Diario de León

FEFA LOMANA

«He sido más amiga que madre»

Además de ADN, comparten belleza y sentido del humor. lo primero es notorio; lo segundo, necesario para comprender la jungla mediática. fefa lomana, madre de la televisiva carmen lomana, repasa por primera vez en una entrevisa exclusiva la vida familiar y más desconocida de esta saga leonesa

Fefa Lomana muestra los álbumes familiares en el salón de un señorial piso situado en el centro de León y repasa anécdotas de sus hijos, sobre todo de Carmen, la más popular.

Fefa Lomana muestra los álbumes familiares en el salón de un señorial piso situado en el centro de León y repasa anécdotas de sus hijos, sobre todo de Carmen, la más popular.

Publicado por
MARCO ROMERO | LEÓN
León

Creado:

Actualizado:

Hace tres años, el Diario de León le hizo a la madre de Carmen Lomana un reportaje en su casa de León, en la que la madre de la celébrity leonesa hacía un repaso de la vida de su familia y desvelaba pequeños secretos de su hija. Josefa Gutiérrez-García ha fallecido hoy de madrugada en León y su capilla ardiente se ha instalado en el tanatorio de Serfunle, en Eras de Renueva.

 

"Mido dos o tres centímetros más que Carmen, y ya bajé», resuelve con una aguda coquetería que mantendrá durante todo el encuentro. Fefa Lomana, además de Carlos, María José y Rafael, es madre de Carmen Lomana, la mujer que tiene seducido con su acento de la calle Serrano a medio público televisivo. Efectivamente Fefa es una señora esbelta, rubia, impecablemente vestida —«he salido a hacer unas compras y así me quedo arreglada hasta las doce de la noche, que me doy otra ducha y me pongo unas gotas de perfume antes de meterme en la cama»—, sin edad, con unas manos y una tez especialmente cuidadas, el carmín a juego con los tonos de la blusa, el reloj Cartier en la muñeca izquierda y en la derecha, una joya de pulsera que parece complementar la sortija; pendientes y collar de perlas, claro; traje de pantalón oscuro y zapatos de vestir, sin tacón. Intachable en presencia, vaya. Y extraordinariamente espontánea en el trato: «Me encanta tocar las manos frías, heladoras. Es posible que con el tiempo me acuerde de ti por este detalle», dice cuando saluda al periodista.

Entrar en casa de Fefa Lomana es hacerlo en el mundo refinado y elegante de las familias bien de provincias; entre aristocrático y terrenal. Tapices, jarrones antiguos, relojes que tocan cuando la vida pasa, óleos y muebles clásicos ocupan un piso señorial en el centro de la capital leonesa comprado por el matrimonio Fernández de Lomana hace unos 25 años. La intrahistoria de esta vivienda tiene su aquel. Fefa, nacida en León de padres también leoneses, vivía entonces con su marido y su hijo pequeño en San Sebastián, donde el cabeza de familia estaba destinado como subdirector general en un reputado banco. Tal era entonces la presión del terrorismo de ETA sobre determinados estamentos, caso de la banca, que Fefa decidió regresar a León de manera definitiva. «No quería seguir viviendo en aquel barullo de ETA y tuve el coraje de venirme con mi hijo Rafael para León, y me siento muy a gusto en mi tierra y en mi tierra quiero quedarme para siempre».

—Así que fue cabezonería suya la de regresar a León.

—Así somos los leoneses.

—Hay que querer mucho a León para plantarse así a su marido.

—Ya sabes cómo sois los hombres.

—Reductibles.

—Las mujeres tenemos la picardía de saber dónde atacar. A la fuerza a un hombre nunca le puedes, pero con la vanidad puedes con todos los hombres. Pero todo eso te lo dan los años, porque yo me casé muy jovencilla, hijo.

—¿A qué edad?

