Diario de León

La tercera vía de contagio

Algunos estudios han demostrado que las formas más graves de la enfermedad del covid-19 con ingreso en cuidados intensivos y la mortalidad se correlacionan con el grado de contaminación. Hoy más que nunca la reducción de los niveles de contaminantes atmosféricos son una emergencia

Alexandra_Koch / Pixabay

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Publicado por
José G. Cosamalón
León

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Desde los albores de la medicina, el aire fue considerado un sospechoso vehículo de transmisión de enfermedades. Hipócrates (460 a.C.-370 a.C.), padre de la medicina, atribuyó las epidemias a la mala calidad del aire o ‘miasma’, que significaba contaminación. Se pensaba que ésta procedía de efluvios ponzoñosos de aguas estancadas, de emanaciones fétidas de materia orgánica descompuesta o de vapores que exhalan los cuerpos enfermos. Posteriormente, de forma genérica; se aludió a un ‘mal aire’, término que derivó en malaria, utilizado para designar la plaga de paludismo.

La teoría miasmática de infecciones colectivas perduró a lo largo de siglos. La epidemia de la peste negra que asoló Europa en el siglo XIV (1346-1353), considerada el mayor desastre biológico de la humanidad, fue percibida como castigo divino en forma de aire envenenado. Bocaccio, sostuvo que ocurrió «por la justa ira de Dios para corrección de nuestras iniquidades». Ninguna de las medidas prescritas contuvo su desoladora propagación dejando un rastro de pánico y de muerte. No sirvieron de mucho la purga de inmundicias, la construcción de muros para proteger algunas ciudades del viento corrompido, ni las cuarentenas a los enfermos, ni tampoco las novenas a San Roque, el santo de la peste. Petrarca, testigo de aquel pavoroso flagelo, acusó al aire de ser «un elemento traicionero e inestable».

El tenebroso enigma de los miasmas se despejó cuando Anthony van Leeuwenhoek, después de perfeccionar las lentes del microscopio, descubrió las bacterias en 1683. Su seminal hallazgo dio lugar al desarrollo de la microbiología y la bacteriología, cuyos máximos exponentes fueron Louis Pasteur (1822-1895) y Robert Koch (1843-1910). Pasteur demostró que los gérmenes que habitan en el aire son los causantes de enfermedades. La bacteria de la peste negra fue descubierta por Alexandre Yersin en 1894, hoy conocida como ‘yersina pestis’. Más tarde se identificaron los virus como agentes patógenos; primero en la planta del tabaco (Martinus Beijerinck en 1898) y después en animales. Gracias a la invención del microscopio electrónico, Walter Reed en 1901 pudo identificar por primera vez un virus humano, el de la fiebre amarilla. Hoy sabemos que miles de millones de virus colman los confines de la tierra, mar y aire. Tampoco nosotros nos libramos de su colonización, ya que se estima que el viroma humano podría estar compuesto por ochenta trillones de virus.

Mecanismo de transmisión de las infecciones respiratorias

A finales del siglo XIX, Carl Flugge intuyó que el contagio de microorganismos entre personas tendrían como vector las gotas emitidas desde la nariz o la boca a una distancia máxima de dos metros. En los años 50 del siglo pasado, William Wells demostró que los núcleos de las gotas eran lo suficientemente pequeños como para permanecer suspendidos en el aire en periodos suficientemente largos como para ser infectivos. Estas hipótesis fueron aceptadas como el mecanismo de transmisión de muchas de las infecciones respiratorias bacterianas y víricas causantes de epidemias y pandemias recurrentes. Investigaciones más recientes (2016-2019) con cámaras de alta velocidad y equipos computarizados han demostrado que el fluido muco-salivar de las gotas emitidas por la respiración, tos o estornudo sufre un mecanismo de fragmentación y dispersión en forma de aerosoles con gran variabilidad individual en número y tamaño.

La pandemia de la covid-19

La característica principal de la actual pandemia es su fácil contagiosidad y rápida expansión. En China, se propagó por casi todo el país en dos semanas y tres meses después, por todo el planeta. Aunque han mejorado los métodos de diagnóstico y manejo terapéutico de la covid-19 persiste, sin embargo, el debate sobre los mecanismos de su transmisión.

Inicialmente la OMS comunicó que la infección se transmite a través de las gotas producidas por la respiración, tos y estornudo en una estrecha proximidad a otra persona o mediante el contacto con superficies u objetos contaminados (fómites). Por entonces se recomendó el distanciamiento social entre 1.5 y 2 metros, además de las consabidas medidas de higiene y protección con mascarilla. Inicialmente se pensó que la transmisión aérea era improbable. Sin embargo, se ha observado que el virus Sars-CoV-2 de la covid-19 tiene mayor estabilidad en aerosoles comparativamente con su predecesor el Sars-CoV-1, conservando de esta manera su viabilidad y capacidad infectiva durante horas en espacios interiores, exponiendo al contagio en distancias mayores de 2 a 10 metros. Por tanto, puede haber contagio en ausencia de contacto personal directo o indirecto, corroborando el hecho de que en la mayoría de los casos no se ha podido documentar el mecanismo de transmisión.

En julio 2020, más de 200 científicos, preocupados porque la población no estaba completamente protegida con las medidas de prevención impuestas, solicitaron a los organismos internacionales que reconocieran la potencial propagación aérea del virus. En octubre 2020, el centro de control de enfermedades de EEUU, comunicó finalmente la irrefutable evidencia de que la covid-19 puede transmitirse por vía aérea bajo ciertas circunstancias, especialmente en espacios cerrados con poca ventilación y con exposición a una persona infectada en un tiempo mayor de 30 minutos.

