Diario de León

CANTO RODADO

Queridas Reinas Magas

La noche de Reyes nos hacían acostarnos más pronto con la promesa de que mientras dormíamos vendrían los magos de Oriente con sus regalos a nuestra ventana. Y quién sabe si un poco de carbón.

León

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Nos metíamos en la cama con los zapatos bien lustrados y la ilusión en nuestras pupilas. Recuerdo una de aquellas noches estrelladas preludio de una apoteósica helada. No me podía dormir, la curiosidad mantenía mis ojos abiertos como platos bajo las sábanas con el oído atento al más leve ruido. Fue el crujir de las sombras lo que me alertó de que habían llegado.

Con sumo cuidado, asomé la cabeza y pude contemplar la estampa. El camión-hormigonera de mi hermano se deslizaba sobre el alféizar de la ventana. No dije nada. Creo que ni siquiera respiraba. Hice como que estaba dormida y cerré de nuevo los ojos para no estropearme la sorpresa que caería sobre mi zapato poco después.

Nunca me trajeron la Nancy, era demasiado cara. Pero la ilusión seguía intacta cada año. Mi madre nos ponía unas galletas de coco, unas ‘mondarinas’ y algunos dulces como complemento a los regalos que los Reyes dejaban en casa. Y siempre nos caía un poco de carbón para recordarnos que sabían de nuestras travesuras más de lo que nos imaginábamos. Había que darle trabajo a Baltasar, el rey de la mirra que, en algún momento del devenir de la tradición se transformó en carbón. Además, el carbón, era un bien preciado. En primer lugar, para alimentar la cocina económica, la única calefacción que junto con el brasero de carbón vegetal, había en casa.

En el horno de aquella cocina de hierro se calentaba un ladrillo que, bien envuelto en un trapo, servía para caldear las frías sábanas a la hora de acostarse. Con el tiempo, lo sustituimos por unas bolsas de plástico —la era del petróleo llamaba a nuestras puertas— que llenábamos con agua caliente de la caldera, un pequeño depósito que formaba parte de la ingeniosa bilbaína en cuyos fogones se cocinaba la vida entera.

El carbón, siempre maldito, servía para atizar la lumbre de nuestros sueños. Y fue el motor de esta provincia durmiente durante un largo siglo. La lámpara que iluminó el progreso y mantenía vivos los altos hornos de Vizcaya, primero, y la industria automovilística más tarde, desde que la primitiva térmica de Compostilla empezó a quemar carbón y turbinar electricidad para todo el país.

Este año los Reyes Magos no tienen dónde coger el carbón. El carbón, maldito carbón, que tantas vidas se llevó nos ha dado la vida. Durante un siglo y pico los mineros y sus martillos han cavado el interior de la tierra. Y parece que hemos contribuido algo al calentamiento global. Hay que despedirlo con dignidad para esas cuencas sangradas y para una provincia olvidada si no queremos que nos arranquen de cuajo del mapa.

Ahora toca arar de nuevo los campos y cuidar la tierra. Y a sus gentes. Cuidar en lugar de explotar. Toca preparar la provincia para que crezca Eva, la primera niña del año en Warrington, una leonesa de la diáspora que vendrá a crecer a León. Que sean muchas las Eva, los hombres y las mujeres que piensen en León como una tierra de oportunidades en lugar de un valle anegado de lamentos. Retornar en lugar de emigrar.

Se lo pido a las Reinas Magas, a esas que ni me imaginaba que existían en mi infancia porque el mundo era como aquel nacimiento hecho de musgo arrancado en los costados de las bodegas, un poco de papel de plata de las libras de chocolate y carbón espolvoreado de harina. En aquellas aldeas imaginarias las mujeres eran lavanderas y vírgenes. Y los hombres mesías y reyes. Magos y Herodes.

A las Reinas Magas les pido que nos traigan mucho coraje, porque lo vamos a necesitar para seguir transformando este mundo que necesita tanto las energías limpias como una alternativa política, social y económica basada en la igualdad y en la ética de los cuidados. Ellas sabrán dónde encontrar carbón feminista —dicen que seguirán activas La Escondida y en Paulina— para los mesías patrioteros y los mamporreros del patriarcado. Ni un paso atrás.

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