Diario de León

Marraquech

jemaa el-fna, lugar mágico

la plaza marroquí es Un hervidero de tradiciones consideradas un tesoro por la Unesco, pero el devenir de los tiempos puede ponerlas en peligro

Puesto de un vendedor de caracoles, uno de los lugares que ofrece la plaza para hacer un descanso y comer un bocado.

Puesto de un vendedor de caracoles, uno de los lugares que ofrece la plaza para hacer un descanso y comer un bocado.

Publicado por
Carmen Rodríguez
León

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Como si de un ser vivo se tratase, la plaza Jemaa el-Fna —uno de los símbolos de Marraquech—, crece y se transforma con el pasar del día, pues este lugar parece que nunca duerme. Una encrucijada de cultura y oficios situada a pocos pasos de zocos como el de las pieles de cabra, las joyas, el de las babuchas o el de los tintoreros, y custodiada por el alminar de la mezquita Koutoubia.

La plaza es uno de los principales espacios culturales de Marraquech y un símbolo de la ciudad desde su fundación en el siglo XI. Acoge «una concentración excepcional de tradiciones culturales populares marroquíes», expresadas a través de «la música, la religión y diversas expresiones artísticas», según la Unesco, que en el 2001 incluyó este espacio en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Pero, sobre todo, Jemaa el-Fna es un lugar sorprendente a los ojos del foráneo cuando se adentra en el bullicio de esta plaza de estructura triangular, que se constituye como el centro de la Medina, y en la que debe encontrar su camino entre vendedores de frutas y otras viandas, encantadores de serpientes, saltimbanquis, dentistas, adivinos, tatuadoras de henna, limpiabotas y comerciantes que ofrecen todo tipo de artículos, desde babuchas hasta remedios medicinales.

Camino de culturas

Lugar de visita obligado para los turistas, Jemaa el-Fna es también punto de reunión de la población local, que es la que mejor puede disfrutar y entender los elementos que definen el espíritu de esta plaza como unión y catalizador de tradiciones, lenguas, etnias y culturas. Un lugar que derrocha vida y no se detiene nunca.

Son los marroquíes quienes forman los grandes y apretados corros que se arremolinan en torno a los narradores de historias, vehículo de transmisión de la cultura tradicional que, «aún hoy día unen la acción a la palabra para enseñar, divertir y embelesar al público», aunque ahora «tienden a adaptar su arte al mundo contemporáneo, improvisando a partir de la trama de un texto antiguo, haciendo así que sus relatos sean accesibles a un público más vasto», recuerda la Unesco.

Los turistas, sin embargo, se dejan seducir con mayor facilidad por algunos pocos encantadores de serpientes y amaestradores de monos, que tratan de ganar su jornal diario con unas monedas por dejarse fotografiar; por las tatuadoras de henna, que sentadas en sus taburetes bajos charlan entre ellas a la espera de clientas en cuyas manos desplegar su arte en forma de imbricados diseños, o por el mágico colorido de los trajes de los ancianos aguadores tocados con sus inmensos sombreros.

Y mientras pasan las horas, la plaza cambia su fisonomía para dar cabida a los innumerables puestos de comida que al inicio de la tarde arman sus estructuras metálicas y bancos corridos para acoger durante la noche a los ciudadanos que allí se dan cita para degustar los platos típicos de la gastronomía local al calor del humo de los fogones.

¿UN LUGAR EN PELIGRO?

Pero Jemaa el-Fna es un ecosistema frágil y su gran capacidad de atracción turística puede convertirse también en su peor enemigo y que termine con su capacidad para reunir auténticas tradiciones milenarias.

La Unesco señala que mientras la plaza de Jemaa el-Fna tiene una gran popularidad, las prácticas culturales podrían verse afectadas por la aculturación, especialmente a causa del desarrollo del turismo.

Tanto la afluencia masiva de turismo como la propia evolución de la sociedad civil marroquí han ocasionado «serios cambios en la dinámica de la plaza», según señala la profesora de la universidad de Marraquech Cadi Ayyad, Ouidad Tebbaa, en un artículo publicado en la revista Quaderns del Instituto Europeo del Mediterráneo.

Las actividades económicas han adquirido gran importancia —escribe Tebbaa— mientras que el arte de los contadores de historias, encantadores de serpientes o acróbatas «han pasado a un segundo plano» en favor de otras actividades «más orientadas a las necesidades y los deseos del público, constituido en gran medida por turistas».

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