Transmisión por aerosoles, la otra vía de contagio

Actualmente se admite que el contagio de la covid-19 puede producirse mediante el mecanismo clásico descrito por Flugge y Wells, por contacto con superficies contaminadas y, además, mediante aerosoles. Las gotas respiratorias, según su tamaño, tienen diferentes patrones de dispersión, las más grandes (mayores de 5 micras) caen rápidamente por gravedad posándose sobre las superficies (suelo, mesas, vestidos, alimentos, etc.) a las que contaminan. Estas gotas pueden alcanzar las vías respiratorias altas por proximidad a uno o dos metros de la fuente de la saliva. Cuando éstas sufren un proceso de evaporación y desecación se transforman en núcleos de gotas o aerosoles con diámetros aerodinámicos de 1-5 micras.

Contaminación atmosférica y el virus de la covid-19

Los aerosoles, mediante un fenómeno de coalescencia, se pueden adherir a las partículas contaminantes de la atmósfera, denominadas PM (‘particulate matter’) y con éstas formar aglomerados que flotan en el aire. De esta manera se reduce su coeficiente de difusión, incrementa su abundancia, su tiempo de vida media en la atmósfera y su desplazamiento a más de 10 metros desde la fuente de emisión. Las partículas PM de 2.5 micras proceden de actividades humanas (tráfico rodado, emisiones de la industria, construcción, calefacción, basuraleza degradada, polvo de microplásticos, etc.). Las PM podrían crear un entorno adecuado actuando como vía de transporte del virus a distancias mayores que las consideradas para un contacto cercano. Varios estudios con muestras del aire del interior y alrededores de hospitales han demostrado la presencia de RNA del Sars-CoV-2. Los eventos de super-propagación del virus han sido atribuidos a esta vía de contagio

La contaminación del aire ha sido identificada como la principal causa ambiental de enfermedad y muerte prematura en el mundo. Recientemente se ha estudiado el papel de los factores ambientales en la aceleración de la propagación del Sars-CoV-2 y su letalidad. Diferentes investigaciones apoyan la transmisión aérea como un posible factor adicional en el brote del norte de Italia, una de las áreas con mayor polución de Europa, caracterizada por una alta concentración de PMs. Otros estudios han demostrado que las formas más graves de la enfermedad con ingreso en cuidados intensivos y la mortalidad se correlacionan con el grado de contaminación. Los decesos son el doble que en otras regiones menos contaminadas. La polución parece influir en la progresión del brote de covid-19 incrementando la susceptibilidad del huésped a la infección viral con independencia de otros factores de riesgo. La hipótesis de la influencia de la contaminación del aire en la covid-19 resulta de una combinación de factores como el nivel de industrialización, meteorología, humedad relativa, topografía de la región y velocidad baja del viento. Afecta sobre todo a ciudades que exceden los límites establecidos para el material de partículas contaminantes en suspensión, especialmente las de 2.5 de micras (PM 2.5) y niveles elevados de dióxido de nitrógeno (NO2).

Los 'venenos' aire en el siglo XXI

Afortunadamente han desaparecido los castigos sobrenaturales del Medioevo, pero no nuestras perversiones que ahora atentan contra la naturaleza. El mayor pecado capital de la edad moderna es la contaminación del medio ambiente. Dado que ésta procede de actividades antropogénicas, Paul Creutzen, premio Nobel de química, propuso el año 2000 cambiar de nombre a la era geológica del Holoceno, por la de Antropoceno, que tendría su inicio a mitad del siglo XX.

El término virus viene del latín veneno. Algunos investigadores han definido los virus como escombros de la evolución y otros como basura tóxica. Según el científico Juan Fueyo, vivimos rodeados por «una niebla invisible de miles de millones de virus» y nos recuerda que las pandemias han sido cuatro veces más frecuentes en los últimos cincuenta años y han experimentado una explosión en los últimos diez. Apenas salimos del peligro propuesto por un virus y aparece el siguiente: otra nube negra atisbando nuestros pulmones. A pesar de su diminuto tamaño los virus son, pues, la mayor amenaza apocalíptica del Homo Sapiens.

Factores modificables

Durante el confinamiento, la Nasa y la Agencia Espacial Europea detectaron en algunos epicentros de la covid-19, como Wuhan, Italia, España, Brasil y USA, que la contaminación ambiental se redujo hasta un 30%. Otro estudio durante la cuarentena en las 50 megalópolis más contaminadas del mundo desveló que la emisión de partículas PM 2.5 disminuyeron un 12%. Pese al ascenso continuado de las emisiones tras el periodo de confinamiento, cinco grandes ciudades de España (Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y Zaragoza) han disfrutado de la mejor calidad del aire desde que existen registros. La presente pandemia ha despertado la conciencia social acerca de la importancia de la calidad del aire no solo en espacios interiores, sino también la del exterior, por su enorme impacto en la salubridad del aire que respiramos y en la prevención del contagio de plagas como la actual y de las que están por aterrizar.

Hoy más que nunca la reducción de los niveles de contaminantes atmosféricos son una emergencia. Nicanor Parra, el autor de ‘Eco-poemas’, en los años 80 del siglo pasado, sentenciaba: «O acabamos con la polución atmosférica o la polución acaba con nosotros». Está en nuestras manos que el cielo y el mar sigan luciendo azules.

José G. Cosamalón, neurocirujano y humanista, ha sido jefe del servicio de Neurocirugía del Hospital de León hasta su jubilación y creador de la Fundación Leonesa Proneurociencias

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