Diario de León

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"En la pandemia de 1918 los muertos convivían con los vivos en la misma casa"

Pedro Víctor Fernández fue finalista del premio Villalar con ‘La muerte del alquimista’, un thriller con el telón de fondo de la pandemia de la gripe de 1918

Pedro Víctor Fernández. JESÚS F. SALVADORES

Pedro Víctor Fernández. JESÚS F. SALVADORES

León

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«Acabo de saber que un hombre murió hace tres días una calle más allá de donde escribo estas páginas. Aún reposa sobre la tarima de una habitación en la que su mujer parió mellizos hace dos días, sin que nadie los atendiera. La desdichada madre sólo tenía un par de manzanas al alcance de la mano y de eso se fue alimentando. Sobre la mesita aún hay medicamentos y paños ensangrentados por el alumbramiento múltiple. El esfuerzo del parto y la falta de alimentos dejaron sin fuerzas a la mujer, que apenas ha podido amamantar a sus hijos, mientras el cuerpo de su marido se descompone en la misma habitación, sin que nadie le haya dado sepultura aún»... Dos años y cien más. Esta es la distancia que separa la coincidencia de la gripe española que diezmó León en 1918 y el virus cuyas consecuencias aún no somos capaces de prever. El profesor y escritor Pedro Víctor Fernández detalla en esta entrevista qué pasó entonces en la provincia, con ciertas coincidencias con lo que ocurre hoy. ¿Un ejemplo? El Instituto abrió su curso con dos meses de retraso.

—Para ‘La muerte del alquimista’ te documentaste sobre cómo fue la gripe española en León. Me gustaría que nos contaras qué similitudes y diferencias tiene la sociedad leonesa de hoy con la de 1918.

—La del 2020 la estoy siguiendo a través de los medios de comunicación al uso; la de 1918 a través de fuentes escritas, especialmente prensa. Ambas describen paralelismos y comportamientos similares: primero una falta de previsión, segundo un cierto escepticismo ante la pandemia, después la resignación, el miedo al contagio y el hartazgo. Aquella se vivió sin información y con escasos medios; ésta con exceso de información en unos aspectos y cierto hermetismo en otros. Todos hemos oído noticias repetidas treinta veces en un día, pero estamos desinformados de otros aspectos.

—¿Sabes cómo llegó la plaga a León? La prensa habla de que empezó en los cuarteles, pero otras fuentes dicen que fue a través de los trabajadores que venían a trabajar en la línea férrea. ¿Qué hay de cierto en todo esto?

—No hubo una conclusión general al respecto en nuestra provincia. En un núcleo como León, este tipo de virus viene de fuera y los colectivos más expuestos eran los ferroviarios y los militares. Se habló de militares porque la pandemia surgió al calor de la I Guerra Mundial, de hecho parece ser que producido por los soldados americanos en Europa. El primer brote en el continente se produjo en Brest, puerto francés donde llegaron esas unidades militares. En la zona del norte de la península se decía que la epidemia la habían traído los portugueses, pues algunas tropas regresaron de la Gran Guerra por los caminos costeros. Se llegó a bautizar la epidemia como ‘el soldadito de Nápoles’, lugar de donde procedían los batallones de infantería lusa. Otra línea se propagó a través del Pacífico. Después llegó a Sudamérica, la India y costas africanas.

«El impacto económico fue el de una economía autóctona. La mayoría de las familias vivían del autoabastecimiento»

—A diferencia de lo que ocurre hoy, el virus se cebó con la población entre 25 y 40 años. La mayoría, hombres. ¿Qué consecuencias sociales y económicas tuvo para la provincia?

—Se cebó en población más joven. Pero hay que pensar que una persona de 40 años de hace un siglo tenía la misma vitalidad que hoy uno de 75 años. Afectó a un arco grande de población. En concreto, el Instituto General y Técnico de León abrió su curso escolar con dos meses de retraso. Los muertos se concentraron sobre todo en la ciudad. León era una provincia de campesinos, con algún núcleo minero. El impacto económico era el propio de una economía autóctona, sin ningún elemento de globalización. La mayoría de las familias leonesas vivían un régimen de autoabastecimiento.

—En 1914, con el comienzo de la I Guerra Mundial, comenzó a desarrollarse la explotación carbonífera en la provincia gracias a la neutralidad de España. ¿Qué crees que habría pasado de no haber llegado la gripe?