—Con 19 años. Pero mi marido me engañó [ ríe ]. Me preguntó cuántos años creía que tenía y le dije que unos 28, o 27, mejor 25, le dije; tenía treinta y no sé cuántos. Pero, claro, luego me decía que por qué no le había dejado. Y yo le respondía que cómo iba a darle yo un digusto así a una persona tan mayor. Y bueno, me casé y creo que fui dejando a León en buen lugar en todos los sitios.

—¿Qué es lo que tanto le cautiva de esta ciudad?

—Me gustaba, cómo te diría, el León más antiguo, que éramos todos conocidos, como más familiar. Pero todavía conservo bastantes amistades. Y cuando me dio el ictus tengo la gran satisfacción que, desde los pobres que están pidiendo en Burgo Nuevo hasta la gente conocida, se interesaron por mí, y eso me es muy grato.

Durante la larga conversación que se produce en la sala de estar de su vivienda en León, Fefa Lomana relata, casi como ejemplo para quien la lea, el duro momento que pasó hace unos meses cuando sufrió un ictus que le mantuvo al borde de la muerte. «Estaba sola en ese momento. Me levanté, recogí los periódicos en la puerta y llamé a mi hija María José; creo que empecé a divagar. Llamaron y cuando pudieron entrar pensaron que no llegaría con vida al Hospital, y aquí me tenéis». Sobrevivió a este contratiempo y se adaptó, aunque la única secuela visible sea el bastón que aparta en cuanto puede. Empieza a recordar anécdotas.

«A través de mi vida me eligieron en muchos lugares para representar a León. Recuerdo una vez que tendría yo unos 16 años y llevaba la representación en León al Teatro Principal de Burgos, no sé si por Acción Católica o porque habían traído la Virgen de Covagonda, me queda muy lejano. Todas las chicas de las comunidades autónomas iban diciendo de dónde eran y yo de repente me quedé sola en el escenario muy avergonzada, sin compañeras. Y entonces me preguntaron que de dónde era. Ahí salió mi León y les dije: ‘Yo soy el Reino de León’ . Todo el teatro empezó a aplaudirme».

«Yo salgo muy mal en las fotos», le dice al fotógrafo mientras la retrata cuando responde a las preguntas. «Yo a las mujeres guapas no les hago ni caso porque siempre dicen lo mismo y al final salen guapas porque lo son», le responde el fotógrafo espontáneamente. Fefa le tira un beso. Seguimos.

—¿Sabes que a Carmen la hicieron Alubiera de Honor en La Bañeza?

—Claro que sí.

—A mí también me hicieron Alubiera de Honor, y entonces yo me quedé muy contenta. Oye, y las alubias buenísimas. Así estoy, que engordé como tres kilos. Fue estupendo. Yo con mis hijas la mar de bien. [ Hace este comentario cuando recuerda el buen día que pasó en La Bañeza con su hija Carmen en la fiesta que preparó la ciudad a sus homenajeados ]

—Pues hábleme de ellas.

—Carmen fue la primera en nacer, y nació en León. Cuando me casé, mis padres se fueron a Cuba porque allí tenía mi padre sus negocios y quisieron liquidarlos, aunque no le dio tiempo. Fidel Castro se quedó con todo. Es cuando desaparecieron documentaciones y no se puede reclamar nada.

—De poder hacerlo, ¿lo reclamaría?

—Hombre, claro que lo haría. Yo fui la única de mis hermanos que nació en España. En Cuba nacieron dos hermanos y dos hermanas. Ellos vivían en una zona residencial, pero ya no hay nada de aquella documentación. Se quedaron en la ruina porque todo su esfuerzo desapareció. Mi padre era de Canseco. Entonces no se estilaban los estudios de Bachiller y los que tenían algo de dinero mandaban a sus hijos a hacer las Américas . Y mi abuelo Víctor mandó a mi padre porque había un pariente lejano allí instalado. Lo contaba y a mí me da mucha pena, porque le trataron peor que a una bestia. Con 13 añitos que le mandó mi abuelo... Salió adelante e hizo un capital, que la mayor parte se quedó Fidel. Eran como abarrotes (artículos para el abasto).

