Diario de León

alfredo rodríguez vidal

maquetó el diario del 20-n

músico de jazz y rock, pionero del folk leonés con ‘barrio húmedo’, profesor, activista de mil causas... vidal fue maquetista de este periódico en una etapa especialmente delicada

NORBERTO

NORBERTO

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emilio gAncedo
León

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«Alguien como yo, hijo de ferroviario y nieto de caminero, ha de ser por fuerza un poco apátrida, un poco nómada». Y aunque esto afirme Alfredo Rodríguez Vidal, músico, diseñador, profesor y paisano algo trashumante dueño de una finísima retranca, hay que decir que sí tiene patria chica y que es Toral de los Vados, donde vio la luz en 1951, hijo de un aldeano berciano y de una maragata. La infancia hasta los cinco años la pasó en una venta cerca de Astorga, luego hasta los diez vivió en Toral y, a partir de entonces, ya en León, donde estudió en el instituto Padre Isla y en la Escuela de Comercio. Pasó la mili en el Ferral —y le coincidió el asesinato de Carrero Blanco—, y preparaba el ingreso a Bellas Artes en Valencia cuando tuvo que volver a causa de una enfermedad familiar para encontrarse con que en el Diario de León necesitaban un maquetista. Así que entre ensayo y ensayo con lo primerísimo del folk leonés —como el grupo Buenas Noticias—, se embarcó en el tabernario y resabiado mundo del periodismo local en calidad de diseñador de páginas. Todo a pulso, a bolígrafo y tipómetro, como se hacía entonces.

Fue entre 1974 y 1975, casi sólo un año, pero vaya año: en lo nacional, la Marcha Verde marroquí, la revolución de los claveles en Portugal y la muerte de Franco; en lo local, las grandes manifestaciones contra la instalación de una central nuclear en Valencia de Don Juan y una serie de hechos luctuosos que sacudieron la ciudad, como el crimen de la descuartizadora del Portillo «y otra vez que un cura encontró una bolsa en un banco de la Catedral y se dijo: ‘¡Otra paisana que se dejó aquí el repollo’!, y resultó que era una cabeza humana». También tocó el Gordo de Navidad («cien kilos») en los bares Miserias y La Gitana («ese fue mi particular ‘bautismo de fuego’», recuerda).

Una redacción formada por periodistas de raza (Eduardo Carbajo, José Luis Aguado, Camino Gallego, Pedro Trapiello, Antonio Núñez, Carlos Bernal, el fotógrafo Fernando Rubio...) bullía en aquella guarida de Pablo Flórez entre el trote de las Olivetti y el rasgueo de las estilográficas. «Se hacía un gran periódico», dice, recordando cuando la revolución de abril elaboraron las noticias escuchando la lusa Radio Clube y ‘pasando’ de las agencias oficiales, que hablaban tan sólo de «disturbios en Portugal». «Nos cayó un chorreo, pero la información era muy fidedigna». En aquel local donde hacía las veces de archivo fotográfico una especie de caja de frigorífico, la información sobre el ‘caudillo’ venía más que prefijada («mandaban tres títulos posibles y sólo podías elegir entre ellos»), y 20 días antes del fallecimiento ya tenían la información que había de salir. Aun así, había que ubicarla en las nada menos que tres ediciones que se publicaron aquel día. Y allí se bregó bien bregado Vidal, y luego se fue a tomar un vinillo con Pedro Trapiello y otros cuantos.

La vida lo llevó después al Diario de avisos de Tenerife, a una mestiza y algo revolucionaria redacción entre la que había un guineano, un montonero argentino, un miembro del FRAP..., balcón desde el que vivió huelgas, escándalos financieros y severas manifestaciones.

A su regreso a León se dedicó a la enseñanza en la FP y continuó militando en una larga lista de grupos. Al folk de Barrio Húmedo seguirían el rock, jazz y mestizaje de Almacén de Caramelos (porque ensayaban en el almacén de los Ronchitos), El Combo de Sara, Cohiba, Yayabo... Hizo música para Teatro Corsario y formó la Orquesta Polar Antártica por el frío que pasaban... y hoy le sigue dando a las seis cuerdas en los muy activos Gatos Swing que practican ese jazz manouche que es, dice, «la música de los extraditados». ‘CCANero’ de pro, fue presidente del Club en los años noventa y se encargó de organizar aquel magno 20 aniversario con mucha exposición, conciertos y demás. De todas formas, Vidal (usa más el apellido de su madre, que era la cantarina de la familia), más que la muerte de Franco, hubiera preferido pasar a la posteridad «por maquetar el fin de los mercados».

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