Diario de León

Diego Santos | Coordinador del Grupo de Estudio de Trastorno del Movimiento de la Sociedad Española de Neurología

«Cuando se diagnostica el párkinson se han perdido la mitad de las dopaminas»

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León

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El neurólogo leonés Diego Santos es especialista en la enfermedad de Parkinson. La Sociedad Española de Neurología lo acaba de elegir coordinador del grupo de estudio de Trastorno del Movimiento. El párkinson es una enfermedad neurológica que afecta a 150.000 personas en España. En León la enfermedad un millar de personas, pero no todas están diagnosticadas.

—¿Tiene algún contacto o proyecto común con los neurólogos de León?

—Con León no. Coordino varios estudios a nivel nacional.

—¿Qué estudios son los que está coordinando?

—Soy vicepresidente y coordinador científico de la Fundación Curemos el Parkinson que actualmente tiene abiertos varios proyectos. Uno de ellos es Coppadis en el que participan 35 hospitales de toda España con cerca de 700 pacientes a los que se evalúan anualmente para conocer la progresión de la enfermedad. Coppadis tiene por objetivo conocer en detalle la evolución de la enfermedad en los pacientes con párkinson e identificar marcadores (ya sean clínicos, genéticos, moleculares o de neuroimagen) que permitan predecir el desarrollo de diferentes complicaciones con intención de poder, en el futuro, identificarlas precozmente y tratarlas adecuadamente para mejorar la calidad de vida los pacientes. El proyecto se inició en 2015 y durará hasta el año 2022. También soy el promotor de estudios en fase cuatro con moléculas. El año pasado se publicó un trabajo con un werable, un dispositivo que el paciente se coloca y lo lleva puesto durante una semana y registra información durante ese periodo de tiempo. Lo probaron 27 neurólogos, está comercializado pero no se usa todavía. Son ejemplos de proyectos que se llevan a cabo para conocer más sobre la enfermedad, como el de terapia génica que hemos empezado en la Fundación con una mutación específica que se llama TBK. El año pasado, en el contexto del covid, coordiné un estudio que se hizo con la colaboración de la Federación Española de Parkinson y asociaciones de pacientes sobre el impacto del covid con casi 600 participantes. Hay bastantes proyectos vinculados a la fundación.

—¿Qué impacto ha tenido la covid en los pacientes con párkinson?

—Parece que pocas personas con párkinson han desarrollado covid. Es debido a que han sido, y lo son, muy estrictos con las medidas de prevención. Ahora están muy generalizadas pero al principio no todo el mundo estaba convencido de usar mascarillas, por ejemplo. Y los pacientes con párkinson fueron muy cumplidores, pocos desarrollaron covid y no parece que tengan más riesgo. Independientemente de todo eso, dos de cada tres pacientes sentían que habían empeorado sus síntomas por motivos multifactoriales, por el estado de ánimo, por problemas en la atención sanitaria porque se anularon consultas o porque, y eso es muy importante, los pacientes abandonaron las terapias complementarias. Dejaron de ir a las asociaciones de pacientes o lo tuvieron que hacer desde casa con tutoriales. Eso afectó muchísimo.

Las restricciones y la falta de terapias han empeorado los síntomas de los pacientes

—¿De qué manera les afectó? ¿de qué manera empeoró su salud?

—Empeoramiento de los síntomas motores, temblores, más rigidez, más torpeza motora, depresión, ansiedad, trastornos del sueño, fatiga, apatía...

—Además de los problemas de salud de las personas diagnosticadas que no han podido ir a las consultas y las terapias ¿tiene evaluado cuántos nuevos diagnósticos se han dejado de hacer en este año?

—Eso no lo sé, pero sí sabemos que se han reducido los tratamientos y eso probablemente indique que hay menos diagnósticos. La pandemia ha reducido las cirugías o medicaciones como las bombas de infusión, y es muy preocupante porque son los pacientes que más afectados están. Todavía no tenemos evaluado los datos concretos. Tendremos una reunión dentro de pocos días para analizarlos.

—¿Qué repercusión tendrá para los pacientes en el futuro?

—Hay tratamientos que son para mejorar el estado, la calidad de vida y la autonomía. El problema para estos pacientes es que no han estado bien tratados y se les puede privar de ese posible beneficio. Son tratamientos para mejorar los síntomas de la enfermedad.

El diagnóstico es clínico con pruebas de apoyo,  no hay un biomarcador concreto en vida

—Además de los trastornos del movimiento que todo el mundo identifica ¿qué otros síntomas tiene la enfermedad de Parkinson y cómo afecta a la calidad de vida?

—A día de hoy se sabe que hay síntomas no motores que son muy frecuentes, como la depresión, que está presente en la mitad de los pacientes, y otro 20% sufren depresión mayor. El 70% de los pacientes tienen dolor y de ellos la mitad están relacionado con la enfermedad. También hay problemas cognitivos porque hasta un 20% los pacientes se pueden llegar a demenciar a largo plazo. A veces pueden tener síntomas psicóticos, alucinaciones visuales, delirios, trastornos del sueño diversos que sufren dos de cada tres pacientes, como pesadillas, movimientos violentos en cama, mareos, estreñimiento o problemas urinarios... hay muchos síntomas muy frecuentes no motores que son muy prevalentes y muy discapacitantes.

