Diario de León

Moisés de León, el «cruzado» judío contra la laxitud

Puede resultar extraño pero los hechos demuestran cómo todavía se ocultan en la bruma del olvido los pensamientos de no pocos sabios que la Edad Media en nuestras tierras engendró. Pensadores de religiones diversas y modos de ver la vida, en oc

NORBERTO

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ILIA GALÁN | texto
León

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Por esos senderos perdidos hallamos a Mosé ben Sem Tob de León, más bien conocido como Moisés de León. Un sabio que vivió casi cien años antes que el fecundo sabio Sem Tob de Carrión diera a conocer sus obras filosóficas, pero después de la huella dejada por Maimónides. Nació en León a mediados del siglo XIII, el siglo de Alfonso X el Sabio, donde tanto se prodigaron y fomentaron las ciencias y las artes, así como la convivencia entre culturas y religiones, para pasar después a los trágicos tiempos de su hijo Sancho IV, quien se rebeló contra su padre regando su reino con abundante sangre durante el tiempo que reinó. Época que dejaría como un decorado para su famoso Zóhar, un trasfondo social y político. Telón de fondo para la representación de sus ideas en el gran teatro de los pensadores. Época propicia al florecimiento de grandes autores como Garcilaso de la Vega, don Juan Manuel o Ramón Lull, que coincide también con el desarrollo de las grandes teorías escolásticas, de San Alberto Magno, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino y otros. Mientras se creaban las majestuosas catedrales góticas nacían y se desarrollaban las órdenes mendicantes, la del español Santo Domingo de Guzmán, los dominicos, o la de San Francisco de Asís, quien pasó por la Península Ibérica para peregrinar con sus hermanos menores Compostela mientras iba fundando conventos entre 1212 y 1213. Este pensador judío murió en torno a 1305, cuando amanecía el siglo XIV, que tanta importancia tendría en el cambio de la tradición judía, en las disputas teológicas entre racionalistas y cabalistas, discusiones internas y ataques externos a la comunidad hebrea que terminarían con las tristemente célebres matanzas y expulsión de los judíos. Ese acontecer de hechos e ideas produjo la universalmente famosa Inquisición Española, contaminando por el adjetivo de «santa», que activó hasta el siglo XIX, y que convertiría sus reinos en un desierto filosófico. De Moisés de León apenas sabemos, porque quizá se quiso que no se supiera mucho, al no ser de religión aceptable y por su crítica a la sociedad. Su temperamento le conducía a dirigir los ojos especialmente hacia lo misterioso, lo que provoca maravilla y parece resultado de la fantasía. Sus trabajos le hicieron maestro de la Qabbalah; cabalista, es decir, sabio que logra desentrañar los contenidos de los escritos sagrados posteriores a los mosaicos y que por medio de un sistema peculiar de interpretación mística o alegórica del Antiguo Testamento forma la codiciada doctrina teosófica. Esto se desarrollaba con un método esotérico de interpretación aprendido por cuidada iniciación de los adeptos escogidos y con tal saber accederían a los misterios, es decir, a revelar doctrinas ocultas acerca de Dios o del mundo. Entre sus obras hallamos el Séfer ha-Sodot , una personal visión elaborada según la tendencia mística del libro de Enoc , para muchos judíos apócrifo, donde despliega su concepción sobre los cielos y los infiernos y la condenación o exaltación del alma que se produce tras la muerte. Pero no fue sólo teólogo sino también filósofo fragmentario, y sus retazos de pensamiento se descuelgan con pretensión casi sistemática para ir precisamente contra la filosofía, es decir, contra el exceso de racionalidad o lo que él entendía como soberbia de un pensar que pretende saber más de lo que es posible conocer; contra la razón compuesta como dogma asentado en pilares no firmes. Como tantos grandes pensadores, halló que la razón muchas veces destruye a la propia razón y que fallan sus fundamentos, que las demostraciones a veces no son tales y que el puro pensar difícilmente es puro. Su objetivo era, sin embargo, explicar racionalmente la religión, la suya, es decir, la judaica, frente a las demás, para evitar lo que a su juicio eran excesos caprichosos de algunos intérpretes fanáticos a los que huía o de otros a su entender demasiado relajados, y todo ello con el fin de dar consistencia a la doctrina creída. La razón cuando es razonablemente empleada es más que valiosa. Moisés