Se trata de Adriano Gutiérrez y su esposa Plácida García Fernández-Getino. En Canseco, municipio de Cármenes, todavía se conserva parte del vallado de la casa de estilo indiano que habían construido tras hacer fortuna en Cuba y que fue expoliada y arrasada durante la Guerra Civil. «La historia de amor de mis abuelos fue fantástica, como la de la película La Casa de los Espíritus », relataba Carmen Lomana en una entrevista concedida a Revista en el año 2010. Por lo visto, las familias habían acordado el matrimonio entre Adriano y la hija mayor de los García Fernández-Getino, pero cuando se concertó la primera cita, el joven, de 29 años, se enamoró de la hermana menor de su prometida, que entonces tenía 14 años. Cumplió su palabra y esperó hasta que Plácida tuvo edad suficiente. De este matrimonio nació Fefa.

—Decía que Carmen fue la primera y que nació en León, ¿por qué si ya vivían en Logroño?

—Yo fui la única de mis hermanos que marché, pero nunca olvidé mi León. Y al quedarme embarazada vine a dar a luz a León y Carmen nació aquí. Poco tiempo estuvo porque mi marido ya estaba destinado en Logroño. Pero la traje a hacer la Primera Comunión en las Carmelitas de León. Si queréis pasar tres días en casa os puedo enseñar fotos y fotos de ella.

—Tres días no, pero tres minutos sí.

Quién rechazaría tal propuesta. Quién no quiere ver imágenes inéditas de la reina catódica Carmen Lomana en sus años jóvenes. Quién no quiere comparar con su imagen actual. Pues para disgusto de los más perversos, no hay grandes cambios. La Carmen de ayer no era muy distinta a la de hoy. Con el pelo algo más oscuro en algunas etapas de su juventud o con trajes que hoy resultarían demodés, pero no hay grandes sorpresas. Siempre ha sido impecable en su aspecto físico. Lo subraya su propia madre. «Carmen era terriblemente coqueta. Inclusive, me cogía mis zapatos siendo muy pequeña. Ya era de tacones y de ropa mía, aunque la arrastrara. Una vez la tuve que ir a comprar a Barcelona un abrigo de mutón precioso porque le gustaba. Siempre le gustó la ropa y siempre ha ido impecable. Bien vestida y bien planchada. Un día la niñera se pasó encañonando un vestido y le salía una pequeñísima arruga. Bueno, pues Carmen dijo que no se lo ponía. Como castigo se lo arrugué un poco con las manos y la obligué a salir así. La hice salir un rato, pero para ella fue una desolación. Muy presumida y muy ordenada toda la vida, siempre».

—¿Cuando la ve en televisión la reconoce?

—Veo muy poco la televisión porque tantas cosas raras no me terminan de gustar. Soy más de leer, devoro libros.

—¿Y qué le dice usted?

—Yo le digo: ‘Carmen, ten cuidado, que en España tenemos muchas virtudes, pero también muchos defectos, como la envidia’. Y muchas veces en programas de televisión han dicho cosas de mi hija a las que no hay derecho. Para decir algo de una persona tienes que estar muy convencido de lo que estás diciendo. Y de mi hija Carmen han dicho cosas...

—De lo que ha escuchado, ¿qué es lo que más le ha dolido?

—No te puedo decir porque inmediatamente lo quito, no quiero seguir. La única vez que me metí en algo llamé por teléfono a un programa, no recuerdo a cuál. Yo no sabía que iban a retransmitir la llamada, sólo quería pedir que respetaran la verdad y que no ridiculizaran el apellido de mi marido, Fernández de Lomana. Todos los apellidos me merecen los mismos respetos, pero por Fernández no nos conocemos ni en la familia.

