan de León un libro misceláneo con tres traducciones suyas: una obra de Erasmo, Precatio dominica (la primera vez que se la traducía al castellano), otra de san Vicente Ferrer y una tercera atribuida a san Bernardo de Claraval, además de un título original del propio Obregón, Corona de Ntra. Sra. Santa María.

¿Dónde encaja Petrarca en esa biografía? En un dato que hasta ahora le he escamoteado al lector. Porque Antonio de Obregón, admirador desde hacía muchos años de la obra de Petrarca (probablemente desde su temprana estancia en Italia), había publicado, ya en 1512, en la imprenta logroñesa de Arnao Guillén de Brocar, una traducción completa de los Trionfi de Petrarca, Los seys triunfos, «de toscano sacados en castellano con el comento que sobrellos se hizo». El éxito de la versión lo confirman sucesivas reediciones en Sevilla 1526 y 1532, y en Valladolid 1541.

Visto lo cual, nada sorprende ya que fuera el canónigo Antonio de Obregón quien en 1548 propiciara la edición en su ciudad de otra de las traducciones castellanas de Petrarca, el Triumpho del dios Cupido, de Alvar Gómez de Guadalajara.

Cosa que, acodándome yo en un conocido proverbio italiano (se non è vero, è ben trovato), dejo a juicio y consideración del ilustrado lector.

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