entendía que sus creencias tenían consistencia coherente, y la razón también tenía su interna coherencia pero de modo parcial. No adoraba a la diosa razón, sino a Elohim, Dios creador de lógicas y razones. Por ello se empeñó en refutar los sistemas filosóficos que conocía y eran contemplados en su tiempo para explicar la religión y hacerla coherente, sensata, en su Ha-Miskal , de un modo no tan diferente a como lo intentarían hacer por aquellos tiempos pensadores de otras regiones, como los filósofos cristianos San Buenaventura, San Alberto Magno o Santo Tomás de Aquino harían antes, en su tiempo o después que él. Ahora bien, si su fama y su leyenda se extiende hasta nuestros días es por su producción cabalística, sobre todo por Séfer ha-Rimmon , peculiar interpretación del culto judaico, teatralidad y música, simbología abierta y oculta. Pero este escrito ha permanecido inédito prácticamente hasta nuestros días, conocido sólo por eruditos o los que lo transmitieron manualmente de unos a otros. No fue así con la célebre Zóhar , su gran obra. Séfer ha-Zóhar fue un trabajo complejo y en el que varios estudiosos participaron. Moisés de León contribuyó a su redacción definitiva, aunque era un escrito iniciado anteriormente y se constituyó en obra principal de la Cábala. De Moisés de León nos cuenta Yitzhak Baer, en su monumental Historia de los Judíos en la España Cristiana , cuya interpretación aquí seguimos, que, aunque fue temporalmente famoso no perdió su humildad, ni aun convirtiéndose en referente clave al establecer el canon de la Cábala con su Zóhar . Este escrito sefardita, Séfer ha-Zóhar , se traduce como El libro del resplandor , y fue redactado, al parecer, entre 1280 y 1286. Las doctrinas ahí expuestas, mucho han dado que pensar y hablar a los cabalistas posteriores. Una de las claves está en el intento de reforma de la vida práctica, por ejemplo, la vida matrimonial, corrupta, a su juicio, y que conducía a desvaríos entre su pueblo, como la delincuencia y similares plagas. En un ambiente que luego haría brotar, incluso con cierta violencia, el enfrentamiento entre racionalistas y cabalistas, él viene a ser un gran representante de la reacción místico-ascética. Este pensar se desarrolla sólo desde su peculiar sentimiento religioso y así se destacó como voz que reprochaba a los descarriados su cambio de religión e instigaba al odio por los hijos de una mujer no judía que algunos miembros de su comunidad, el Pueblo Elegido, tenían. Puritano, como tantos otros, censuraba lo que entendía como libertinaje sexual, y así muestra el pecado en el conocido relato de Yosi, el borriquero. Hoy le clasificaríamos como racista y fanático puritano, pero en su época se trataba de un reformador más. Su afán fue tan grave que llegó a amonestar a los judíos responsables de su tiempo porque no castigaban a los pecadores. La voz molesta de su predicación también se alzaba tanto contra los que seguían las doctrinas del averroísmo como contra los epicúreos, a veces casi con un estilo feroz, similar al que luego tendrían algunos inquisidores: «¡Exhalen su último suspiro pues son bestias! Son necios, carecen de fe. ¡Ay de ellos, ay de sus almas!, ¡cuánto mejor hubiera sido para ellos no haber venido a este mundo!» El miedo inyectado con estentórea voz de profeta en las almas para devolverlas a las propias creencias hoy nos parece fea estrategia, aunque no fuera tan extraña en la época también entre musulmanes y cristianos. Sin embargo, la parte más hermosa de su pensamiento está tal vez en su defensa de los pobres, ante el panorama desolador que podía ver en las aljamas, donde unos se enriquecían a costa de otros y algunos judíos lograban llegar incluso a altos cargos de poder en la administración con el rey o algún señor del lugar. Por eso se afana en proclamar que por tres pecados el hambre visita el mundo y estos tres se hallan especialmente entre los ricos, por su arrogancia. Los pobres se ven desprovistos de este mal, al menos mientras son pobres. Moisés de León cree que una felicidad a menudo inexistente para una mayoría pobre debía lograrse en el otro mundo, en la vida celeste. Los grandes pecan y los pobres pagan por ellos. Aunque en los relatos bíblicos se ve cómo unas generaciones pagan el mal de sus padres, lo mismo que disfrutan los bienes que les legaron, es que, según dice Moisés, así Dios castigará más a los grandes que han provocado o permitido males a los pequeños. Anima a cuidar de los pobres, porque si no hay justicia aquí, en nuestro mundo