Diario de León

CANTO RODADO

La marquesa pija

Quieren las derechas engañar con que la igualdad es victimizar a las mujeres y criminalizar a los hombres. Pero nada ha habido más liberador para el género femenino (e incluso para los hombres).

León

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La Semana Santa leonesa tiene un mérito incuestionable. La reciedumbre con que se pujan los pasos y el ritmo de los braceros —y braceras donde las dejan, no en Minerva— mientras desfilan por las calles. Una entrega y coraje que se echa en falta para otras muchas cosas y causas.

Claro que después de ver pasar a la Dolorosa, mecida por los papones, alguno de ellos, a pelo, rasgando la piel con el asfalto, y observar la estampa que cierra la procesión, se explican muchas cosas. El séquito de manolas, militares en perfecto estado de revista, concejalas resignadas o tiesas como palos y el alcalde de compi-yogui con su segundo de a bordo es un retrato de los valores que se perpetúan en estos actos.

El verdadero broche de la procesión, no obstante, es la riada de supervivientes que arrastran los coloridos globos de helio con toda la prole tras de sí. El orden social se escenifica en todo su esplendor y miseria.

La conquista de los derechos parecía haber acabado con las jerarquías, pero no. Y eso que las marquesas, rojas o pijas, tienen derecho a votar porque, no una feminista, sino legiones de mujeres feministas lucharon por ello. Y en España, en particular, nuestra querida Clara Campoamor, una obrera hecha abogada y diputada.

Las marquesas, titulares o consortes, tienen derecho a usar la tribuna e insultar, despreciar y hacer mofa de las mujeres violadas, en lugar de ser guillotinadas, como lo fue Olympia de Gouges, por la Declaración de los Derechos de las Mujeres, tras la revolución francesa.

Las marquesas, que son muy pocas y escogidas, también tienen derecho a decir no y a denunciar una violación. Porque las marquesas, aunque tengan tres nacionalidades no sean inmigrantes en ningún lugar del mundo, también son o han sido víctimas de la violencia de género y las agresiones sexuales.

Usar la lucha contra la violación y la violencia de género como arma electoral arrojadiza es de una infamia insoportable. Y hacerlo tratando a los y las contrincantes como quien despacha al personal de servicio —en tiempos caducos— dice mucho de la falta de calidad humana de cierta clase política con título nobiliario y sin escrúpulos.

Y lo peor es que esta conducta sea aplaudida. ¿Se imaginan que una política en campaña se mofara de las víctimas de terrorismo? ¿O se exigiera que estas víctimas hubieran sido previsoras para evitar la tragedia?

Es lamentable que con toda la información y datos que digerimos a diario sobre violencia sexual y machista de todo tipo tengamos que soportar que las marquesas pijas se hagan las ofendiditas y acusen al feminismo de victimizar a las mujeres. No, señora. El feminismo ha empoderado al género femenino y sigue empoderando a cada vez más mujeres para hacer justicia social. Y tampoco criminaliza a los hombres. Es más, el feminismo espera con ansia que sean cada vez más hombres los que se sumen y asuman que no se trata de ayudar en casa o dejar un hueco a las mujeres en las listas electorales porque lo dice la ley.

Que asuman que cuidar previene la violencia. Porque quien cuida desarrolla los afectos y la empatía, como señaló Hombres por la Igualdad Prometeo en las jornadas sobre Género, Diversidad Sexual y Derecho de la ULE. Que el sistema admita que cuidar tiene valor económico y productivo, aunque no cuente en el PIB ni aparezca en el programa electoral de la marquesa. Que recuerden, esos padrazos, que le deben al feminismo el permiso de paternidad; no a las inexistentes manifestaciones de hombres para exigirlo.

¡Ay si la paridad no fuera un mandato! Ni siquiera las marquesas irían en algunas candidaturas. Sólo hay que ver cómo evoluciona la participación de las mujeres en el poder empresarial. De más a menos. Del 26,4% 2017 al 14% en 2018.

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