—La verdad es que su hija no se calla una.

—A Carmen cuando la escucho me siento orgullosa porque habla serena, bien y dice verdades. Quizá fue un poco dura, aunque a mí me parece que no, con el Gobierno anterior. José Luis hizo medianamente la carrera de Derecho, pero es que después lo fue torciendo todo. Para mí, sí. Qué mas quisiera que tener el orgullo de que Zapatero hubiera sido un presidente excelente, y más siendo de León. Pero no estaba preparado para ese puesto. Hace poco me pasó una cosa curiosa. Pasaba por donde Hacienda y había una manifestación, creo que de mineros. Soy muy brava en eso: me paro y les pregunto si estaban protestando. Todos me respondían que sí. Y les pregunté a quién habían votado... Pues eso, ahí tenían los resultados.

—¿Ha sufrido mucho con los pretendientes de Carmen? Una joven tan guapa...

—Ha tenido a su lado personas maravillosas, que yo he conocido. En eso no me puedo meter. Mi hija es la que tiene que decidir. Ella ha dicho que no tiene intención de volverse a casar. Ahora, en su vida particular no me meto. Que tenga amigos o como vulgarmente se dice ahora, amantes, o lo que sea, en eso no me meto. Para mí es una mujer decente y joven. Podré comentarle o no, pero adoro a Carmen. Siempre me he sentido con ella más amiga que madre.

—Pero dígame la verdad. ¿Nunca le ha dicho eso de ‘Carmen, hija, qué necesidad tenías tú de meterte en todo esto’?

—Sí, claro que sí. Pero sufrió tanto con lo de Guillermo que quizá se metió en esta vorágine para disfrutar un poco. Cuando viene por León no podemos andar. La gente le pide fotos, autógrafos, y eso a ella le encanta. Se para con todo el mundo. Estas Navidades habíamos quedado en un bar y no llegaba. La llamamos y es que no la dejaban avanzar por la calle de toda la gente que le pedía fotos y firmas.

—¿La reconocen en León como la madre de Carmen Lomana?

—Sí, algunas personas.

—Llegar a cierta edad, después de toda una vida, ser la madre de no le tiene que gustar mucho.

—Me encanta. Toda mi vida tuve fama de ser muy guapa en León. Y yo siempre decía, cómo dirá esto la gente. Pero a mí eso me vino bien porque si no hubiera sido una idiota total. Eso sí, siempre me gustó algo que aprendí de mi madre: estar en casa siempre impecable. Y yo soy una persona que salí hace un momento a hacer una compra, me arreglo y a lo mejor me quedo así hasta las doce de la noche. Y algo que hago siempre es ducharme antes de dormir y echarme unas gotas de perfume, sólo unas gotas.

—Así se duerme como un ángel, claro.

—Así se duerme genial. Carmen también lo hace. Y también lo hacía mi padre; lo de la coquetería del perfume, digo.

—¿Es verdad la edad que dice que tiene?

—Creo que le ponen años de más. A mí marido le daba la cariñada después del verano y todos los hijos nacieron en julio y agosto. Rafa tiene 44, diez más Carlos, María José dos más que Carlos, y cinco más Carmen, 61 años; 64 años como dicen ni soñar. Yo tengo amigas que son mayores que yo y las oigo hablar y resulta que soy la abuela de todas.

—¿Qué quería ser Carmen de mayor?

—Dibuja que es una maravilla. Cuando estaba en Londres, no recuerdo si fue Emilio Botín o Pablo Tarrero, la mandaron allí a trabajar al banco y fue a una academia de Oxford Street a perfeccionar el inglés. Cuando fui a verla me dijo que tenía un profesor que era guapísimo. Y me hizo un dibujo. Fui a buscarla un día, vi al profesor y era clavado al del dibujo. Me quedé impresionada de su talento. Los profesores nos decían que era una vaga, porque si quería se ponía a dibujar y te dejaba con la boca abierta. Hacía diseños de ropa y todo.