-La neutralidad de España en la I Guerra Mundial nos convirtió en proveedores de los dos bandos en guerra. Tirón económico hubo, pero fue un espejismo, pues supuso escasez de alimentos y recursos en el país, lo que repercutió en una subida de precios que perjudicaría a las clases bajas, especialmente a las asalariadas. De no haber llegado esa gripe, la producción carbonífera habría seguido su senda continuista, en alza contenida y una considerable conflictividad social. La época ya arrastraba una lucha sindical en crecimiento. De hecho, antes de la gripe, se produjeron huelgas en 1916 y 1917 de tipógrafos, ferroviarios, construcción y minería. La gripe agravó los problemas y en 1919 se registran también paros y huelgas agrícolas en diferentes núcleos: Sahagún, Grajal de Campos, Villamañán, Toral de los Guzmanes.

—Cuentan que la muerte de los cabeza de familia provocó una hambruna horrible y que los niños también murieron por el hambre. ¿Qué consecuencias tuvo para el crecimiento demográfico?

—No sabemos el balance mortal porque no hay registros. Fueron barriadas enteras las contagiadas. Casas enteras con todos sus miembros enfermos. Unos murieron por la gripe, otros por falta de atención y ayuda. Hubo muchos casos de muerte por agotamiento e inanición. Hay que imaginarse una sociedad desprovista de coberturas sociales y sanitarias, muchas de ellas abandonadas a su suerte. En León hubo cadáveres conviviendo con familiares durante varios días, en casas afinadas e insalubres, a base de remedios caseros. Cada cual aplicaba los remedios que tenía más mano, como pastillas de formitrol, silicitato de bismuto a sellos de aspirinas.

«No sabemos el balance mortal porque no hay registros. Fueron barriadas enteras las contagiadas. Casas enteras con todos sus miembros enfermos»

—¿Qué medidas sanitarias se pusieron en marcha en León?

—Los movimientos de personas y mercancías están muy vigilados, tanto por tren como en coche de caballos. El Ministerio ha ordenado que se reduzcan los viajes lo más posible, a fin de cercar los focos más contaminados. Existía una Junta Provincial de Sanidad y hubo bandos municipales en León. Los hospitales –pocos y pequeños- se saturaron en pocos días. También se llegó a decretar la imposibilidad de seguir transportando enfermos y de aminorar los movimientos de personas y mercancías. Se pidió a la población mejorar su higiene pero no se obtuvo una respuesta masiva. Existía una mezcla de ignorancia y desdén, a pesar de que los bandos municipales alertaban de que la gripe se transmitía por la tos, la ropa sucia, los utensilios cercanos… También hubo casos de policías que llegaron a denunciar a transeúntes por haber estornudado en público y no poner la mano delante para contener la exhalación. El virus atacaba la garganta, los bronquios, la laringe y los pulmones. La falta de médicos agravó el problema, especialmente en algunas zonas rurales.

-¿Murió alguna personalidad leonesa de la época?

_En mi novela me interesé por un catedrático de Geografía e Historia del Instituto, Policarpo Mingote y Tarazona, un hombre señero dentro de la docencia de la época, que había sido durante muchos años director y secretario del centro. Murió contagiado de gripe en Valladolid.

_¿Qué se hacía con los muertos? ¿Se les enterraba con cal?

_ No trascendieron noticias de si hubo enterramientos con cal. La inmensa mayoría se enterró en caja mortuoria. Una caja tenía el coste mínimo de 15 pesetas. A partir de ahí, lo que le bolsillo pudiera permitir. Se proporcionaban todo tipo de elementos para el ritual: traslado al cementerio, velones de cera, decoro de sepulturas, mortaja, etc.

_¿Hay alguna historia que te haya conmovido especialmente?

_Sí, la de una muchacha de dieciséis años. Se encontraba al servicio de un vecino respetado de esta ciudad, un burgués con negocio boyante y una docena de empleados. Tan pronto notaron en la casa que la muchacha tenía síntomas de la epidemia, la despidieron. Estuvo vagando tres días enteros por la ciudad hasta que decidió volver a su pueblo. Después de tres días de penoso camino, desfallecida por la mala alimentación y el avance de la enfermedad en su cuerpo, la joven llegó a reconocer desde lejos los tejados de su pueblo, entre los pliegues de la montaña. Para ese momento, la fiebre había dado paso a las convulsiones. Cayó al suelo multitud de veces.. Al parecer, la muchacha cayó desfallecida unos metros antes de la casa de sus padres, pero era casi el anochecer y, salvo un perro, que olió su aliento de moribunda, nadie se enteró de su presencia. A la mañana siguiente, su madre, al echar un vistazo a la calle vacía, descubrió, envuelta en unas ropas húmedas y llenas de barro, el cadáver de su propia hija.

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