Diario de León

«Espadaña», la revista más heterodoxa

Como uno de los colofones a esta serie sobre los personajes y entidades leonesas que menos se plegaron a los requerimientos del poder, De Nora escribe sobre aquella revista que se atrevió a rechazar la «primavera del endecasílabo»

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EUGENIO DE NORA | texto
León

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¿Qué puedo decir en cuanto a la significación de Espadaña hoy, ya bien entrado el sigo XXI? Muy poco que no haya constatado ya, en entrevistas o comentarios anteriores. Para empezar, y recalcándolo todavía más, en la lejanía me siento sólo muy parcialmente solidario con el muchacho de 20 a 25 años que iba cumpliendo, mientras salió la revista. Acaso esa lejanía pueda suscitar una mayor objetividad. Por lo pronto, el interés de Espadaña fue su carácter anómalo, milagroso casi ser una revista de oposición, de disidencia política, en aquella España de 1944 a 1951. Nadie se engañaba, y creo que desde el principio se sabía que las divergencias en apariencia sólo estéticas con la oficiosa «Juventud Creadora» de Garcilaso, no eran más que la exteriorización (única posible entonces, claro), de unos planteamientos de fondo, en radical contradicción con el falangismo y el nacional-catolicismo imperantes. Así, desde el principio, tanto los disidentes del interior como los republicanos esparcidos por Francia e Iberoamérica nos enviaron colaboraciones y, en algunos casos, una generosa contribución económica. Que, por cierto, era en todo momento, más que bienvenida, indispensable. Pues el otro aspecto casi increíble de la aparición y mantenimiento de la revista es el de su financiación: al no tener en ningún momento ni una peseta de subvención de entidades oficiales (Diputación, Ayuntamiento, etc., y más bien al contrario, su natural hostilidad), la aparición de cada número era, literalmente, milagrosa. En rigor, sólo el hecho de ser Victoriano Crémer tipógrafo de profesión, y estar en relación estrecha y generosa con la imprenta Casado, hacía posible el «milagro». Desde otro punto de vista (el de obtener y mantener el permiso de la publicación) hubo una confluencia de prudencia cautelosa, por nuestra parte, y de azar favorable, que lo hicieron posible. Basta recordar el colofón del primer número: «Hacen Espadaña Antonio Gil de Lama, Eugenio de Nora, Luis López Santos, M. Rabanal, V. Crémer Alonso». El permiso, desde Madrid, venía a mi nombre y fue la estrecha amistad mía con Valentín García Yebra, entonces funcionario en el lugar adecuado, lo que la hizo posible (al nivel de León, junto al carácter sacerdotal de Don Antonio y de Luis López Santos, estaba el falangismo notorio de Rabanal; ello compensaba el conocido rojerío de Crémer). Nuestra posición inicial, tanto estética como ideológica (y digo «nuestra», porque en lo esencial coincidíamos todos), era la de rechazar la oficiosa «primavera del endecasílabo» y con ella la temática elusiva, vacía o novicisista, y oponerle una toma de conciencia plena de la realidad, (una realidad a la vez aterrada y sórdida) en la que vivíamos. De ese acuerdo es testimonio, un año antes de la aparición de Espadaña , el artículo de Don Antonio en Cisneros «Si Garcilaso volviera...» (artículo que yo solicité a su autor, para la revista del Colegio Mayor en el que entonces vivía, ya precozmente al frente de la sección literaria, por designación de Alfredo Sánchez Bella). Toda una serie de casualidades favorables convergentes, como es visible, para comprender el arranque y la etapa inicial de Espadaña , hasta, aproximadamente, 1946. Y ese es el año de la publicación clandestina, por la clandestina F.U.E. de mi pueblo cautivo. Tengo que recordarlo ahora para explicar la extraña y realmente anómala incomunicación y falta de confianza a que habíamos llegado los supuestamente coordinados «espadañistas»: nada supo de mi libro Don Antonio, y tampoco Crémer (hoy sé que Don Antonio, pese a la radical disidencia, seguramente habría sido fiel al «secreto», al revés que Crémer, egocéntricamente desleal con todos, según pude comprobar después). Mientras tanto, la andadura de los 48 números publicados continuaba, con más pena que gloria frecuentemente, debido sobre todo a la reconocida arbitrariedad de Crémer, que desde el nº 48 dio como «Redacción y Administración» de la revista la calle Puertamoneda, 10, que era su domicilio personal en León. El final de la aventura es bien conocido: mi carta de «Juan Martínez», en el nº 46, pidiendo una literatura humana, eficaz y popular (pero en ningún caso «militante»); el rechazo indignado de Don Antonio, y el comentario malévolo de J. A. Valente al sacar a colación un poema de Maiakovsky citado por Lenin por su eficacia satírica: si eso no era una labor de delación policíaca, lo parecía. Luego, las cosas se precipitan. En el nº 47 aparece el soneto Déjame , de Blas de Otero, que los círculos oficiales del momento se apresuran a condenar como «blasfemo». Ya antes, a la vez que mi carta, se publica una Carta a Pablo Neruda , de Gabriel Celaya, que parece imposible que la censura la hubiera dejado pasar. Un final anunciado Era imposible continuar. No recuerdo si el cese fue decretado desde el Gobierno Civil; en todo caso, la revista dejó de existir en mi ausencia, pues en esa transición del año 50 al 51 yo estaba movilizado como alférez de complemento en la provincia de Huesca. Lo que si pude constatar es que hubo, por parte de Crémer, una tentativa para hacer aparecer una pseudo-Espadaña más que domesticada, al servicio de la gente que, en León, nos había cercado constantemente, una suerte de revistilla de sociedad. Entonces, como el titular del permiso de publicación era yo (y recuerdo muy bien que con el pleno apoyo de Don Antonio), retiré la licencia y así quedaron las cosas. Pero aparte de ese episodio final, ridículo, la publicación «heterodoxa» lo siguió siendo hasta el final. Cuando cesó, yo preparaba, (si la censura lo hubiera admitido), la traducción de un decisivo poema de Éluard, Critique de la Poésie (último de La vie immediate ): «C' est entendu que je hais le règne des/ bourgeois/ le règne des flics et des prêtres,/ mais je hais plus encore l¿homme qui ne les/ hait pas/ comme moi/ de toutes ses forces./ Je crache à la face de l`homme plus petit que nature qui à tous mes poèmes ne préfère pas cette Critique de la poésie./ «Bien entendido que odio el reino de los burgueses,/ el reino de los polizontes y los curas,/ pero odio más todavía al tipo que nos odia/ como yo/ con todas sus fuerzas./ Escupo a la cara del insignificante/ que a todos mis poemas no prefiere esta Crítica de la poesía/. Desde mi punto de vista habíamos hecho aparecer una revista mediocre. Su futuro debía ser incomparablemente más radical y osado.

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