Diario de León

Una cama en un museo

El último San Marcos

Nunca ha sido igual. En ninguna época. Sus muros contienen nueve siglos de historia. Así es el nuevo Parador de San Marcos. Una galería de arte. Una cama en un museo

León

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El hotel de gran lujo comenzó siendo un hospital para pobres. En esos mismos muros ahora ‘grand class’ se alojaban los desheredados de la tierra. Así empezó la historia de este edificio.

El terreno sobre el que se alza esta pieza única del arte mundial lo pisaron las tribus rebeldes mucho antes de que los romanos llegaran con sus legiones. Antes de la V Alaudae y la VI Gémina. A la orilla del Bernesga, al que tal vez los astures ya dieron su nombre —quizá de esga, corriente, bern, alisos— el río de los alisos.

En ese cauce que separaba dos tierras, alzó Roma un paso vital para el transporte de tropas, minerales y mercancías para su Imperio. Y el 29 de julio de 1152, dejó escrito una mujer leonesa: «Ego infantissa donna Sancia, soror imperatoris dommi Adefonsi, (...) facto testamentum Ponti de Vernesga...». Palabra de Sancha Raimúndez, hermana de Alfonso VII ‘el Emperador’. La infanta de León entrega los terrenos cercanos al puente al arcediano don Arias a condición de que levantase allí una iglesia, un hospital en el que pudiesen hospedarse «los pobres de Cristo» y casa para los cuidadores del puente. Y así se hizo. En 1171 aparece citado ya en papeles San Marcos, ofrecido en advocación al evangelista que tomó como símbolo un león alado con un libro y una espada. Y ahí empezó todo. Hace nueve siglos.

Se sabe no sólo por legajos. También por el viejo muro que está ahora a la vista en este último San Marcos. En realidad, por un muro y dos cadáveres. Bajo la antigua cafetería del Parador, donde han pasado sus tardes miles de leoneses tomando cafés, yacían enterradas y silenciadas dos mujeres de unos 40 años, una de ellas zurda, pobres, porque a falta de dinero para pagarse un sarcófago, sujetaban sus cabezas dos piedras, una a cada lado. Una prueba de carbono 14 encargada por Paradores a un laboratorio de Miami ha datado el siglo en el que vivieron aquellas mujeres enterradas casi junto al muro primitivo, en lo que debió de ser en aquella época una zona de uso secundario, una mezcla de camposanto y vertedero, pues aparecieron también pequeños restos de cerámica leonesa, despojos de aves y rastros de hogueras. Era el siglo XII.

JESÚS F. SALVADORES

Son los vestigios de aquel primer San Marcos. El muro se ha recuperado. Está a la vista. Protegido bajo un cristal que se puede pisar. Primera sorpresa de esta reforma que ha preservado también el pasado. Primera sorpresa para los responsables de la ejecución, que retrasó la obra durante un año. Un hallazgo inesperado, aunque no debía ser tan desconocido. No al menos para quienes autorizaron la reforma de los años 60, porque sobre uno de los cadáveres, enterrados en el siglo XII directamente sobre tierra, pasaba una conducción.

El muro del XII, colindante con la fachada, integra el espacio destinado a la recepción, el lugar que ocupó la vieja cafetería. Una línea de luz marca el trazado por donde discurría el primigenio paredón de piedra, una señalización aérea de aquel primer edificio que con el paso del tiempo ha sido un poco de todo, albergue de peregrinos, hospital, prisión en la que estuvo encarcelado durante cuatro años Francisco de Quevedo, instituto de Segunda Enseñanza, casa de misioneros, hospital penitenciario, parada de sementales, campo de concentración durante la Guerra Civil española, cuartel de caballería, Diputación, sede del Ministerio de la Guerra... hasta que finalmente el 5 de junio de 1965, el ministro de Turismo, Fraga Iribarne, lo inaugura como hotel.

Siguiendo esa línea de luz de la recepción se llega a un espacio acristalado bajo el que reposan los restos de un sarcófago profanado que sirvió de osario pero que conserva en un lateral de esa tumba de piedra un alquerque, una especie de antiquísimo juego de ‘tres en raya’, precursor del juego de las damas.

JESÚS F. SALVADORES

El San Marcos de la impresionante fachada plateresca de casi cien metros de longitud se concibió en realidad como un complejo eclesiástico y militar para la poderosa Orden de Santiago —a la que pertenecían el rey Fernando el Católico, mecenas del edificio del medievo, y el propio Quevedo—, con una magna iglesia y dos claustros gemelares, uno majestuoso y otro ideado quizá como un patio de servicio, un área de acceso a las edificaciones principales. Basta ver una imagen área para comprobarlo.

Ese segundo claustro se cubrió en la reforma de 1963, que costó 135 millones de pesetas, para levantar en el espacio hueco los salones del Parador, el Eminencia, el Quevedo, el Doncel, el Juni, los comedores privados y el Reyes Católicos. Una reforma que cambió la fisonomía del edificio. Una vez más, dejaba de ser como era.

