Diario de León

Militar, alcalde y mártir del tradicionalismo

Pedro Balanzategui | En la etapa política anterior, los maestros teníamos que impartir unas lecciones ocasionales del Frente de Juventudes y confeccionar un mural mensual. Una de esas lecciones era el Día de los Mártires de la Tradición, el 10

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MATÍAS DÍEZ ALONSO | texto
León

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Pedro José Joaquín Balanzategui y Altuna nació en Zarauz, Guipúzcoa, el 31 de enero de 1816. Era hijo de don Vicente Balanzategui y doña Josefa de Altuna, ocupando el tercer lugar entre siete hermanos. Sus antecesores probaron su nobleza entre los años 1641 y 1763. Entre sus antepasados se cuenta al humilde pastorcillo de Oñate Rodrigo Balanzategui, quien presenció la aparición de Nuestra Señora de Aranzazu («Tú en la espina»), patrona de Guipúzcoa. Balanzategui, en vascuence, palabra llana porque en esta lengua no hay esdrújulas, significa «paraje de grandes cuestas», y Altuna es otro topónimo que significa «colina de alisos». Todo ello según evocaciones de mis años mozos, cuando ejercía la docencia en aquella remota aldea de Abalzisketa («carrascal»), con sesenta niños de los que sólamente uno hablaba castellano. Tal situación me obligó a aprender el significado de un montón de vocablos del vascuence, lengua aglutinante y no de flexión, para poder entenderme con los alumnos. La hoja de servicios de la carrera militar de don Pedro Balanzategui se conserva en el Archivo Militar del Alcázar de Segovia. En 1839 fue subteniente, en 1840 se le designó como teniente de milicias, en 1845 alcanza el grado de capitán de infantería, y a finales de 1847 pidió su cese en el ejército. Sus destinos y campañas militares se desarrollaron por muchas ciudades españolas, entre ellas León, y en 1844 fue condecorado con la Cruz de Isabel la Católica. Matrimonio con una leonesa El 24 de octubre de 1845 se casó con doña Eusebia Escobar y Acebedo, dos años menor que él, en la iglesia de San Marcelo de la capital leonesa. Doña Eusebia era Señora de Cembranos. Ofició el presbítero castrense don José Torices y firmó el párroco don Tomás Santiago y cuatro testigos. Dos años más tarde, Balanzategui pidió la excedencia en el ejército. En Cembranos y en León Cesante ya en su condición de militar, vive con su esposa y sus suegros en el palacio de los Escobar de Cembranos, y otras veces en el palacio Torreblanca de la ciudad de León. Fruto de este matrimonio será Rafael Balanzategui y Escobar. Era un hombre muy pulcro, con atuendo de levita y chistera. Se interesó tanto por la vida histórica y política de León que fue elegido regidor mayor de la ciudad, y la reina Doña Isabel II le nombró alcalde en 1857. Sus gestiones como alcalde fueron de mucha trascendencia, entre las que se cuentan el proyecto de ferrocarril Palencia-León, Vigo y La Coruña. Se repararon las fuentes públicas, se retuvo en León la Escuela de Veterinaria, que hubo intento de trasladarla a Valladolid, se instaló el mercado municipal en la Plaza del Conde y se construyó el puente de hierro sobre el río Bernesga, camino de la estación de la Renfe, entonces Ferrocarril del Norte. Los faroles públicos de aceite se cambiaron por lucecillas de petróleo. Por dos veces fue alcalde de León, de 1857 a 1859 la primera y de 1867 a 1868 la segunda. Camino hacia la tragedia Con el destronamiento de la reina Doña Isabel II en 1868, las esperanzas carlistas tornaron a sentirse fuertes y oportunas. En Astorga mantenían el fuego sagrado del carlismo el beneficiado de la catedral, don Antonio Milla; el catedrático del seminario, presbítero don José María Cosgaya y los curas de varios pueblos maragatos, que en total reunían doscientos hombres. El canónigo contaba con que se le unieran varias partidas de carlistas de Omaña. Un grupo de astorganos bordaba la bandera para las tropas. Como Balanzategui ostentaba el señorío de Villátima, tierra de Templarios, cargó sobre sus hombros comandar al movimiento subversivo en León y flanquear las provincias de Palencia y Santander. La finalidad táctica era ayudar al movimiento carlista de Pamplona, para distraer al gobierno, teniendo que combatir la insurrección en León, y así se facilitarían los planes navarros. Las campanas de Valdeviejas sí sonaron a la hora convenida, pero la campana María de la catedral de Astorga, la mayor de la provincia, de 186 centímetros de diámetro