Diario de León

En el 500 aniversario de la imprenta en León

El mar de tinta que inundó León

Un nuevo tiempo empezó en León cuando dejaron de darse voces en la plaza del pueblo a toque de clarín y tambor. Como ocurrió en 1793, con la Real Cédula sobre rentas del tabaco. Sin radio, sin televisión, sin móviles ni nada parecido, el único medio de comunicación pública que conoció el siglo XIX fue el de los periódicos y revistas. Un mar de periódicos hubo en el siglo XIX en la provincia porque cabeceras de periódicos tuvo León para todos los gustos y opiniones

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J. C. Santoyo Mediavilla
León

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Atrás quedaban otros sistemas más elementales, como fue le voz del pregonero en las plazas y días de mercado, costumbre que siguió viva a pesar de que desde 1764 se hizo obligatorio el reparto a todos los pueblos, por veredas, de cuanto impreso y noticia las autoridades consideraban de obligado conocimiento.

Tal fue el caso de una Real Pragmática «contra los que causan bullicios o conmociones populares», que en 1774 se hizo pública en Astorga «por bando, a toque de tambor en la plaza principal de esta ciudad, y se fijaron dos papeletas haciendo expresión de su contenido en dos postes de dicha plaza». Y tal el caso en León con una Real Cédula sobre rentas del tabaco, que en 1793 se publicó «a son de clarín y tambor en la plaza mayor…, en altas e inteligibles voces…, a lo que concurrió gran número de gentes».

Durante ese siglo XVIII hubo publicaciones periódicas en algunas, pocas, ciudades de España, pero no así en León. La escasa población de la capital, que a mediados de ese siglo rondaba los 5.600 habitantes, no daba para sustentar económicamente la edición diaria, ni siquiera semanal, de un periódico.

Así hasta la invasión napoleónica y la edición en 1808 del primer periódico con vocación de tal, el Manifiesto de León, del que sin embargo tan sólo se publicó, avatares de la historia, un único número. Pero fue la semilla de una larga serie de periódicos que sembró de títulos el siglo XIX leonés.

Un siglo en el que, en cuestión de prensa, hubo de todo y algo más, porque cabeceras de periódicos tuvo León para todos los gustos y opiniones, incluida una amplia representación de cierta fauna local (El Mirlo, El Toro, El Azor, El Cisne, El Ratón…) y de parte de la hidrografía de nuestro entorno (El Bernesga, El Esla y El Torío).

León estuvo presente aquel siglo en el propio título del Heraldo y del Porvenir, de La Crónica, de La Estafeta, de El Eco y del Diario, todos ellos de León. Como de leonés se autocalificaron en el propio título El Anunciador, El Campeón, El Magisterio, El Estado, El Pueblo o El Constitucional.

Nombres todos ellos muy esperables. Lo que ya no está tan claro es qué pudo llevar a ciertos editores a dar a sus periódicos nombres un tanto crípticos, como El Sinapismo (¡!) o El Pescador de León (cuando en él no se hablaba de pesca), El Chasco Bochornoso, El Padre Verdades, El Contra-Bombo o Beso a Usted la Mano, que ya son ganas de rizar el rizo…

Claro que, si pequeño era aquel León del siglo XIX, grande en cambio debió ser la afición lectora: no de otra manera se explica que en un año como el de 1886 circularan en la capital nada menos que nueve distintos periódicos, todos leoneses: La Estafeta del Noroeste, La Concordia, La Estafeta de León, Fray Clotaldo, La Escuela, El Diario de León, El Duende, El Anunciante, El Porvenir de León y El Heraldo.

El decano, con diferencia, de la prensa leonesa generalista del XIX fue sin duda El Porvenir de León. En una ciudad en la que, como escribió Clemente Bravo, «el periódico que muere de viejo es raro», El Porvenir vivió y sobrevivió sesenta años, desde diciembre de 1863 hasta bien entrado el tercer decenio del siglo XX (convertido así en una valiosa fuente de noticias para la historia local y provincial durante ese período).

Como en el relato de san Agustín y el niño en la playa, es intento fallido tratar de embutir en dos páginas ese mar decimonónico de periódicos, que bien podría haber sido aún mayor, porque fueron bastantes los que ni siquiera llegaron a ver la luz y quedaron en mero proyecto, entre ellos el Periódico de Artes y Ciencias que imaginó la Sociedad Económica de Amigos del País, El Caracol, El Legionense, La Perra Gorda o La Voz de León.

A partir de 1870 Astorga también contó con una amplia cuota de periódicos, de variopinto cariz y duración: los hubo serios y profesionales, como El Porvenir, La Justicia, La Voz Astorgana, La Verdad o La Luz, pero también otros cuyos títulos ya resumían intenciones de una u otra naturaleza: El Sacatrapos, El Zurriago, Pedro Mato o el semanario A los Pies de Usted, de Magín G. Revillo.

En el Bierzo abrió el fuego Villafranca en 1883, con un semanario con título muy de época, El Progreso Berciano (hubo Progresos ese siglo en más de media España), al que en 1890 siguieron, los dos el mismo año, La Alondra y El Amigo del Pueblo, uno más literario, el otro tan radicalmente anticlerical que acabó matándolo una fulminante condena episcopal y consiguiente prohibición de lectura «bajo la pena de pecado mortal» (o tempora, o mores!, que dijo Cicerón).

Ponferrada estrenó periodismo en 1894, y lo hizo con doblete sonoro: primero con La Voz del Bierzo, y en seguida, más fuerte, con El Clamor del Bierzo. Rozando ya el fin del siglo, La Bañeza lo hizo en 1899, también con doblete: a finales de agosto El Independiente, y pisándole los talones La Democracia a mediados de septiembre.

Hay rumores de que en los dos últimos años del siglo XIX Valencia de Don Juan quiso, y no pudo, tener dos periódicos, a los que sí llegó a dar nombre, El Coyantino y El Agrícola, pero que, al parecer, no pasaron de simples intenciones.

Lo dicho: visto desde de la distancia, todo un mar de periódicos, pero un mar que acabó seco y casi desaparecido, sin que de muchos de ellos apenas haya quedado algo más que el título o, con suerte, uno o dos ejemplares sueltos. Lo que no deja de ser una lástima…

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