—¿Todos tienen trastornos del movimiento?

—Si. Es un síntoma clave que el paciente presente lentitud del movimiento. Y luego otros síntomas no motores que unas veces se presentan y otras no.

—¿Hay un perfil determinado y una causa que lo desencadene?

—Las causas son diversas y están en investigación. Cada vez se sabe más sobre los factores genéticos. Se sabe que hay mutaciones concretas que se pueden heredar y que predisponen al desarrollo de la enfermedad con una probabilidad muy alta. Se investiga sobre agentes infecciosos y tóxicos, pero no está muy claro. El diagnóstico se hace cuando el paciente empieza con temblor. A veces no hay temblor, pero las personas están más lentas, más rígidas, menos expresivas, al caminar bracean menos de un lado o los pasos son más cortos. El paciente consulta primero con el médico de cabecera, que a veces detecta y deriva al neurólogo. Cuando se hace el diagnóstico se ha producido ya una pérdida de más de la mitad de las neuronas de dopamina en el cerebro y la enfermedad lleva desarrollándose años. Hay síntomas premotores, de los que hablábamos antes, que pueden aparecer antes de la patología motora, como la depresión, la pérdida de olfato o el trastorno del sueño REM. Si en el futuro tenemos un tratamiento para intentar frenar la enfermedad habría que empezar lo antes posible. El diagnóstico es clínico, hay pruebas de apoyo pero no hay ningún biomarcador que confirme el diagnóstico en vida.

—Tenemos asociada la enfermedad a personas mayores ¿puede haber párkinson en menores de edad?

—Puede haber en pacientes jóvenes, de menos de 40 e incluso de 30 años. Hay jóvenes de unos 25 años, pero es muy excepcional, muy raro. Las mutaciones que se conocen desarrollan las enfermedades a edades tempranas. Hay mutaciones raras. muy poco frecuentes, que pueden producir casos excepcionales de inicio de la enfermedad en la juventud.

—¿La ciencia logrará curar el párkison?

—Hay muchas líneas de investigación. Una es intentar hacer un diagnóstico más precoz, otra es intentar identificar factores pronósticos para predecir cómo va a evolucionar el paciente. También se investiga sobre aspectos fisiopatológicos de la enfermedad y las causas. Hay mucha investigación para el uso de fármacos. Hay terapias sintomáticas que compensan la falta de dopamina u otros neurotransmisores que mejoran los síntomas de la enfermedad, y hay terapias para frenar la progresión de la enfermedad, que intentan que no se acumule la proteína alfa sinucleína de forma anómala en el cerebro de los pacientes, para que no se expanda. Dentro de estas terapias hay más de veinte moléculas en investigación. La más avanzada es la inmunoterapia. También hay vacunas, con varios ensayos en Austria, que tratan que el paciente desarrollen anticuerpos contra esa proteína, algo similar a lo que como ocurre con vacunas como la del covid. Entre los tratamientos está la inmunoterapia pasiva, con anticuerpos mononucleares que se sintetizan fuera del laboratorio y se administran para actuar contra esa proteína. La finalidad es que la enfermedad evolucione más despacio. Hay otras moléculas que ayudan a eliminar esa proteína que se acumula de forma anómala. Hay mucha investigación, pero los resultados a día de hoy no están claros. Lo primero es demostrar que algo es seguro y luego que es eficaz.

—Con la vacuna contra la covid se ha demostrado cómo cuando se invierten recursos y los investigadores y la industria se vuelcan se puede conseguir inmunización contra una enfermedad mueva en muy poco tiempo. Sin embargo, hay otras investigaciones de otras enfermedades, como el párkinson, que llevan años en proceso sin resultados concretos. ¿A qué se debe?

—Es verdad que si todos los recusos se vuelcan en un momento dado para intentar atajar un problema sí se avanzaría más rápido. En la enfermedad del Parkinson es totalmente diferente porque, a priori, no es infecciosa. Es una enfermedad neurodegenerativa en la que se acumulan las proteínas de forma tóxica. El mecanismo es diferente. A lo mejor si se vuelcan todos los recursos en encontrar una vacuna hubiese sido infructuoso. Pero, lógicamente, si hay interés y los recursos se focalizan para utilizarlos en algo concreto se acelera todo y se avanza rápido.

—¿Qué otros trastornos neurológicos del movimiento hay además del parkinson?

—Es verdad que todo el protagonismo se lo lleva el párkinson, pero hay otras enfermedades. Hay otras clases de parkinsonismos diferentes, como los párkinson plus, que son cuadros parecidos pero que son más agresivos, con peor pronóstico y esperanza de vida. Los pacientes con esta variable tienen problemas para tragar, desarrollan neumonías por aspiración, tienen caídas precoces y acaban antes en silla de ruedas. Otras enfermedades que cursan con trastornos del movimiento son las demencias con cuerpos de Lewy; coreas; ataxias; distonías; enfermedades raras como la de Wilson, que es un trastorno hereditario poco frecuente que hace que el organismo no pueda deshacerse del cobre adicional; además del temblor esencial.

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