de boca, que le da 2.600 kilos de peso, no sonó, ni dió respuesta con su tañido. El 27 de julio de 1869 don Pedro Balanzategui, a caballo de brioso alazán con otros seis compañeros, entre ellos un sacerdote, llegaban a Las Bodas, cerca de Boñar, donde se les sumó un grupo de carlistas. Al día siguiente recibieron otro gran grupo de correligionarios procedentes de Boñar, Redipollos, Cofiñal, Vegamián, Puebla de Lillo y otros pueblos del Porma, en total un par de centenares. El grupo subversivo de Pamplona fracasó, el de Astorga no llegó a iniciarse, porque fueron apresados sus miembros. Don Pedro Balanzategui no se enteró de ello, y quedaron estos montañeses solos entre las estribaciones de su orografía. Balanzategui supo de estos fracasos el 3 de agosto y reunió su gente, les leyó el documento de la Junta de León y les dejó en libertad para volver a sus casas y acogerse al indulto. El gobierno del general Prim ofrecía indulto a los que se entregaran, pero fusilaría sin sumario al que se le capturara con las armas en la mano. La huída hacia el camposanto Balanzategui recibió noticias por un confidente que tres columnas de milicianos habían salido de la ciudad en su persecución: una de la Guardia Civil, otra de Voluntarios de la Libertad con un escuadrón de lanceros al mando del diputado republicano don Mariano Álvarez Acebedo, y una tercera columna de Cazadores de Segorbe a las órdenes del coronel Colomán, gobernador militar de la provincia. Balanzategui contaba con doscientos militantes y una dotación de cien escopetas, con veinte cartuchos por escopeta. Como le acompañaba su hijo Rafael, de 16 años, lo despachó para León con pliegos para la Junta. El día 3 de agosto los sublevados pernoctaron en Prioro, y no sabían donde se hallaban las columnas de sus perseguidores. La idea de Balanzategui era internarse en Portugal. El día 4, al mediodía, cuando estaban distribuyendo el racionamiento para las tropas, cayeron sobre ellos los lanceros de don Mariano, y la columna carlista perdió la mitad de sus efectivos. Con un centenar de hombres mal armados consiguió Balanzategui llegar a Velilla del Río Carrión, en la montaña palentina, al caer el crepúsculo vespertino y, por sorpresa, se presentó la columna de la Guardia Civil disparando a quemarropa, salvándose varios carlistas amparados en las sombras de la noche. Balanzategui atravesó las filas de la Guardia Civil a caballo, con otros dos compañeros a quienes convenció que había que separarse y huir cada uno a su propio albedrío, abandonando la aventura. Don Pedro Balanzategui pasó la noche del día 4 de agosto bajo el puente medieval de Velilla. Al amanecer el 5 de agosto de 1869 seguía Balanzategui entre los matojos bajo el puente, y sintió pasar el tropel del escuadrón de la Guardia Civil y, alejado el peligro, fue campo a través hacia la estrella de su triste destino. Se dirigió hacia la villa de Valcobero, a unos cinco kilómetros de Velilla, a donde llegó al caer la noche con la idea de acogerse en la casa del sacerdote, don Lorenzo Martínez, amigo suyo, a cuya lealtad esperaba encomendar el último rayo de esperanza para su salvación. Se consuma la tragedia Balanzategui conocía bien Valcobero y la casa parroquial. Llamó suavemente a la puerta y don Lorenzo le reconoció a la luz de la luna. Con gestos expresivos le indicó el cura que huyera, pero don Pedro no le entendió. El páter se desmayó y cayó al suelo. Los ocho guardias civiles, al mando del sargento Centeno, salieron al momento y apresaron al carlista, conduciéndole a un local donde reconoció a los compañeros de sus huestes que permanecían apresados. El sargento Centeno, que había servido a sus órdenes cuando era alcalde de León, trató con altivez a Balanzategui y le dijo que le fusilaría sin formar sumario, aunque le permitía prepararse cristianamente y redactar una carta a su esposa, que es un modelo de cariño, de religiosidad y de patriotismo. Al amanecer se confesó con el párroco, se formó el macabro cortejo y caminaron hacia el camposanto, con todos los prisioneros para que les sirviera de ejemplaridad. Don Pedro se abrazó al sacerdote y a sus compañeros, se arrodilló, musitó una oración y una descarga de fusilería acabó con su vida contra la puerta del cementerio. Después de tantos años aún he apreciado yo los impactos de las balas en la vieja puerta de madera de este camposanto. El pasado año de 2004 han cambiado esta puerta de madera y la han sustituido por