Hay que mirar al frente para apreciar una obra respetuosa con el pasado y los nuevos tiempos

Ahora, la arquitecta Mina Bringas ha recuperado la esencia del edificio renacentista que fue regalo de un rey, que se levantó en 1515 con la enérgica donación de Fernando el Católico, el monarca inteligente, estratega y poderoso que jamás se rindió a la adversidad, rey de Aragón por nacimiento y de Castilla por matrimonio con Isabel, el príncipe de vieja estirpe e ideas modernas que inspiró la obra universal de Maquiavelo. Dicen que el medallón con su efigie en la fachada del Parador es el único que está deteriorado como condena por haber encargado una obra de tanta belleza, en la que intervinieron afamados maestros arquitectos y escultores como Juan de Orozco, Juan de Badajoz, Martín de Villarreal, Juan de Juni, Juan de Angers o Guillermo Doncel. El retrato del monarca que pagó la gran obra, junto con el de su esposa, presiden ahora la escalera central del Parador, una joya intacta en la que brilla una colección de pintura flamenca.

San Marcos tardó casi dos siglos, incluida una gran reforma, hasta que en 1720 se acaba. Mina Bringas ha resucitado la esencia del edificio y revivido el espacio de ese segundo claustro, en torno al que están las habitaciones, coronado por el impactante techo de Lucio Muñoz, uno de los máximos exponentes del informalismo español, rescatado del humo y la nicotina que velaron la obra instalada en el viejo Salón de Puros, alzado ahora hasta una cúpula con luz natural, una inmensa claraboya que ilumina, desde casi 16 metros de altura, el espacio dedicado a la nueva cafetería. Ese claustro habitacional, seguramente el uso al que se destinó originalmente, —un impactante cubo sobrio, con pocos materiales, maderas naturales y un color oscuro que da al entorno un aspecto monacal—, se ha convertido en una auténtica galería de arte, con los corredores poblados de pinturas agrupadas por épocas.

Una intervención «con cuidado, siempre con actuaciones que no tocan los parámetros originales, reversibles en todos los casos y respetuosas con todo, con el material en sí mismo y con la volumetría de los espacios originales», narra la arquitecta Mina Bringas.

Claramente visible en los pasillos, en donde conviven los muros del Renacimiento y materiales modernos para la distribución de espacios.

Todo lo que se podía recuperar, se ha recuperado. A la manera de una gran operación de reciclaje. Desde las viejas puertas no ignífugas, que no pasaban la inspección contra incendios y son ahora los cabeceros de las camas con ‘mantería’ del Val de San Lorenzo, hasta los pomos de las antiguas puertas de cristal que son los tiradores de los muebles donde se almacena la vajilla del comedor de desayunos bajo una pequeña galería de cerámica de Jiménez de Jamuz, desde los espejos de las habitaciones, enmarcados de terciopelo que adornan una parte del claustro renacentista sobre los que se proyectan columnas y arquerías en un delicado juego de reflejos, hasta un viejo e insólito chéster de gran tamaño retapizado o columnas metálicas decorativas que han pasado a ser lámparas.

JESÚS F. SALVADORES

Se han restaurado, además de la fachada, la escalera y todos los muros interiores, cuadros, arcones, bargueños, pequeños muebles, tapices, las alfombras de nudo español único en el mundo y hasta el viejo buzón de correos.

El Parador es ahora un museo con un discurso expositivo, un lenguaje artístico organizado, una simbiosis entre el pasado y el presente que conduce al viajero a través de todos los tiempos en donde es posible darse de cara, por ejemplo, con el Duque de Medinaceli, en retrato, una pintura del siglo XVI, o con obras de Lucio Muñoz, Juan de Juni, Antonio López, Amalia Avia, Barjola, Úbeda, Gloria Merino, pintura flamenca.. y con los 33 Vela Zanetti que donó el muralista a León a condición de que jamás salieran de aquí, y hasta eso se ha respetado.

El edificio que el alcalde Restituto Ramos quiso derribar en 1875 por su estado calamitoso, alberga ahora medio millar de obras de gran valor, 68 traídas por Paradores de otros hoteles, como unos cantorales que son auténticos incunables y que se exponen en la nueva biblioteca, casi dentro de la iglesia de San Marcos y su impresionante coro, con una mesa al estilo de la Tabla Redonda, lista para pactos, conspiraciones, intrigas y traiciones, lugar que debe ser bendecido pues literalmente se asoma por un ventanal al retablo del altar mayor y guarda en una vitrina muestras de los tres cereales sagrados de esta tierra, trigo, cebada y centeno. Cerca del salón de la Suite Real, que ha salido de la habitación para convertirse en espacio público y que cualquier persona, y no sólo quien se puede pagar una habitación vip, disfrute de un lugar de reyes, con balcón a la ciudad bajo el rosetón central.

En este Parador San Marcos, en este último Parador San Marcos, hay que mirar al frente para apreciar la belleza de una obra respetuosa con el pasado y con los nuevos tiempos. Mirar al suelo para que la antigua cruz de Santiago grabada en las alfombras indias y oculta en cristales y rincones guíe este viaje. Mirar al techo para observar el alfarje, el ‘artesonado’ del XVI tallado en madera de alerce, una conífera resistente pero fácil de trabajar, que corona la intacta Sala Capitular y que se refleja en dos mesas de cristal para poder observar desde la distancia y la medida de los hombres una obra colosal tal como se concibió hace cinco siglos. Mirar al cielo para apreciar la grandeza de una obra heredada.

Habrá que esperar a la segunda fase para tener salones de 500 comensales, ahora de 130 como máximo, pero no para encontrar belleza y respeto en cualquier lugar, en cualquier rincón.

Es el renacimiento de una obra magistral de Renacimiento. Una intervención del siglo XXI sobre un edificio del XII que ha convertido San Marcos en un museo con camas.

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