físico, en otra dimensión ha de equilibrarse la balanza, según lo entiende a través de la fe judía. Rescata la idea del cuidado al prójimo, tan habitual en los ambientes cristianos de los que se veía rodeado, y dice que quien maltrata a un pobre, a Dios vilipendia. Así clama también contra los explotadores que por medio de contratos o papeles, aprovechando leyes o inventándoselas, explotan a los pobres; por una abstracción, diríamos, como una norma, se consolida una situación concreta y real de injusticia y donde uno debiera exigir y el otro entregar lo razonable se transmuta para beneficio de unos pocos a costa de los demás. Así dice: «Quien arrebata al pobre su salario es como si le arrebatara su vida y la de su familia. Reduce su vida (...)» Moisés de León se enfrentó de este modo a los ricos y poderosos. Lo que conlleva el enfrentamiento con las clases dirigentes y sufrir persecución. Moisés de León se convierte de este modo en un predicador con arsenal filosófico, teológico y cabalístico que exige el arrepentimiento y destaca los bienes de la pobreza y los males de la riqueza. De hecho, su libro, el Zóhar, no sólo estaba redactado para los rabinos y doctos sino para un público más amplio que pudiera beber su doctrina en una atmósfera que tiene algo de mística. Consiguió un grupo de discípulos que, como él, se levantaban a media noche a cumplir con sus preceptos religiosos e iban por los pueblos predicando que la redención estaba próxima para el pueblo judío y que no tardaría en llegar el Mesías. Su paso por las diversas sinagogas produjo numerosos problemas. Predicaban, con su actitud y modo de vida, de modo que contrastaba con las estructuras sacerdotales de las aljamas y su poder, y así se delataba la opulencia o hipocresía, según los casos, de los clérigos judíos. Tanto sus seguidores como él mismo no se privaban de censurar incluso a quienes construían una sinagoga fundamentalmente por hacerse un nombre, ni a los rabinos y jueces oficiales que luego estafaban en los impuestos y no vivían la religión interiormente. Su vida de predicadores ambulantes, a expensas de la comida que buenamente les donaban las gentes, denunciaba a los clérigos acomodados como también se verían denunciados algunos obispos que vivían entre lujos ante los humildes e ingenuos franciscanos que tanto iban proliferando. El fin de Moisés de León no era este mundo material, según la doctrina leída en Daniel: «Los sabios brillarán con el esplendor del firmamento». Por eso el Zóhar explica cómo hay que esforzarse por lograr ese resplandor, una luz más honda, extensa y bella. Moisés no duda en inspirarse a menudo en la religión dominante en su tiempo, la cristiana, con cuyo vigor se construían la catedral de León y la de Burgos, esplendor de luz y altura del arte que mostraba cómo el mundo cristiano no declinaba sino que parecía más fuerte y espléndido que nunca, pese a todo. Moisés de León retrata al Redentor como un cabalista pobre, retomando la historia de los Evangelios: el niño-Dios nacido en un establo, rechazado por el mundo y fuente de sabiduría; así entiende que ha de ser un Mesías paciente, manso, más que un rey guerrero como esperan los corazones demasiado humanos; un ser que transformaría las lógicas del poder y el interés económico, un ser que nos devolvería a la dimensión más honda del mundo. Sus doctrinas tendrían especial cabida en el movimiento mesiánico que se dio entre los judíos del reino a la muerte de Sancho IV. ¿Qué nos queda hoy de aquel indigente cabalista? Al parecer, como paradoja que le persiguiese en su vida, un rico judío le pidió a su hija en matrimonio; a cambio él debía entregarle como dote el manuscrito del Zóhar . De Moisés de León tenemos ahora una visión contradictoria; hombre de su tiempo, algunas de sus aseveraciones chirrían como gritos fanáticos de un ayatolá, hoy que caminamos hacia un necesario diálogo de religiones desde un mundo laico y que pretende la convivencia pacífica de las creencias; chirría su exceso de celo, su doctrina puritana, pero nos es más provechoso recordar su crítica al poder, su defensa del pobre. La Cábala que palpita en el Zóhar queda, mientras, para el creyente o para los eruditos, juego de símbolos y rasgos que huyen del austero y duro paisaje leonés para querer atraparlo en el mundo entero, como en aquella palabra que las reúne todas, om, aleph, o alpha y a la vez omega, como el verbo que se encarna en el cerebro de cada uno, en nuestros pensamientos.

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