Diario de León

Obdulia Acevedo: «Veo la vida como desde un avión»

«Qué sé yo... quizá sería pintora; no es que sepa pintar pero, aunque un poco tarde, descubrí el gusto por la pintura»

JESÚS

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VICENTE PUEYO | texto
León

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Jesús, el fotógrafo, le ha pedido a Obdulia que se coloque detrás la ventana y la magia de la luz ha levantado una suave bruma: la memoria, bordada con sutiles hilos, la vida vivida, y la por vivir, la atraviesan como nubes pasajeras. Las mismas nubes que esta mujer de 87 altos y elegantes años contempló tantas veces desde la cabina del Junkers en el que volaba su marido: Máximo Penche, aviador militar y fotógrafo en los tiempos en los que ambos oficios eran pura épica. Ha pasado mucho tiempo pero a Obdulia Acevedo Eguiagaray no se le olvidan las luces de Cabo Juby, en el entonces Sáhara español, donde su esposo era el jefe de la escuadrilla de aviones allí destinada. «Aquella, más o menos el año 1945, fue una época preciosa, especialmente grata. Y también cómoda porque, aunque algunas veces dormimos en las jaimas en pleno desierto y nos despertaban las cabras, en el cuartel había bastantes comodidades. La comida la traían de Canarias y era buena. El coronel era una persona muy agradable, estaba casado con una chica americana y nos reuníamos para charlar muchas veces». Aunque aún podría hacerlo, Obdulia no escribirá nunca las «memorias del Sáhara». Se conforma con mantenerlas en el delicado equipaje de los recuerdos más preciados. Aquellos lejanos destellos de intensa felicidad son el combustible que le han permitido llegar al otero cargando en la mochila una distinguida indiferencia: «Ahora veo la vida como desde un avión... quizá mi carácter sea un poco frío, quizá me falte un poco más interés por las personas y las cosas, un poco de emoción. Y no sé si debo decir gracias a Dios por esto...». -¿Fue su marido el amor de su vida? -Pues sí. Nos casamos en León el 29 de marzo de 1939, dos días antes de que acabara la guerra. Yo tenía 20 años recién cumplidos. Él era palentino pero había estado mucho en León. Fue profesor de la Academia del Aire de León. Estaba reconocido como un gran aviador y también era un fotógrafo estupendo. Un día cogió su Contax y me hizo noventa retratos... ¡ya no sabía cómo ponerme! Yo volé muchas veces con él cuando estábamos en Cabo Juby; sobre todo en una avioneta que para nosotros era casi como un coche y que, a veces, me dejaba pilotar. «Anda, cógelo», me decía, y allí iba yo sola a los mandos un ratillo». -¿No tenía miedo? -Entonces no tenía ningún miedo. Ahora creo que sí me daría pero entonces tenía 25 años y no había sitio para el miedo. -No duró demasiado ese tiempo feliz... -Pues no; a los diez años de matrimonio me quedé viuda. Mi marido se mató en un accidente con el avión. Iba a la Península desde Cabo Juby y realmente fue casi milagroso que yo no le acompañase. Era un día que hacía bastante mal tiempo pero tenía mucha confianza en su pericia y decidió salir; no despejó en ningún momento y, ya en la Península, acabó estrellándose en la zona de los montes de Toledo... ¡Cuántos años hará que no pienso yo en esto!». Su marido también le inoculó el virus del montañismo y ella recuerda gratamente las caminatas por los Picos de Europa. Quede como anécdota para la historia que su esposo Máximo iba con el grupo que, en 1932, bautizó un conocido risco del macizo occidental, vigía del Cares, como «Pica de Gobantes». Así se llamaba otro miembro del grupo de excursionistas, Leonardo Gobantes, que era maestro nacional en Gumiel del Mercado (Burgos), y al que concedieron ese honor. Sin más inquietudes que «vivir sencillamente día a día», Obdulia recorre ahora este nuevo tramo de su vida en la Residencia de Nuestra Señora del Camino, muy cerca de la base donde su esposo daba clases a los futuros mecánicos y aviadores. Es como un ciclo que se va cerrando siempre con León como telón de fondo. -Hábleme de sus padres y de su infancia -Mi padre, Francisco Acevedo, era médico y, como es natural, persona muy conocida en el León de entonces. Mi madre, Asunción Eguiagaray (familia también de profundas raíces en León), era una mujer de su casa, muy buena y cariñosa. Pero yo estaba más próxima a mi padre. Mi padre era un buen médico y una buena persona. Era abierto y liberal, a él le debo mi formación y creo que el carácter. Me proporcionaba los libros, me orientaba sobre los que debía o no debía leer todavía. Me decía: mira, estos que están aquí arriba no los leas todavía; y yo le hacía caso. Tuve mucha afinidad con mi padre y le recuerdo como una persona muy comprensiva con los problemas y contradicciones de la naturaleza humana». -No hubiera sido extraño que usted se hubiera decidido por la medicina... 1397058884 La verdad es que mi padre nunca me sugirió que estudiase medicina. Siempre me dijo que hiciera lo que yo quisiera pero lo que sí me pidió es que no me marchase de León. Era hija única y me tenían en palmitas. Yo quería hacer una carrera universitaria pero hice Magisterio que es lo que se podía hacer aquí aunque no ejercí porque nada más sacar el título me casé y pedí la excedencia. Luego, cuando quedé viuda, me dio por reingresar y estuve cuatro años en una escuela. Y la verdad es que me gustó. Pensé que iba a ser muy difícil después de tanto tiempo, pero fue una experiencia bonita. Recuerdo que una vez no sé qué historia conté y, al terminar, los alumnos me aplaudieron; seguro que era algo que no tenía que ver con la asignatura... La guerra pasó sin demasiados sobresaltos pese a la condición de aviador militar del que sería su esposo. El destino quiso que un accidente en tiempo de paz se llevara la vida de quien se la había jugado en el aire muchos días durante la contienda. Pero la guerra queda atrás y, cuando se le pregunta por eso de la «memoria histórica», a Obdulia sólo le ocurre una reflexión: «Las guerras las escriben los que ganan y eso hace que no sea siempre una visión totalmente limpia y objetiva». Obdulia se volvió a casar rondando ya los cincuenta años ¡con otro aviador!, pero, como suele decirse, nunca las segundas partes fueron buenas: el matrimonio no alcanzó mucha altura y se estrelló al poco de despegar. Ni con el primero ni con el segundo vinieron los hijos pero ella asegura que no los echa de menos: «Nunca he tenido, cómo diría, ansia de tener hijos. Puede haber personas que no los tienen y los echan de menos pero no ha sido mi caso. No digo que si hubiera tenido hijos no me hubieran encantado, pero así son las cosas». Nos vamos dejando atrás a una mujer que no ha perdido esa elegancia de garza que atrapó al aviador. Una garza que contempla serena el horizonte. Allá, no muy lejos, siguen despegando los sueños.

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