La etapa londinense es, probablemente, una de lás más felices en la vida de Carmen. Allí conoció al que después se convertiría en su primer y único esposo, Guillermo Capdevila Ugarte. Fue un brillante ingeniero industrial especializado en el producto técnico industrial, con creaciones propias como la cafetera triangular, el climatizador, el teléfono panorama, una cortina de aire para edificios inteligentes, grapadoras de plástico, sillas o estanterías. En 1976 obtuvo el máster Product Design en el Royal College of Art de Londres. Fundó la empresa Capdevila Asociados, Diseño de Productos S.A., con la que consiguió, entre otros, un premio Simo. Guillermo falleció a los 49 años en un accidente de tráfico.

—¿Cómo recuerda a la única persona que ha enamorado de esa forma a su hija?

—Como una persona excepcional, de una inteligencia increíble y una habilidad en su saber que es para descubrirse.

—Y un final lamentable.

—Carmen conoció a Guillermo en Londres en un concierto de jazz. Se gustaron y mi marido estaba horrorizado. Entonces pidió informes y supimos que la familia era muy buena gente. Se casaron, tenían un chalé en San Sebastián y habían ido a pasar la Nochebuena a Santiago de Chile, donde vivían los padres de Guillermo. Venían en la víspera de Reyes. Él tenía negocios en Pamplona y tenía que ir de viaje y Carmen se quedó en San Sebastián. La gente que tenía de servicio cogió la llamada de la policía de Irún. Y Carmen pensó inmediatamente en ETA, hasta que le dijeron que Guillermo se había matado en un accidente. Así se enteró. Fue horrible. Se encontró deshecha la pobre. Le enterramos en el panteón familiar en el cementerio de León. Carmen no entendía nada. Estaban súperenamorados los dos. Eran de esos matrimonios que se llevaban de maravilla. Para ella fue un mazazo enorme. Una vez que enterramos a Guillermo yo me fui con ella a San Sebastián. Siempre ha dicho, y se lo creo, que nunca se volverá a casar, que tendrá 20.000 amigos, pero casarse como lo hizo con Guillermo no creo que vuelva a hacerlo. Es muy dueña de hacer lo que quiera. Yo me llevo maravillosamente con ella.

—Y ahora que la ve en las revistas, ¿le gusta?

—Me hace mucha ilusión.

—¿Y cuando la pillan en ‘top less’?

—Me molesta porque hay fotos que no tienen por qué salir. Ella se va a Marbella y a primera hora del día o cuando le apetece se quita el bikini y se da un baño. Y no debería pasar nada.

—Mire que en León somos especialitos. ¿Nunca ha oído algún mal comentario sobre su hija por la calle?

—Yo creo que no se han atrevido. Me siento orgullosa de mis hijas, de momento, porque nadie puede ponerlas en mal lugar. Ahí sí que me pondría como una tigresa a defenderla.

—¿Por qué gusta tanto Carmen?

—Porque es muy natural. A ella le pide la gente joven un autógrafo, y encantada. Nunca, nunca le he visto mala cara cuando la gente le pide autógrafos o fotos, y de eso me siento muy orgullosa. Cuando voy de tiendas, las dependientas me piden fotos firmadas de Carmen, incluso me piden que se la presente cuando venga a León. Y yo voy y le digo: ‘Carmen, dedícame fotos a nombre de fulana o de mengana’.

Concluye la entrevista. Fefa enseña el lugar donde pasa la mayor parte del día, una acogedora sala de estar con libros y televisión. «Mira, mira, qué naranjitos tengo». Son dos pequeños árboles que tiene en su terraza, a los que cuida con mimo y habla. «Pero si no he ofrecido ni un café. Hablando, hablando...», se disculpa educadamente. Promesa de otra cita. Acompaña hasta el ascensor. Tira un beso. Y una conquistadora sonrisa.

tracking