una de hierro. La exhumación de sus restos En el Libro Parroquial de Difuntos de Valcobero, de 1852 a 1930, libro 11, folio 19 vuelto, ya he leído la partida de defunción que suscribe el entonces coadjutor don Lorenzo Martínez, el 6 de agosto de 1869, de dar sepultura eclesiástica al cadáver de don Pedro Balanzategui, por disposición del señor alcalde constitucional de este pueblo. Testifica que ha recibido el santo Sacramento de la Penitencia, y fue fusilado por orden del comandante de la Guardia Civil de la provincia de Palencia a la hora del amanecer, y fue sepultado a las siete de la tarde en la parroquia de San Lorenzo de Valcobero. Hay una nota que dice Vea el folio 62 vuelto, la firma «García». Este folio se refiere a la exhumación. La partida de exhumación se testifica el 7 de octubre de 1901, firmada por el párroco Francisco García, donde se relata el acontecimiento llevado a cabo por don Juan Balanzategui y Olarte, presbítero beneficiado de la Catedral de León, sobrino de don Pedro Balanzategui, acompañado de los párrocos de cuatro pueblos cercanos, que nomina y practica la exhumación el vecino de este pueblo, Vicente Santos, «único que vive de los ocho vecinos que le enterraron». Sus huesos fueron colocados en dos saquitos nuevos de hilo y encerrados en una caja, que recogió don Juan Balanzategui para depositarlos en el panteón familiar que existe en la iglesia parroquial del pueblo leonés de Cembranos, bajo la predela del retablo, detrás del altar. Una placa de hierro, esmaltada de blanco, con texto escrito en color negro dice: Aquí yace D. Pedro balanzategui Fusilado en Valcobero El 6 de agosto de 1869 R. I. P. Rezad por su alma un padre nuestro Don Juan Balanzategui presentó una Real Orden del Ministerio de la Gobernación, fechada el 10 de enero de 1894, y un Decreto del Excelentísimo e Ilustrísimo Señor Obispo de la diócesis de León, fechado el 29 de diciembre de 1893, con los que acreditó hallarse facultado para esta exhumación. Se celebraron sufragios de solemne oficio y misa de difuntos por el finado,. con asistencia de estos sacerdotes y todo el pueblo de Valcobero. Enjuiciamiento Don Pedro Balanzategui era un hombre de creencias religiosas, que chocaban con el krausismo que impregnaba la caracterología de Prim, y los principios de la Gloriosa Constitución. Era un vasco empapado de ese espíritu vasquista que no se abre al mundo exterior. No midió bien los medios tan escasos que tenía en sus manos para enfrentarse desde su verdad a la otra verdad de los demás. El clima político no favoreció su idea, condenada al fracaso por falta de oportunidad y con poca fuerza material para imponerla. Era un hombre honrado, que esclavizó sus ideas a una meta inalcanzable desde su pequeña fuerza. Lo veía todo claro a su favor, pero en realidad no contaba con la fuerza y el poder de sus contrarios. Penuria económica Fusilado Balanzategui el 6 de agosto de 1869, la penuria económica cayó sobre la familia Escobar: hubieron de vender el palacio de Torreblanca de la capital, que compró el presbítero capellán del hospital de San Antonio Abad, don Juan Balanzategui Olate, el 4 de marzo de 1874 por 31.667 pesetas. En 1883 arrendó al Estado el palacio por doce años y 3.000 pesetas de renta anual, para instalar las oficinas de Gobernación y Fomento, y luego el telégrafo. A la muerte de don Juan Balanzategui en 1891 dejó en herencia el palacio de Torreblanca a su hermana, doña Victorina Balanzategui, vecina de San Sebastián, y el año 1921 los resposables de la promoción Nuevo Recreo Industrial compraban a doña Victorina este antiguo palacio de los marqueses de Torreblanca por 175.000 pesetas. Abonaron 75.000 pesetas de entrada y el resto en plazos de 25.000 pesetas cada año. El primer firmante era el presidente de la asociación don Miguel Castaño Quiñones, con el tiempo alcalde de León. Se compró ante el notario don Miguel Ramón Melero. Plaza de Balanzategui La ciudad ha querido rendir homenaje a este mártir del tradicionalismo, que tuvo en sus manos la regiduría de la capital leonesa, y le ha dedicado una coqueta plaza. Se halla esta placita en el barrio de Las Ventas. En 1935 se denominaba Plaza de las Escuelas. Tiene entrada y salida por la calle Mariano Andrés. Convergen en ella tres calles: Peñalba, Gumersindo Azcárate y Aviados. Está dotada de bancos y árboles y se adorna con una modernista fuente de permanentes chorros.

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